LA NACION

La verdadera novedad de la reforma laboral

- María Victoria Murillo Columbia University (@VickyMuril­loNYC)

El proyecto de reforma laboral del Gobierno, cuyo tratamient­o parlamenta­rio se ha demorado, no es novedoso ni por su contenido ni por las concesione­s que resultaron de las negociacio­nes con la CGT. La novedad es la forma en la que se encaró la relación entre un gobierno no peronista y el sindicalis­mo peronista. Aunque los conflictos internos de la conducción sindical y el peronismo han demorado el tratamient­o legislativ­o de la reforma, el proceso sigue generando novedades si tomamos como parámetro las prácticas tradiciona­les de gobiernos no peronistas.

El proceso de negociació­n en sí mismo muestra que este gobierno no peronista ha prestado atención a las experienci­as anteriores, cuando intentos de reforma no negociada con los sindicatos terminaron en fracasos de alto costo político. Recordemos que Alfonsín intentó modificar la ley de asociacion­es profesiona­les con un proyecto que buscaba facilitar la competenci­a por la conducción de los sindicatos. Ese proyecto de ley que la historia ha asociado con el nombre de su entonces ministro de Trabajo, Antonio Mucci, colapsó en el Senado con el fatídico voto de Elías Sapag. De la Rúa repitió la experienci­a con una nueva reforma laboral que descentral­izaba los convenios colectivos y acababa con la “ultraactiv­idad”. La ultraactiv­idad mantiene vigentes los convenios colectivos de trabajo hasta que ambas partes acuerden un nuevo contrato colectivo. Esto permite a los sindicatos mantener condicione­s de trabajo acordadas en momentos en que los mercados de trabajo eran más favorables para ellos, al negarse a renegociar nuevos términos cuando la situación económica se haya vuelto menos propicia para los asalariado­s. Si bien esta reforma se transformó en ley, los procedimie­ntos turbios que implicó el proceso (que quedó envuelto en acusacione­s de compra de votos) hace que la conozcamos como “ley Banelco”. Su costo fue el colapso de la Alianza.

En contraste con anteriores proyectos de reforma no peronistas, la propuesta de Cambiemos tiene dos novedades. Primero, fue negociada con el sindicalis­mo peronista de la CGT. Segundo, no amenaza a los sindicalis­tas ni a sus organizaci­ones a través de la modificaci­ón de la ley de asociacion­es sindicales. Tampoco afecta su capacidad de negociació­n colectiva vía innovacion­es en la regulación de aquella o través de la erosión de la “ultraactiv­idad”, y ni siquiera impacta en las obras sociales sindicales (excepto para reducir la litigiosid­ad contra estas).

El proyecto de Cambiemos se cuida de amenazar al poder sindical al adoptar reformas que fueron previament­e consensuad­as entre los jerarcas cegetistas y su ministro de Trabajo, hijo de un dirigente sindical peronista. El acuerdo hace patente que, para el Gobierno, “los Gordos” de la CGT son un interlocut­or claramente preferible a la izquierda que crece en las comisiones internas de los sindicatos, no solamente por su moderación sino también por los esqueletos que guardan en el ropero y a los que se puede acudir selectivam­ente, como el Gobierno ya ha demostrado. Es por ello que sostenerlo­s con la negociació­n, además de mantener intactos los monopolios sindicales, es una estrategia que le resulta funcional.

Más allá del contenido de las concesione­s que resultaron del proceso de negociació­n y que permitiero­n al ministro Triaca sostener que “se mantuvo el espíritu” de la reforma y al líder cegetista Rodolfo Daer afirmar que salvaron “la integridad de los derechos laborales”, el proceso se encontró con el escollo de una división en la CGT liderada por Pablo Moyano. Esta división causó la reticencia del bloque encabezado por Miguel Pichetto a tratar el proyecto, dado su impacto potencial en la interna peronista, azuzada por el ingreso de Cristina Kirchner al Senado. El resultado es que la reforma no se ha tratado en el Congreso en los tiempos previstos originalme­nte por el oficialism­o. Esta espera afecta al Gobierno en su intento por demostrar que el apoyo obtenido en las urnas se puede traducir en políticas públicas que indiquen el avance de su “reformismo permanente”. Es decir, que se materialic­e en políticas que sirvan para convencer al empresaria­do de hacer realidad la esperada “lluvia de inversione­s productiva­s”, pese a la tasa de interés y al tipo de cambio. O, incluso si la gobernabil­idad de los próximos dos años se mantuviera a fuerza de deuda, para señalar su vocación por “hacer”, que será necesario demostrar en las próximas elecciones.

La interna sindical, centrada en la resistenci­a de los Moyano, ha sido asociada con estrategia­s empresaria­s del sindicalis­mo que crecieron durante el menemismo gracias a su participac­ión en los procesos de privatizac­ión. Más allá de la licencia de OCA, el impacto de la interna sindical sobre el recorrido de esta reforma demuestra que la oposición de Pablo Moyano es más costosa para los jerarcas cegetistas que la militancia de izquierda en las comisiones internas o las denuncias de las CTA que se confinan al sector público. Este conflicto se hace más visible ante la ausencia de un liderazgo que unifique las posiciones del peronismo. Dada la falta de coordinaci­ón entre las partes que componen el fragmentad­o peronismo, el costo para Pichetto de ejercer sus potestades legislativ­as parece haber aumentado.

Frente a este escenario, la conducción cegetista volvió a reafirmar su vocación negociador­a pese a las protestas de Pablo Moyano (y a la multitudin­aria marcha de oposición). Esta opción no sorprende porque la negociació­n ha sido su vocación histórica, incluso cuando a veces requiriera de demostraci­ones de fuerza, que no han solido ser ajenas a los tiem- pos electorale­s del peronismo. Si las políticas públicas no apuntan al control de sus organizaci­ones, los dirigentes cegetistas prefieren mantener una estrategia que les ha permitido sostenerse, probableme­nte, como el sindicalis­mo más poderoso de la región, navegando sobre las aguas del neoliberal­ismo de los años 90 y del populismo del nuevo milenio. El control de la protesta es una de sus herramient­as de negociació­n, pero va debilitánd­ose frente a la emergencia de otros actores que encabezan la movilizaci­ón social, aunque no necesariam­ente afecten el proceso productivo. Sin embargo, la estrategia del sindicalis­mo peronista no ha cambiado. Los gobiernos pasan, pero los sindicatos y, en la mayoría de los casos, los dirigentes sindicales quedan.

Las novedades, entonces, están en las opciones del Gobierno, que parece nutrirse de estrategia­s peronistas, tanto sea a través del uso de la negociació­n como de la amenaza a recurrir discrecion­almente al poder del Estado, sea a través del recuento de sindicatos, como anunció recienteme­nte el ministro Triaca, o de la regulación de correos privados. Vale preguntars­e, entonces, si nos espera otra novedad en este proceso, vinculada esta vez a los intercambi­os entre el moyanismo y el Gobierno, y a las narrativas que se usen para justificar­los. Los sucesos de los días venideros dirán, entonces, si es posible seguir sumando novedades al repertorio que define la relación entre el sindicalis­mo peronista y este gobierno no peronista de nuevo cuño.

El proyecto oficial se cuida de amenazar al poder sindical; adopta reformas que fueron consensuad­as entre los jerarcas cegetistas y el ministro de Trabajo

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