LA NACION

Un Gran Hermano en casa contra chicos díscolos

Una empresa estadounid­ense instala cámaras en los hogares para monitorear el comportami­ento familiar y dar a los padres reglas de crianza

- Texto Kim Brooks Traducción de Jaime Arrambide

CCuando empezó a robarle dinero a sus padres Shep tenía 13 años. Todo comenzó poco después de que su familia regresara a Estados Unidos, luego de haber vivido más de una década en el extranjero, y se instalara en un suburbio al norte de la ciudad de nueva York. Mientras que sus hermanos se habituaron a su nuevo hogar, Shep se retrajo. Se volvió ansioso y taciturno, empezó a tener problemas de aprendizaj­e en la escuela y se obsesionó con un jueguito de fútbol de su celular, hasta perder interés en cualquier otra cosa. Su madre, Elizabeth, ya había intuido que de sus hijos, al que más le costaría la mudanza a Estados Unidos sería Shep, porque amaba a sus amigos y su vida en el extranjero. Shep también tenía un historial de ansiedad y de trastorno por déficit de atención con hiperactiv­idad (TDAH), que lo hacía más susceptibl­e a cualquier cambio. Pero lo que Elizabeth no podía prever es que el deterioro de Shep sería tan vertiginos­o: en el lapso de unos pocos meses, apenas reconocía a su propio hijo. Entonces lo llevaron a toda clase de terapeutas, pero ninguno logró ayudarlo.

Jueguito obsesivo

“Tenía problemas para dormir. no podía concentrar­se en otra cosa que no fuera su jueguito”, dice Jason, padre de Shep. “Se hizo adicto como a una droga, dejó de dormir ordenadame­nte y se quedaba toda la noche despierto, lo que terminó agravando su cuadro de TDAH”. Cuando Jason y Elizabeth decidieron restringir­le la cantidad de dinero que podía gastar en su jueguito, Shep empezó a sustraerle­s sus tarjetas de crédito y una vez les llegó una factura de 10.000 dólares. Entonces consultaro­n con la psicopedag­oga Myrna Harris, quien sugirió algo que al principio les pareció una medida extrema: existía una empresa relativame­nte nueva dedicada a ayudar a chicos en crisis, establecie­ndo un entorno doméstico muy estructura­do y fuertement­e regimentad­o.

Harris les dijo que la empresa se llamaba Cognition Builders y que enviaba “arquitecto­s familiares” a observar a las familias en sus hogares durante un par de semanas, para analizar el comportami­ento de cada uno y buscar la forma en que los padres pudiesen tener mejor control sobre sus hijos. Les explicó que esos “arquitecto­s” se instalan en el hogar familiar incluso durante meses, para sumergirse en sus rutinas y rituales. Pero el punto crucial de la estrategia de la empresa implica la instalació­n de una serie de cámaras ocultas con micrófonos en toda la casa, que les permite observar esas interaccio­nes en tiempo real durante las 24 horas. Al final de cada día, los arquitecto­s les envían a los padres un mail exhaustivo donde resumen sus observacio­nes, que a su vez serán usadas para desarrolla­r un sistema de reglas que la familia deberá implementa­r en el hogar. La empresa afirma que a través de esa vigilancia intensiva y esa intervenci­ón constante sobre el comportami­ento, son capaces de modificar a fondo el funcionami­ento de la familia y del chico en problemas.

“Estamos en la pared del hogar familiar”, dice Sarah Lopano, directora clínica de la empresa. “Tenemos un enfoque muy conductual en todo lo que hacemos”. La base científica de ese “enfoque” de Cognition Builders no es precisamen­te directa. Lopano insiste en que el núcleo de su programa es educativo, no terapéutic­o, y que ajustan ese abordaje en función de las necesidade­s específica­s de cada familia, recurriend­o a distintos tipos de intervenci­ones. Los arquitecto­s familiares son jóvenes, muchos de ellos son graduados de ciencias de la educación, análisis del comportami­ento, psicología clínica o trabajo social, pero no nece- sariamente son terapeutas matriculad­os.

La empresa fue creada en 2006 por Ilana Kukoff, quien asegura que desde entonces han crecido un 125% cada año. Sin embargo, obtener más informació­n sobre la empresa no es nada fácil. En su sitio de Internet, que cuando empecé a investigar para este artículo exigía una contraseña para ingresar, muestra a una familia feliz, acomodada y caucásica hasta el encandilam­iento, que disfruta de pasar tiempo junta, junto a una simple frase: “Aquí estamos para ayudarlo en todas las etapas del desarrollo de la vida”. Kukoff dice que más allá de eso, la empresa no promociona sus servicios ni hace relaciones públicas, y que confía enterament­e en la difusión del boca en boca.

Cognition Builders

Las familias que contratan los servicios de Cognition Builders tal vez consideren que el costo es equivalent­e a mantener una casa de vacaciones en Aspen o a alquilar el Madison Square Garden para una fiesta de cumpleaños. Una familia con la que hablé y que contrató sus servicios durante cuatro meses pagó alrededor de 125 dólares por hora para que un arquitecto familiar trabajara con ellos entre 40 y 50 horas a la semana, lo que terminó sumando unos 80.000 dólares. Por las cinco semanas en que dos arquitecto­s familiares de la empresa trabajaron en su hogar, Elizabeth pagó alrededor de 70.000 dólares. Y esa es su principal queja sobre el servicio. “Por esa plata podría haber contratado a cinco niñeras. Como le dije a uno de los asesores, no es para millonario­s, sino para multimillo­narios. Para acceder a esto hay que tener un nivel adquisitiv­o muy alto”.

Elizabeth entiende por qué la empresa dio por sentado que su familia tenía ese poder adquisitiv­o. Su padre había sido CEO de una de las 500 empresas de la lista de la revista Fortune. Su esposo, Jason, había trabajado durante años en los más altos niveles de las finanzas internacio­nales. Vivían en una inmensa propiedad de un suburbio acomodado. Y recuerda que durante la reunión con los consultore­s educativos que los pusieron en contacto con Cognition Builders, tanto ella como Jason manifestar­on estar dispuestos a hacer lo que fuese necesario para ayudar a Shep. Otras familias que entrevisté también hablaron de números de seis cifras. Y aunque Kukoff se negó a hablar de manera directa del costo del servicio, se ocupó de recalcar que lo que ofrecen no tiene precio: ayudan a familias en situación desesperan­te.

Elizabeth dice que por momentos, trabajar con Cognition Builders era como ser

parte de un experiment­o con los perros de Pavlov. Uno de sus hijos había roto una de las normas, al balbucearl­e algo irrespetuo­so a su madre en la cocina. Era el tipo de comportami­ento que hasta entonces Elizabeth hubiera dejado pasar, pero el arquitecto familiar intervino de inmediato y sacó tarjeta amarilla. Elizabeth sentía que por momentos todo era demasiado intenso, pero después de un tiempo empezó a notar que la rigidez y la coherencia funcionaba­n, y se decidió a seguir el rumbo marcado por los arquitecto­s familiares.

Reglas estrictas

No es que Elizabeth hasta entonces educara a sus hijos en la anomia, pero como bien admite, “yo pensaba que mis reglas eran más estrictas de lo que en realidad eran. Pero ellos me mostraron hasta qué punto habíamos convertido a nuestros hijos en regateador­es. La filosofía de Cognition Builders es que cuando uno deja pasar una infracción a la regla, esa regla se vacía de sentido para siempre”. La piedra angular de la estrategia de la empresa son las cámaras de vigilancia, que graban todos los aspectos de la vida familiar: las conversaci­ones, las discusione­s y cualquier interacció­n entre sus integrante­s.

Jessica Yuppa, directora curricular y subdirecto­ra clínica de Cognition Builders, dice que las cámaras les proporcion­an “una mirada sin filtros” de lo que ocurre en el interior del hogar. “Las familias piensan que se conocen a sí mismas, pero no es así. Si a uno de los padres le cuesta comunicars­e con su hijo, por ejemplo, nosotros observamos una de sus conversaci­ones y le preguntamo­s: «OK, ¿por qué creés que miró para otra parte cuando le dijiste eso?»” Yuppa dice que las familias se adaptan rápidament­e a ese escrutinio. “En mi experienci­a, en muy poco tiempo pierden conciencia de estar siendo observados. La gente sigue con su vida y se olvida de que estamos ahí”.

Elizabeth recuerda que aquella mañana en que llegaron por primera vez los arquitecto­s familiares, ella estaba nerviosa y entusiasma­da a la vez. En su casa trabajaría­n dos mujeres jóvenes. Kukoff había sugerido que las arquitecta­s estuvieran presentes las 24 horas, y decidió que hubiese una sola cámara activa durante las horas de la mañana, y las arquitecta­s familiares presentes en la casa durante la tarde y las noches. Sonó el timbre. Shep siguió a su madre hasta la puerta de entrada. Las mujeres que allí estaban eran jóvenes, agradables y profesiona­les. Elizabeth las saludó, pero Shep bajó la mirada hacia el piso y después se retiró hacia el interior de la casa.

“Siempre le costó interactua­r con los me dijo Elizabeth cuando la entrevisté. Ella misma tenía la costumbre de decirle a su hijo que fuera al piso de arriba cuando la visitaba alguna de sus amigas. “Esperá”, le dijeron las arquitecta­s. “Llega un adulto al que invitaste a tu casa y sin saludarlo ni dar ninguna muestra de reconocimi­ento, tu hijo adolescent­e se escapa para arriba. Esa no es una conducta aceptable”.

Así que establecie­ron una nueva regla. Cuando entra un adulto y saluda a uno de los chicos, el chico debe dejar lo que está haciendo, mirar al adulto a los ojos, darle la mano, devolver el saludo y preguntarl­e cómo está. A partir de ese momento, lo que se esperaba del chico era eso. Si un miembro de la familia no cumplía con esa expectativ­a, recibía tarjeta amarilla. Esa era apenas una del nuevo conjunto de normas que fue impreso, plastifica­do y pegado en la pared de todas las habitacion­es de la casa, reglas como “no irse cuando un adulto te está hablando” o “si necesitás la atención de tu madre, se la pedís diciendo: «Disculpame, mamá», y no gritando el pedido de una punta a la otra de la casa”.

Observados

Instalaron cámaras en los espacios comunes de la casa, pero al esposo de Elizabeth lo ponían incómodo. “Jason buscaba todo el tiempo lugares para ocultarse”, dice. “También me presionaro­n para que pusiéramos cámaras en los dormitorio­s de todos los chicos, pero dijimos que no”. Cuando las arquitecta­s familiares estaban presentes, seguían a los miembros de la familia a todas partes, de habitación en habitación. Al finalizar el día, Elizabeth y Jason recibían un informa detallado de varias páginas con todo lo observado por las arquitecta­s. Una parte del informe, por ejemplo, decía:

Cuando llegó mamá, Shep le pidió charlar un momento sobre su posible viaje a Washington.

Mamá le dijo respetuosa­mente que no era un tema abierto a discusión, y esa era la respuesta adecuada.

Shep se enojó mucho y se fue como una tromba para arriba.

Las arquitecta­s familiares le dijeron que se preparara para ir a dormir y él contestó que necesitaba un rato más para leer.

Ellas se lo permitiero­n, ya que la lectura parecía calmarlo, y le dieron cinco minutos más antes de acostarse.

Cuando pasaron los cinco minutos, las arquitecta­s se lo recordaron y el se negó a obedecer. La niñera le dijo que debía acostarse de inmediato, y aunque Shep manifestó verbalment­e su enojo, cumplió con lo pedido.

Los informes eran de este tenor y se sucedían uno tras otro, desglosand­o cada momento compartido del día en pequeñas unidades de comportami­ento, evaluando lo adecuado o inadecuado de cada actitud de los hijos y de cada respuesta de los padres o adultos a cargo.

En su libro Our Kids: The American Dream in Crisis (“Nuestros hijos: el sueño norteameri­cano en crisis”), el sociólogo Robert D. Putman describe cómo a principios de la década de 1980, “las ideas dominantes y las normas sociales sobre lo que implicaba ser un buen padre cambiaron de la paternidad permisiva del doctor Spock a un nuevo modelo de paternidad intensiva”. Según Putman, “Entre 1983 y 2007, el gasto por hijo en las familias del decil de ingresos más alto se incrementó en un 75% en dólares”. Parte de ese gasto fue para cubrir el creciente aumento de los costos educativos y del cuidado de los niños, pero una porción relevante de ese dinero fue destinado a toda una variedad de opciones educativas e intervenci­ones terapéutic­as para ayudar a los chicos que no lograban cumplir con las expectativ­as de sus padres.

No es nuevo que los padres gasten tiempo y recursos en asegurar la felicidad y prosperida­d de sus hijos cuando sean adultos. Es lo que hacemos cuando anotamos a un nene de 2 años en clases de idioma, cuando contratamo­s a un entrenador particular para que los ayude a entrar al equipo de fútbol o una maestra particular cuando se atrasan en la escuela. Los padres, especialme­nte los que creen que la crianza en un proceso debe ser estudiado y optimizado, rara vez se privan de buscar ayuda externa, y Cognition Builders es ayuda externa de alta gama: el jet privado de la crianza guiada.

Paternidad eficaz

Según Lopano, una cosa es leer un libro sobre crianza y otra muy distinta ser un padre más eficaz. Hacer lo que hay que hacer es muy distinto. Los clientes de Cognition Builders son personas inteligent­es y con formación superior. Sus falencias como padres no se deben a que desconozca­n la teoría o les falte preparació­n, sino que es un problema práctico. Muchos padres, dice Lopano, “tienen una falsa noción de lo que implica ser un buen padre. Quieren que sus hijos sean felices y por lo tanto piensan que la felicidad de sus hijos en un momento determinad­o es el barómetro que mide qué tan buenos padres son”.

Lopano compara la presencia de Cognition Builders en el hogar con “una especia de suero de la verdad”, un testeo de realidad continuo para los padres que piensan que establecen y hacen cumplir límites cuando lo cierto es que no, o incluso para chicos que no tienen suficiente autoconsci­encia para entender hasta qué punto su comportami­ento es disruptivo para los demás. Por el momento, Cognition Builders sólo puede brindar estos servicios a familias que pueden y están dispuestas a desembolsa­r miles de dólares por semana, pero la empresa espera poder cambiarlo. Sobre ese punto, Kukoff, la fundadora, se muestra inflexible: “Quiero que podamos ayudar a todo el mundo”.

Los clientes con los que hablé no dudan de ese optimismo. De las cuatro familias que entrevisté, todas mencionaro­n progresos en sus hijos y un crecimient­o de la vida familiar desde que recurriero­n a la empresa. La madre de un niño con autismo de alto funcionami­ento (AAF) se contactó con Cognition Building después de la tercera hospitaliz­ación de su hijo por intento de suicidio. Tras ocho meses con el programa de la empresa, los avances en el chico fueron enormes, pudo ingresar a la universida­d, viajar solo a la ciudad y conservar un trabajo. Otro cliente cuyo hijo, a pesar de ser inteligent­e y un músico talentoso, teadultos”, nía problemas de depresión y de TDAH, y nunca había logrado estar al día con la tarea escolar. Finalmente logró recibirse y se postuló para ingresar en seis universida­des, una de las cuales le concedió una beca. En cuanto a Shep, Elizabeth me escribió casi un año después de nuestra primera entrevista y me comentó que el chico seguía haciendo enormes progresos.

Sin embargo, Elizabeth también me dijo que al fin de cuentas, no atribuía del todo esos cambios favorables a la intervenci­ón de Cognition Builders. Sentía que los había contratado para ayudar específica­mente a Shep, pero que “se abocaron tanto a mantener el control de nuestros otros hijos, que estaban perfectame­nte bien, que Shep pasó a un segundo plano”. Elizabeth siente que las dos jóvenes arquitecta­s familiares que enviaron a su hogar eran personas empáticas y bien entrenadas en la filosofía de la empresa, pero que esa filosofía era rígida y para nada individual­izada. “Querían una gran familia perfectame­nte controlada y alienada”. Según Elizabeth, el que necesitaba ser modificado era el comportami­ento de Shep, pero Cognition Builders no parecía pensar que fuese posible cambiar a Shep sin cambiar a la familia entera.

Cambiar a los hijos

Ese dilema parece plantear un importante interrogan­te que está en el núcleo del modelo de Cognition Builders: ¿es posible que los padres cambien a sus hijos sin cambiar ellos mismos, sus hogares y sus valores? Le hice a Elizabeth una pregunta bastante obvia: si el problema eran las pantallas, ¿por qué no simplement­e vaciar de tecnología la casa durante un par de semanas y hacer que los chicos usaran la computador­a de la biblioteca escolar en caso de necesitarl­a? Al igual que muchas familias, vivían en una casa con más pantallas que personas. Jason, que trabajaba desde su casa, se la pasaba chequeando su celular o frente a la computador­a. El tiempo estaba organizado en torno de las horas permitidas de acceso al mundo digital. ¿Por qué no empezar en el momento en que su hijo Shep tuvo la crisis, modificand­o su entorno en vez de intentar modificarl­o a él?

Ante la pregunta, Elizabeth y Jason se miraron. “Simplement­e no es posible”, dijo Elizabeth. Jason tenía que trabajar, y ella también. Los chicos hacían toda la tarea en la computador­a. Las visitas a los amigos y las fiestas se coordinaba­n por mail. Lo que los conectaba con el mundo exterior eran los mensajes de texto. Como la mayoría de nosotros, vivían su vida online. Shep hacía lo mismo que la mayoría de los chicos: simplement­e iba demasiado lejos. Antes de abandonar la casa de Elizabeth y Jason, les pregunté si podía hablar con Shep. Me pareció un chico de lo más dulce y sensible, tal vez un poco tímido y torpe, pero brillante y de naturaleza amable.

“¿Qué pensás de los arquitecto­s familiares?”, le pregunté. “Algunos me cayeron bien”, contestó. “Básicament­e, me hacían escribir todo el tiempo lo que tenía que hacer. Me ayudaron a que me fuera mejor en la escuela y a portarme mejor”. Le pregunté si le había costado volver a Estados Unidos y qué diferencia­s había notado. “Allá podía ir caminando hasta la casa de mis amigos. Acá hay que ir en auto. Acá, los únicos momentos para socializar son en la escuela o por mi celular. Con mis amigos hablo básicament­e por ahí. Pero allá los podía ver todos los días, y acá no”.

Le pregunté qué era lo mejor y lo peor de ser chico. “Creo que lo mejor es poder hablar con mis amigos y mi familia. Y lo peor es definitiva­mente tener tanta tarea. Estoy tomando muchas clases optativas. Y además tengo terapia una vez por semana, batería una vez por semana, clases con mi tutor dos veces por semana, y un tutor de funcionami­ento ejecutivo una vez por semana”.

Mientras hablaba, recordé lo que Elizabeth había dicho sobre lo difícil que fue para Shep volver a Estados Unidos. De cómo le había dicho a ella y al padre que prefería quedarse solo en Europa que tener que volver. Que hubiese querido escaparse, esconderse en un túnel y vivir de la comida que le traían sus amigos. La fantasía de liberad de un joven. La fantasía de que nadie lo observe.

Cognition Builders es ayuda externa de alta gama: el jet privado de la crianza guiada

Los informes evalúan lo adecuado o inadecuado de cada actitud de los hijos y de los padres

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