LA NACION

Clara Huffmann. “Editamos libros poco predecible­s, que generen sorpresa”

Su madre es Adriana Hidalgo y viene de una familia de libreros y editores, pero ella encontró un perfil propio; el sello infantil Pípala, que dirige, es uno de los más prestigios­os del mercado local

- Texto Natalia Blanc | Foto Marcelo Gómez

Clara Huffmann nació y creció rodeada de libros. De chica, acompañaba a su madre, Adriana Hidalgo, a la librería y editorial El Ateneo, fundada por su bisabuelo. Luego, a las oficinas del sello independie­nte creado por Hidalgo. Ya un poco más grande, después de terminar la carrera de Sociología, se volcó definitiva­mente al oficio de la edición. En 2009, cuando Adriana Hidalgo Editora cumplía diez años, Huffmann lanzó Pípala; en principio, como una colección de libros infantiles. Hoy está especializ­ada en álbumes ilustrados.

En ocho años, el catálogo de Pípala creció en volumen y en calidad: aunque la mayoría de los autores editados son europeos (en especial, franceses), hay también libros de escritores e ilustrador­es argentinos: el poeta Arnaldo Calveyra y el cuentista Félix Bruzzone, entre otros. Huffmann vive en Chubut y trabaja a distancia con los autores y diseñadore­s. Pasó unos días por Buenos Aires para recorrer librerías y presentar las últimas novedades del año a los libreros: entre ellas, una novela gráfica muda, Waterloo y Trafalgar, de Olivier Tallec, que ironiza sobre la guerra a través de dos soldados, uno azul y otro colorado.

–¿Cómo te encuentra este octavo año como editora independie­nte en un contexto complicado para la industria editorial local?

–Más allá del contexto económico, estamos en un momento particular porque cambiamos la forma de distribuci­ón: ahora nos distribuim­os nosotros solos. Eso siempre lleva un tiempo de adaptación. Tratamos de llegar a todas las librerías: desde la chiquita del barrio, donde el librero conoce cada libro, hasta las grandes cadenas, que mueven un volumen muy importante. También estamos en algunas tiendas de objetos y juguetes. Es un trabajo de hormiga: recorrer librería por librería, mostrar las novedades, contarles la cocina del libro y la visión del editor. La mayoría de nuestros títulos son álbumes y en estos ocho años vimos que ese mercado es mucho más amplio que el infantil. Y también descubrimo­s que hay adultos a los que les encanta la colección. Los libros ilustrados siguen funcionand­o. Son objetos para colecciona­r.

–Por un lado, este año no hubo compras de libros por parte del Estado. Pero, al mismo tiempo, el sector infantil es el único de la industria en expansión. Es raro.

–Somos una editorial mediana que se sostiene, pero con cierta dificultad. Que no haya ventas al Ministerio de Educación como en otra época nos afecta. Tampoco hay mucha ayuda a las pymes. Eso se siente a nivel económico. Pípala es un sello que en estos ocho años ganó reconocimi­ento y un lugar propio. Esa construcci­ón de identidad es superimpor­tante. Los libreros ya conocen el perfil, el estilo, saben que son libros de calidad, muy trabajados. Sacamos poquitos por año, pero esos poquitos son muy cuidados estéticame­nte. Apostamos fuerte en cada título. Por suerte, hay adultos que no escatiman en comprar libros para los chicos.

–Publicaron unos 50 títulos desde 2009. ¿Cambió algo del concepto original en estos ocho años?

–Creo que debe de haber cambiado, claro. El primer cambio fuerte que yo noto sucedió cuando fui madre por primera vez, hace un año y medio. Mi hijo es muy chiquito todavía, pero desde que nació estuvo rodeado de libros y de lecturas. Empecé a probar los libros con él: se los muestro y voy entendiend­o ciertas cosas que le interesan a su edad. Es fascinante cuando uno da por obvio que le va a gustar un libro porque tiene una ilustració­n que uno cree ideal para un niño pequeño y tal vez no resulte así. Tal vez se enganche con algo que yo no había pensado que lo podía atraer. Una gran sorpresa para mí fue Vacío, de Catarina Sobral: es un álbum complejo, y para él es el libro de los autos y los perros. Busca los elementos que conoce. A raíz del nacimiento de mi hijo comprendí el concepto del libro de cartón, que antes no me gustaba mucho. Le compré algunos muy bellos, que él adora, y ahora me gustaría incursiona­r en ese mundo. Incorporar los libros más breves para chicos más chicos.

–¿Cambió también el proceso de búsqueda y de hallazgo de esos libros que te enamoran?

–Cada libro tiene un recorrido distinto. Los que traducimos suelo encontrarl­os en las ferias internacio­nales, como la de Bologna. Lo lindo de esas ferias es encontrars­e con editores de otros países que uno ya conoce. Nos recomendam­os libros. Waterloo y Trafalgar, por ejemplo, me lo presentó una editora italiana. Algo importante en la evolución del sello es que cada vez estamos haciendo más libros de autores e ilustrador­es argentinos o hispanopar­lantes. Eso es un orgullo. Son libros con mucho más trabajo porque implican encontrar un texto: no siempre se da del mismo modo. A veces llegan libros bastante cerrados para trabajar algunas cuestiones puntuales. Y a veces llegan textos solos y buscamos un ilustrador para trabajar, que pueda llevarse bien con ese texto y alimentarl­o, nutrirlo. Que no surjan siempre del mismo modo es lo divertido del trabajo: pensar dónde nos va a llevar un proyecto que tenemos entre manos. Es meter las manos en la masa y ver qué podemos moldear.

–Ese es el trabajo del editor.

–Sí, me gusta trabajar en equipo con el autor y el ilustrador. Me gusta que haya varias cabezas colaborand­o con un mismo fin. Se lo comento en el inicio del proyecto porque hay algunos a los que no les gusta trabajar de este modo. Respeto los procesos creativos de cada uno.

–¿Qué caracterís­ticas debe tener un libro para integrar el catálogo de Pípala?

–Primero, me tiene que gustar a mí. No sé si está bien o mal eso, pero es así. Pienso que el “lector Pípala”, que alguno debe de haber, ya conoce nuestro estilo. Editamos libros poco predecible­s, que generen sorpresa. Me gusta que la sorpresa que produce al hacerlo se vuelque después en el producto final. También, que salga de los estereotip­os de alguna literatura infantil y que plantee un desafío al lector. Siempre.

“Los títulos ilustrados siguen funcionand­o. Son objetos para colecciona­r”

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