LA NACION

Las Cataratas, en turno noche y con luna llena

misiones. El paseo nocturno permite descubrir los sonidos de la selva cuando los visitantes se van y ver la Garganta del Diablo sólo iluminada de manera natural

- Alejandro Rapetti

Nunca mejor puesto el nombre de Garganta del Diablo, sobre todo si se la visita en las noches de luna llena, entre la bruma nocturna, las fumarolas que se levantan hacia el cielo y el estruendo del agua que revienta sobre las rocas.

Visitar el Parque Nacional Iguazú de noche es un privilegio para pocos. El paseo hacia la Garganta del Diablo, el salto más importante por altura y por caudal de agua de los 275 del parque, depende exclusivam­ente de que la luna llena dé el presente, porque será la única luz que nos acompañe.

Estas salidas nocturnas si bien se realizan de manera informal desde la década del 80, cuando la gente que visitaba el parque se quedaba a compartir el resto de la tardecita con los guardaparq­ues hasta la noche para ver los saltos a la luz de la luna, hace unos 15 años, cuando se inauguró el nuevo sistema de pasarelas, comenzó a comerciali­zarse formalment­e.

Nos encontramo­s en una de las primeras áreas protegidas del país, creada allá por 1934. Según el relato del guía, nació por una necesidad geopolític­a por ser un área fronteriza con Brasil y Paraguay, y a partir de ese momento comenzó un gran trabajo de conservaci­ón y preservaci­ón del patrimonio natural.

“obviamente lo que motiva a todos ustedes para venir acá son las caídas de agua, pero sepan que el parque nacional no son sólo las cataratas, sino también el marco selvático que las rodea, que es justamente el remanente de la selva misionera. Es decir, la última porción de selva, un 6 por ciento de casi un millón de kilómetros cuadrados que abarcaron alguna vez”, explica el guía anfitrión Gastón Gobetto, en la charla previa, minutos antes de comenzar la visita.

luego nos invita a caminar un tramo de unos 150 metros hasta la Estación central, donde abordaremo­s el tren ecológico. Nos recomienda evitar los flashes y en lo posible mantener los celulares apagados, para así apreciar mejor el paisaje, siempre iluminado por la luz desmayada de la luna. Los sonidos de la selva

la luz plateada alumbra también el trayecto en tren por el interior del Parque Nacional Iguazú, una formación ecológica con vagones abiertos que nos transporta directamen­te hacia el interior de selva, desde la estación central hasta la estación Garganta del Diablo. El viaje dura unos diez minutos y el paisaje es puro contorno y reflejos de una vegetación incorpórea, habitada por miles de criaturas que acechan desde la oscuridad y nos observan, invisibles a nuestro paso.

Y de a poco, se empiezan a escuchar los sonidos de la noche.

Si bien el recorrido es el mismo que se hace a la luz del día, las rutinas de los animales varían a estas horas, cuando muchos salen a buscar alimentos y la atmósfera general se transforma y adquiere mayor vida. casi el 80 por ciento de la selva, tanto las aves como los mamíferos, se mueven en la noche. los herbívoros salen a comer, y atrás de ellos salen los otros a buscar también su comida. En general es muy difícil ver algún animal porque están camuflados y uno que no está acostumbra­do pasa por al lado y no lo ve. Es un mundo lleno de secretos y hay que ser muy precavidos.

El parque alberga muchísimas especies. Sin dudas, el referente de la selva es el jaguareté o tigre americano; también hay pumas, ocelotes, entre otros felinos. Por lo general todos tienen hábitos nocturnos.

“Es muy probable que nos estén observando y nosotros no podamos distinguir­los porque el camuflaje de ellos es casi perfecto, así que esperemos que no se les ocurra aparecer justo hoy”, bromea el guía como para incrementa­r la cuota de suspenso.

El yaguareté es una de las especies en serio peligro de extinción por la desaparici­ón de su hábitat natural, que es la selva misionera, también conocida como bosque atlántico del sur, selva paranaense o mata atlántica.

la espesura de la selva juega con los sentidos. a veces parece que vemos un animal, pero es la forma que adopta una planta. Y a veces creemos ver una planta, y es la perfecta simulación de un animal. como la silueta de los intrépidos vencejos, como se llaman los pájaros que figuran en el logo del Parque Nacional Iguazú, hay centenares de criaturas invisibles a nuestro paso. Unas 450 especies de aves, 80 especies de mamíferos y gran variedad de insectos, además de la fauna fluvial, como los yacarés, tortugas, garzas y gran variedad de peces.

Una vez que el tren se detuvo, iniciamos la caminata de mil metros por la pasarela de metal –la anterior de madera fue arrastrada por la gran inundación de 1992– rumbo al salto más espectacul­ar que ofrecen las cataratas. atravesamo­s las matas que afloran en los islotes sobre el río Iguazú, como un gran puente sobre el curso de agua mansa. Nos rodean helechos, cañas de bambúes, palmeras y miles de especies de árboles con sus copas inclinándo­se sobre el camino; begonias, orquídeas, bromelias brillantes y bejucos con flores trompetas.

a través de esa espesura llegamos hasta el mirador de la majestuosa Garganta del Diablo, un conjunto de cascadas de 80 metros que concentra el mayor caudal de agua de las cataratas del Iguazú, y a su vez las de mayor caudal del mundo, como un océano que se desmorona al vacío y revienta contra las piedras.

la cantidad de saltos del parque varía permanente­mente según la altura del río. cuando el Iguazú –del guaraní, agua grande– está crecido, los saltos se unen, y cuando baja mucho, otros que son temporales, desaparece­n. El caudal varía todos los días, pero en uno normal, el promedio de agua que cae es de mil quinientos a mil ochociento­s centímetro­s cúbicos por segundo.

Bajo los saltos blancos, inmaculado­s, el agua se despeña desde 80 metros. El balcón al final del recorrido se encuentra a escasa distancia, y el ruido estrepitos­o eriza la piel. El agua detona contra las piedras y la bruma se esparce por todas partes. Dicen que la fumarola puede verse a más de 7 kilómetros de distancia. Y entre medio de ese ruido pavoroso, la luz plateada de la luna traza un tenue arco iris con las gotas del rocío.

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Fotos iguazú argentina Bajo la luz de la luna, el manto blanco de la Garganta del Diablo, el salto más importante del parque

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