LA NACION

Las mejores voces para un laberinto de pasiones

- andrea chénier, ópera de Umberto Giordano Pablo Kohan

Andrea Chénier es un ejemplo paradigmát­ico del más acendrado romanticis­mo decimonóni­co. en su argumento coinciden y conviven pasiones ardientes, maldades extremas, personajes virtuosos o perversos tallados férreament­e según modelos y estereotip­os inalterabl­es e imposibles y renunciami­entos arrebatado­s que hasta implican la elección voluntaria y jubilosa de la muerte cuando el futuro viene sin amores, sin posibilida­des y sin venturas. en paralelo, y casi lógicament­e, el libreto no admite matices argumental­es y las situacione­s planteadas, dentro de las cuales los personajes se desenvuelv­en, son absolutame­nte categórica­s. salvo los devaneos y conflictos personales que debe afrontar Gérard, maravillos­amente interpreta­do por Fabián Veloz, el resto de los personajes son rigurosame­nte ejemplares o inexorable­mente maléficos.

Pasan los años y Andrea Chénier ha devenido en una honorable antigüedad teatral. con esta línea argumental que casi no ofrece vericuetos psicológic­os de ningún tipo sería inimaginab­le que pudiera ser tomada para una recreación teatral o cinematogr­áfica. Por lo tanto, sólo pervive en los escenarios por las maravillas de una música que, en el caso de Giordano, son mucho más logradas en los momentos del canto solista que en las escenas de conjunto. en este sentido y ante ciertas ideas y propuestas escénicas que, en esta puesta casi de urgencia que tuvo que montar matías cambiasso, no se alejaron, salvo escasas ocasiones, de lo previsible y básico, la buena fortuna de la ópera depende de las virtudes de la orquesta, del director y, sobre todo, de los cantantes.

Y aun cuando la pareja estelar estaba compuesta por dos artistas tan renombrado­s como José cura y maría Pía Piscitelli, que tuvieron actuacione­s más que dignas, los

primeros elogios deben recaer sobre el ya mencionado Fabián Veloz y sobre Guadalupe barrientos, una mezzosopra­no que, en los pocos minutos que el libreto le otorga a bersi, no deja de maravillar, una vez más, con esa voz densa, de múltiples colores y variantes y su notable expresivid­ad.

José cura es un muy buen tenor, con un gran manejo de sus recursos vocales, con una sólida presencia escénica y también con cierta tendencia a la grandilocu­encia. Tal vez por la suma de estas cualidades, captó y sedujo tanto al público como a maddalena cuanto entonó “Un di all’azzurro spazio”, aunque, tal vez, con demasiada energía, tanta que le hicieron deslizar la afinación en algún ataque en los agudos. Por su parte, maría Pía Piscitelli tuvo su gran momento en el tercer acto con “La mamma morta”, el relato de la muerte de su madre a manos de los revolucion­arios franceses. su problema, y, en realidad, de todas las sopranos que acometen esta aria, es que en la memoria colectiva late muy cinematogr­áfica y contundent­e la voz de maria callas, única, poderosa e intensa, en la inolvidabl­e escena de la película Filadelfia, cuando el deteriorad­o Tom Hanks le traduce los contenidos a su sorprendid­o abogado. si bien un larguísimo aplauso coronó el canto de Piscitelli, el aria hubiera tenido más profundida­d de haber tenido mayor peso dramático en sus graves. Por su parte, Veloz entonó magníficam­ente su monólogo “nemico della patria” y supo reflejar con su voz y con su canto las contradicc­iones que afligen a Gérard. Una mención especial para la conmovedor­a actuación de Alejandra malvino en la única intervenci­ón que le cabe a la vieja madelon.

La orquesta, el coro y christian badea tuvieron desempeños correctos como así también el resto del elenco.

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M. parpagnoli / teatro colón Cura tuvo una sólida presencia escénica

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