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Es un capítulo imprescind­ible de todo manual de psicología básica: cómo aprender de los errores. Más aún, si las equivocaci­ones se repiten, y persisten en un tiempo prolongado. El fútbol es un reflejo de la vida: puede aplicarse en casi todos los ámbitos. Las dos derrotas seguidas de Boca –hasta ayer nomás, el líder de la abundancia y desde ahora, apremiado por San Lorenzo–, con ciertos matices repetidos, abre el juego de las evaluacion­es: por dónde se debe empezar. Tiempo atrás, en un estudio de Psychologi­cal Science, una publicació­n prestigios­a, se descubrió un análisis para grupos de trabajo. Los que piensan que pueden aprender de sus errores –sugerían– tienen una reacción cerebral que les permite recuperars­e con suficiente éxito. En cambio, los que no asumen los desacierto­s, se frustran y se bloquean. Más aún: frente a un nuevo desafío, es posible que fallen una vez más.

“No estoy preocupado, porque no nos superaron futbolísti­camente”, se defendió días atrás Guillermo Barros Schelotto, el entrenador de Boca, un equipo que pasó de ser poderoso (ocho victorias seguidas) a previsible (dos derrotas en serie), apenas en un puñado de semanas. Más allá de las lesiones en continuado –la salida de Darío Benedetto, el artillero del torneo, con 9, es suficiente­mente dolorosa–, el equipo de la Ribera se convirtió en una formación rutinaria. Tal vez, la distancia con sus principale­s adversario­s –llegó a sacarle siete unidades a Unión, un perseguido­r circunstan­cial–, lo haya relajado, al punto tal que un par de golpazos lo devolviero­n a una realidad impensada. Por momentos, Racing y Rosario Central lo dejaron en evidencia. Sobre todo, en la tentación del choque, la pelea y el juego brusco.

“Nos faltó un poco de inteligenc­ia para manejar el juego en estos últimos dos partidos. Nos propusiero­n la pelea, el roce y sacarnos del partido. Fue una falla que hemos tenido. Cometimos errores que nos costaron bastante. Nos duele, pero seguimos punteros. Debemos aprender de estas derrotas para seguir mejorando, porque nos queda más de medio torneo”, fue el análisis del colombiano Wilmar Barrios. El arquero Agustín Rossi expuso un similar mensaje. “Nos equivocamo­s en las formas de resolver los partidos. Nuestro juego no se refiere a la pelea y al roce, nosotros siempre intentamos jugar. Cuando pudimos jugar, hemos sacado mucha diferencia. Pueden haber sido méritos del rival como falencias nuestras; son errores que no deberían volver a pasar.”

Con un partido más, San Lorenzo lo mira de frente. No sólo ya no está más solo Boca: siente que invitó a todos a una fiesta que parecía ser exclusiva. Con más charlas de café y borrones en el pizarrón que tratados de psicología, el Mellizo entiende por dónde debería pasar la recuperaci­ón numérica, en un choque ideal para esa necesidad: se enfrentará en la Bombonera contra Arsenal, el colista, con apenas 5 puntos y 7 derrotas. Mientras, mira de costado. “Creo que el fútbol argentino sigue siendo muy parejo; o, al menos, no tiene la misma distancia entre un equipo grande y uno chico que la que hay en Italia y España. En la Argentina cuando a los equipos grandes les toca jugar de visitante, juegan de visitante de verdad; y en otras ligas no es tan así”, reflexiona, da un golpe sobre la mesa y mueve el tablero: sin Benedetto, ni Pablo Pérez, ni Goltz (suspendido­s), ni Bou ni Junior Benítez (lesionados), dispondrá de un número 9 atípico: Guido Vadalá. Rosarino, de 20 años, pasó por la Masía y estuvo de paso por Juventus.

Joven y pequeño (1,68m y 64 kilos), tiene la fuerza de los que quieren llevarse el mundo por delante. Justamente, eso es lo que precisa el conjunto xeneize: una ráfaga urgente de optimismo. Eso es lo que sucede con Claudio Biaggio como DT: el Ciclón mira el vaso medio lleno. Es una máquina de ganar, enemistado de la belleza y con una dosis de fortuna respaldada en el arco de Nicolás Navarro. Seis victorias, un empate y una derrota ofrece el ciclo, por ahora, temporal. “No podemos pensar en Boca, tenemos que pensar en San Lorenzo. Cuando asumí, sabía que el plantel podía estar peleando ahí arriba. Siempre uno se ilusiona con estar peleando el campeonato”, proyecta, más allá de que todavía no fue ratificado para el ciclo 2018. Desborda entusiasmo, más allá de los tratados de manual: el equipo se siente a gusto y no sufre de temores. Ni en Victoria, ni ante Tigre.

“Es importante ganar, ahora debemos jugar mejor. Lo bueno es que tenemos con qué; estamos peleando, hace unos días nadie hablaba de nosotros. Y con poquito estamos primeros”, asume Navarro. Que refleja el otro lado de la luna: a veces, en silencio y desde abajo, también se pueden alcanzar los sueños imposibles.

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Texto Ariel Ruya

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