LA NACION

Lisandro de la Torre, la escuela pública en el corazón de la reserva

Fue creada hace más de medio siglo; los alumnos son los hijos de quienes trabajan en esa estancia

- Gabriela Origlia

TRASLASIER­RA, Córdoba.– El futuro parque nacional Traslasier­ra será el único del país en tener una escuela pública; es que desde hace más de medio siglo funciona la Lisandro de la Torre, adonde asisten los hijos de las familias que trabajan en la estancia.

Ese establecim­iento educativo depende de la Municipali­dad de San Carlos Minas, ubicada unos 160 kilómetros al este de la estancia Pinas. “Les llevamos periódicam­ente materiales y los alumnos se realizan los estudios de salud en el pueblo”, señaló el intendente Cristian Frías.

La infraestru­ctura que alberga la escuela fue recuperada por la administra­ción de la herencia de Manubens Calvet, que no pudo hacer lo mismo con una capilla que había sido levantada por los jesuitas en el siglo XVIII.

“Lamentable­mente no logré la autorizaci­ón de la Justicia para reconstrui­r la capilla”, se lamenta José, sobrino del terratenie­nte, que murió en Traslasier­ra en 1981. En la casa central de la estancia, en tanto, todavía hay mobiliario que fue traído por los ingleses a fines del 1800.

El libro El solitario de Pinas, escrito por el historiado­r Raúl Larra (Editorial Colihue), cuenta que Lisandro de la Torre “comenzó a enamorarse” del campo en uno de los viajes que hizo a los Estados Unidos. A bordo de un barco conoció al inglés Santiago Lawry, quien fue dueño de ese extenso lugar hasta 1908.

En esa obra, el historiado­r Larra también señala que las tierras fueron “asilo de matreros y montoneras desde el colapso revolucion­ario de mayo”.

Después se asentó en el lugar el sacerdote Juan Felipe Singuney, “quien comenzó en 1883 la construcci­ón de un oratorio que habría de inaugurars­e cinco años después”.

Aníbal Viale, médico de Rufino, puso capital y se asoció a Lisandro de la Torre para el aprovecham­iento del bosque de Pinas. Se armó un obraje consistent­e en un “buen aserradero con máquinas flamantes. Se hicieron allí postes para tendido eléctrico, durmientes para ferrocarri­les y varillas de quebracho, que se vendían muy bien en toda la región cuyana. Con los desechos quedaba leña para quemar por toneladas”.

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