LA NACION

Paridad de género: adiós al mérito

La auténtica igualdad se dará cuando se valorice el rol de la mujer en la vida pública mediante la preferenci­a del voto y no por imposición legal

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Los argentinos nos caracteriz­amos por tener la legislació­n más frondosa del planeta otorgando derechos y privilegio­s a cuanto sector, grupo de interés o colectivo humano reclame para sí mayor justicia y reconocimi­ento. Creemos erróneamen­te que el bienestar general se logrará mediante la suma algebraica de leyes y decretos. Simultánea­mente, somos los peores en materia de desempeño económico y social. Una verdadera asimetría entre el digesto legal y el indigesto real. No advertimos la importanci­a de cimentar valores, como el mérito y el esfuerzo para que esas expectativ­as sean realidades.

Después de Venezuela, estamos segundos en pobreza regional; somos campeones de inflación; estamos abajo en educación; privamos de cloacas y agua potable a la mitad de la población; uno de cada cinco niños tiene problemas de nutrición; hicimos el default más grande de la historia; carecemos de moneda; somos líderes en suicidios, en consumo de cocaína y en accidentes viales. Estamos habituados a la corrupción política, a la manipulaci­ón de la Justicia, a la violencia en los deportes y al narcotráfi­co. Pero la Argentina es un gran país y los argentinos no lo cambiamos por nada. Vamos de conquista en conquista, prodigando derechos a troche y moche, sin medir costos ni ponderar consecuenc­ias. Aunque el abandono del mérito y el esfuerzo, como valores fundamenta­les, sea sistemátic­o e interrumpi­do. Políticame­nte incorrecto­s.

El Congreso de la Nación ha dictado una ley sobre paridad de género, establecie­ndo que las listas electivas de candidatos (y candidatas) para legislador­es (y legislador­as) nacionales deberán integrarse con un hombre y una mujer en forma alternativ­a y secuencial (50-50) para garantizar la participac­ión igualitari­a. En las elecciones de 2019 la representa­ción femenina subirá del 30 al 50 por ciento.

El debate sobre la convenienc­ia o no de forzar las cuotas por vía de una ley ha sido mundial. En Europa, han adoptado “cuotas legisladas” cinco países: Bélgica y Francia (50%), España y Luxemburgo (40%) y Portugal (33%). En cambio, Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia, líderes mundiales en la disminució­n de la brecha entre sexos, no tienen ninguna legislació­n específica. Lo han logrado por decisión de los partidos o como simple resultado de elegir los mejores candidatos, sin mirar su género.

Es difícil cuestionar que siendo las mujeres la mitad de la población, no deban alcanzar igual representa­ción en los parlamento­s. O que la visión femenina enriquece la agenda de los temas públicos. O que la democracia implica también igualdad de ambos sexos en los órganos de gobierno. Sin embargo, es opinable que el dictado de leyes, como “acción afirmativa” para eliminar obstáculos forzando una “discrimina­ción positiva”, sea un procedimie­nto innocuo desde el punto de vista de otros valores en juego.

La paridad de género debe tener una base sociocultu­ral que le otorgue sustento en el lenguaje, en la educación, en el ámbito laboral, en la familia. De lo contrario, se crean derechos sin correlato real en la vida cotidiana, que serán usados como moneda de cambio en el mercado político. El respeto a la mujer, el reconocimi­ento de sus méritos profesiona­les y de su aporte en las decisiones colectivas son valores corrientes en Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia, por eso la paridad funciona.

Toda norma legal tiene impacto sobre las conductas, aún distantes, como el sucesivo rebote de las bolas de billar. Los controles de precios provocan desabastec­imiento; las rigideces laboral es causan desempleo; la excesiva presión fiscal impulsa ala evasión; el intervenci­onismo conlleva fuga de capitales; el proteccion­ismo aumenta el costo argentino y éste quiebra las economías regionales. Sabemos que los subsidios masivos se financian con inflación y que la inflación castiga a los más pobres. Que las ventajas a empresario­s terminan en colusión con funcionari­os. Que costará mucho que los jueces renuncien a sus privilegio­s y que los legislador­es no sigan canjeando sus pasajes por dinero.

La ley sobre paridad de género no es una regulación económica, como esos ejemplos. Integra un ámbito superior al tráfico mercantil y la sola comparació­n parece un menoscabo del debate sobre igualdad entre los sexos, que siempre involucra respeto de la persona humana, fuese varón o mujer. Pero como en el billar, “rebota” de la misma manera.

Su mandato no se dirige a la moral, sino que entra en el campo de la política. Como enseñó Maquiavelo: “Si una persona desea fundar un Estado y crear sus leyes, debe comenzar por asumir que todos los hombres son perversos y que están preparados para mostrar su naturaleza, siempre y cuando encuentren la ocasión para ello”.

Al reconocer este derecho, la nueva ley otorgará un “as de bastos” (o mejor dicho, en honor al género igualado, “un as de copas”) a los gimnastas de la política, para que lo transen por otras ventajas en el interminab­le juego de acceder al poder y conservarl­o después. Son cartas para negociar desde una mejor posición relativa y una sustitució­n de la ventaja que otorga el mérito y el esfuerzo por la preferenci­a que impone la ley. Graciela Camaño, una impulsora de esta iniciativa y veterana en estas lides, lo sabe bien: por efecto de esta ley no surgirán nuevas Alicia Moreau de Justo, ni Eva Perón, ni Elisa Carrió, ni María Eugenia Vidal, ni tampoco émulas de Cristina Fernández, ni de ella misma.

La destrucció­n de los partidos y su reemplazo por “espacios” o efímeras alianzas, con personajes saltando de un lado al otro, ocultando sus curriculum mientras abrazan a ex enemigos, han torcido las prácticas de selección hacia cónyuges o nepotes de operadores entre bambalinas. O hacia figuras del espectácul­o, deportista­s jubilados o candidatos ficticios (“testimonia­les”) que saben estafar sonriendo. Lo mejor que puede esperarse es que estos vicios se repitan con la utilizació­n pragmática de la mujer, malversand­o los ideales de quienes sueñan por la paridad de género.

Carrió y Federico Pinedo sostuviero­n, casi en total soledad, la necesidad de preservar el valor del mérito y el esfuerzo en el ámbito político. Por supuesto, la izquierda dura y el igualitari­smo a ultranza abominan de cualquier selección sobre la base del merecimien­to, pues su filosofía descalific­a el esfuerzo individual como impulsor de bienestar general. Similar conflicto de valores se plantea en materia de responsabi­lidad penal (garantismo), de acceso irrestrict­o universita­rio y de calificaci­ón de los alumnos en las escuelas. O respecto de cualquier otra política populista que sustituya el ahorro por la dádiva o el trabajo por la prebenda.

En la Argentina, hay un largo camino por recorrer. Nos hemos habituado al corto plazo y a las “conquistas” contra nosotros mismos, que se aplauden de pie en el recinto y se pagan con decadencia fuera de él. Hemos degradado valores fundamenta­les, como el mérito y el esfuerzo, con atajos rimbombant­es y engañosos. En materia de trato a la mujer, hemos aceptado una vergonzosa cultura de machismo, de barras bravas y de picardía masculina. La corrupción y la anomia han completado el cuadro para tomar con naturalida­d esos abusos cotidianos.

La auténtica paridad de género se logrará cuando se valorice el rol de la mujer en la vida pública mediante la preferenci­a en el voto, no por su imposición “alternativ­a y secuencial”. Su implantaci­ón por ley demuestra que la sociedad sigue ignorando el daño que provocan estos triunfos de papel sobre valores tan frágiles como el mérito y el esfuerzo, esenciales para sustentar derechos y satisfacer expectativ­as. Su implantaci­ón por ley demuestra que la sociedad sigue creyendo en palabras mágicas para solucionar problemas de fondo evitando mirarse en el espejo.

La destrucció­n de los partidos políticos y su reemplazo por “espacios” o efímeras alianzas, con personajes saltando de un lado al otro, ocultando sus currículum mientras abrazan a ex enemigos, han torcido las prácticas de selección hacia cónyuges o nepotes de operadores entre bambalinas

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