El gobierno de May tambalea por las negociaciones internas del Brexit
Una propuesta especial para Irlanda del Norte desató la furia en Escocia, Gales e Inglaterra, que piden igualdad de condiciones
MADRID.– Cuando uno acuerda un divorcio, la negociación es entre dos partes. El problema que tiene la primera ministra británica Theresa May es que no sólo tiene que acordar con los 27 de Bruselas, sino también con los territorios de su país y eso, a esta altura, es una verdadera pesadilla.
El más reciente dolor de cabeza estalló a partir del futuro de la frontera norirlandesa. Es ese uno de los puntos sensibles en la negociación del Brexit, tal como se conoce a la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
La mayoría de las partes –con Bruselas incluida– había llegado a un principio de acuerdo para que el superdivorcio no implicara el retorno de una frontera fría entre Irlanda e Irlanda del Norte. Una cuestión que, en el pasado, fue sinónimo de violencia en esa convulsionada región.
El problema es que esto implicaba un trato especial para el territorio de Irlanda del Norte que, como parte de Gran Bretaña, la diferenciaría de Escocia, Gales e Inglaterra.
May no había hablado de este asunto en voz muy alta y lo mantenía casi como una carta oculta. Pero el asunto se filtró a la prensa y a partir de allí, todo estalló. Ahora hay opiniones y criterios para todos los gustos, y el acuerdo pende de un hilo.
Entre todas las posiciones, la que a May más preocupa es la de un pequeño y pertinaz partido irlandés –el Partido Democrático Unionista del Ulster (DUP)– de cuyas diez bancas en el Parlamento depende nada menos que la continuidad en el cargo de la primera ministra.
Si no fuera por ese “pequeño detalle”, es posible que May ni se hubiese fijado en ellos. Pero el punto es que la aritmética parlamentaria los vuelve cruciales y son ellos, los del DUP, los que han dicho que no quieren saber nada de un trato diferenciado.
“A la hora de irnos, Irlanda del Norte debe abandonar la Unión Europea (UE) en las mismas condiciones que el resto de Gran Bretaña. Ni más ni menos”, sostuvo Arlene Foster, la líder del pequeño partido.
Lo dijo a través de Twitter, donde tiene cerca de 50.000 seguidores. Pocas veces una cuenta de ese tamaño armó semejante desbarajuste diplomático.
El no de los del DUP –y de sus diez bancas en el Parlamento– puso a May contra la pared y, técnicamente, en una situación de difícil solución.
Los esfuerzos para convencer a Foster no habían dado resultado anoche. Y eso que la cuenta que implica su apoyo parlamentario es más que abultada, con inversiones por más de 1000 millones de libras esterlinas en el Ulster.
Pero, de “diferencias” con el resto de Gran Bretaña de cara a la salida de la UE, no quiere saber nada.
May, que ya ha logrado avances en otros puntos del Brexit, está nuevamente bajo presión. Su intención de exhibir a mediados de este mes un principio de acuerdo sobre la forma y el precio del divorcio para, entonces, empezar a hablar de la futura relación parece esfumarse.
El no de Foster abre otros frentes. Por ejemplo, Londres, Escocia y Gales –que nunca tuvieron tanto entusiasmo por irse de Europa– reclaman ahora la misma posibilidad de continuar en el mercado europeo que, bajo cuerda, se le daba a Irlanda del Norte.
Esa, aunque compleja, podría ser una posibilidad para May, si no fuera porque le abre las aguas entre las menguadas fuerzas conservadoras. Ya hay diputados tories que se asociaron con los del DUP para rechazar cualquier intento de “flexibilización” del Brexit para Irlanda del Norte.
Pero para sumar al galimatías, la conservadora escocesa Ruth Davidson dijo exactamente lo contrario. A diferencia de sus pares de partido opuestos a la flexibilización, ella lo defiende.
“Si el alineamiento regulatorio en un número de áreas específicas es el requisito para la ausencia de frontera [con Irlanda], entonces la primera ministra debe entender que lo mismo debe aplicarse al conjunto del país”, sostuvo Davidson.
Los que vienen serán días difíciles para May. Hasta ahora fue capaz de sobrevivir a golpes durísimos. Pero anoche era difícil vislumbrar cómo podría salir adelante no tanto de los problemas con Bruselas, sino dentro de su propia casa. Que parecen peores.