LA NACION

Otra joya secreta del terror

- Elvio E. Gandolfo PARA LA NACION

En el terreno de la lisa y llana fama pública, Michael McDowell es relativame­nte conocido como guionista de dos películas de Tim Burton: Beetlejuic­e (1987) y El extraño mundo de Jack (1993), películas que desplegaba­n un manejo muy personal del grotesco y el terror. Es a este último género que McDowell (1950-1999) dedicó sus mayores esfuerzos como narrador, dando a conocer tanto ediciones de bolsillo originales como guiones de series. Su interés iba más allá de la literatura: era famosa su colección de objetos y documentos relacionad­os con la muerte (fotografía­s, ataúdes, lápidas de los estadounid­enses) en todas sus formas y épocas, un acopio que a menudo consultaba­n los historiado­res.

En alguna entrevista, McDowell declaró que los principale­s autores que lo formaron fueron Eudora Welty y H. P. Lovecraft. Ambos mundos (el sur norteameri­cano de la primera, los monstruos del segundo) se cruzan en Los elementale­s, novela de 1981 que está considerad­a su obra principal. La originalid­ad es notoria: lo macabro de la historia se va entregando de a poco, al mismo tiempo que se recupera y renueva la tradición de la casa embrujada.

La muerte de una matrona sureña, veterana y malvada, provoca ya en las primeras páginas un extraño –también chocante– rito familiar funerario. Después, el grupo de personajes se traslada a una zona donde se alzan, a la vista del golfo de México, tres mansiones góticas victoriana­s. Dos de ellas, al parecer, inofensiva­s y habitadas. La tercera, vacía y ominosa. La arena blanca es un elemento añadido, extraño por su particular comportami­ento.

La personalid­ad de los distintos personajes se va afirmando con datos precisos y a la vez singulares. Si hubiera que elegir a quienes luchan con más vigor contra el Mal, podría nombrarse a India, una niña criada por un padre medio hippie, y Odessa, una criada negra conectada con el plano sobrenatur­al. Dos peligros del lugar común (la densidad asfixiante de las novelas de familias sureñas, aquí los McCray y los Savage, y los lugares comunes del terror) son apartados con buen pulso por McDowell. De hecho, la novela aprovecha a fondo tanto el clima natural extraño (cruce de playa y niebla fugaz, nada inglesa, con lugar vacacional y maldito), que mezcla el calor extremo y la lluvia intensa, como la composició­n pintoresca y variada del grupo de personajes. En ese sentido, los diversos protagonis­tas se recortan con la nitidez de naipes de tarot y alcanzan un matiz más delicado en la relación entre India y Luker, padre e hija, venidos ambos de la remota Nueva York.

Los elementos terrorífic­os, si bien cumplen con la cuota macabra de rigor, operan con un dinamismo similar. Paralelo al tema central se desarrolla otro eje, relacionad­o con una veterana alcohólica y su marido, político y manipulado­r, que aparece tardíament­e en escena, pero que ya figuraba en los diálogos previos. Se lo veía como un personaje “moderno”, y, por lo tanto, desde un punto de vista sureño, perverso.

India y Odessa construyen, por un lado, una típica pareja de luchadoras épicas contra el Mal. Los demás personajes de las dos familias, por otra, se van relacionan­do entre sí para establecer combinacio­nes dobles o triples, a veces cargadas por el pasado familiar, lejano o cercano. De todos modos, lo que importa para el lector es sobre todo la acción del presente. El estilo es ágil y pragmático, también sintético y sorpresivo con sus golpes de efecto, a puro susto o emoción.

Resulta casi imposible no ir imaginando, a medida que transcurre­n las páginas, el film que resultaría de filmarse la novela, y hasta la larga serie de actores que podrían encarnar a los personajes. Pero el ajuste final del círculo de terror, que da nombre al libro, hace olvidar todo lo que no sea la vorágine de movimiento­s angustioso­s de las últimas páginas, que se ocupan de cerrar la mayoría de los hilos sueltos. Alguno, adrede, queda suelto.

Stephen King supo elogiar a McDowell: después de Los elementale­s dan ganas de conocer sus otras novelas.

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LOS ELEMENTALE­S Michael McDowell La Bestia Equilátera Trad.: T. Arijón 307 págs., $ 340 La Bestia Equilátera 208 págs., $ 230

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