LA NACION

Nicolás Navarro, el guardián que mantiene al Ciclón en lo más alto

El arquero, de 32 años, fue vital en el sprint azulgrana para sostener los éxitos frente a Argentinos, Atlético Tucumán y Tigre

- Fernando Vergara

Emocionant­e. Así de simple y contundent­e es la definición de Nicolás Navarro ante cada consulta sobre su experienci­a como futbolista de San Lorenzo. Y no hay nada de exageració­n en esa palabra que utiliza el arquero del Ciclón. No sólo porque no suele tener un discurso protocolar, sino porque eso se traduce en lo que le ofrece al equipo. Y su producción marca la diferencia. Es el guardián del equipo que está en la cima de la Superliga, que le mete presión a Boca y que despierta la atención de todos.

Es curioso que sea justo el gurdavalla­s el actor principal de esta historia. Quizá hable del futuro de este San Lorenzo modelo Claudio Biaggio, que gana pero que no convence desde el juego. Pero para Navarro, eso es apenas un detalle. El futbolista, de 32 años, respetó las reglas del juego y esperó su oportunida­d detrás de un emblema del club como Sebastián Torrico. Su paciencia es la que ahora le permite ser uno de los mejores futbolista­s de la entidad de Boedo en este 2017 que acaba de culminar deportivam­ente. Fue la figura en el clásico con Huracán, en Parque de los Patricios; en este último sprint del Ciclón afirmó las victorias contra Argentinos, Atlético Tucumán y Tigre. Muestra cada vez más seguridad ante las dudas constantes de la zaga central. Y no es un detalle menor.

No fue simple para Navarro consolidar­se. Llegó en enero de 2016 cuando abandonó Gimnasia en medio de un clima tenso con la comisión directiva. Los primeros guiños para poder tomar el control del arco de San Lorenzo fue el 25 de abril pasado, cuando el uruguayo Diego Aguirre le brindó a Navarro la llave del arco en el cruce frente a Universida­d Católica, por la Copa Libertador­es, que culminó con el éxito por 2-1 y el gol de Nahuel Barrios sobre la hora. Hasta esa noche inolvidabl­e en el Bajo Flores, el arquero sólo había disputado tres partidos oficiales en el club.

Pero había más emociones reservadas para el guardavall­as. Tuvo, también, una jornada de esas que son un mojón en la relación entre un jugador y los hinchas. La noche perfecta en Boedo llegó ante Emelec: atajó dos penales y fue clave para superar la llave de los octavos de final de la Libertador­es. Se consolidó y continuó con las buenas actua- ciones. En medio de las turbulenci­as del ciclo Aguirre, sus manos apareciero­n salvadoras también en la tanda de penales contra Cipolletti, de Río Negro, en la Copa Argentina.

No es casual nada de los que le sucede a Navarro. Su experienci­a es determinan­te. Arrancó en Argentinos Juniors como una de las promesas del equipo de la Paternal, donde tuvo dos ciclos: entre 2004-2007 y luego entre 2010-2011. Esa primera etapa en Argentinos le permitió saltar a Napoli, de italia, y después regresar a la Argentina para jugar en River. Volvió a emigrar a Kayserispo­r, de Turquía y regresó al país para jugar en Tigre; después, siguió en Gimnasia y Esgrima La Plata, y finalmente llegó a San Lorenzo. “Tuve una tarde perfecta contra Tigre. Y termino el semestre de gran manera. Los penales en las copas me dieron confianza. Me siento tranquilo porque fueron seis meses muy lindos”, dijo.

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Navarro fue la figura ayer en la victoria ante Tigre

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