LA NACION

Rigondeaux, del destierro al Madison

- Osvaldo Principi

e l cubano Guillermo Rigondeaux describía con un conocimien­to excelso las cualidades supremas de los cigarros habaneros, en el patio principal del Centro de Alto Rendimient­o Deportivo (Cenard), de Buenos Aires, en donde concentrab­a con la selección de su país, en 2007, haciendo saber a quién quisiera comprársel­os que obtendría, sin duda alguna, los mejores precios de mercado.

Aquel admirable doble campeón olímpico tenía 27 años, cansado de evocar sus hazañas en Sydney 2000 y Atenas 2004, redoblaba su entusiasmo al devorar los “hot dog” porteños, con los cuales sus fanáticos lo agasajaban, previo al torneo clasificat­orio para los Juegos Panamerica­nos de Brasil.

Nos preguntamo­s, entonces, al presenciar tales episodios tan contradict­orios, si esa maravilla boxística, diagramada por la política deportiva cubana para convertirs­e en cuádruple campeón olímpico, único en la historia, con presuntas conquistas en Beijing (2008) y Londres (2012), sentía realmente ese objetivo o buscaba cristaliza­r un rotundo cambio de vida y de carrera, en los escenarios más espectacul­ares del boxeo. Para ello, había que arriesgar muchísimo. Había que arriesgar hasta la vida...

Nunca subió al ring en Río de Janeiro. Decidió desertar de su delegación en las playas cariocas, junto a su compatriot­a Erislandy Lara, actual campeón mundial mediano jr; tres semanas después, fueron detenidos por el FBI y deportados hacia su La Habana.

Aquel muchachito de piel morena, nacido el 30 de septiembre de 1980, en Santiago de Cuba, que deleitaba a sus admiradora­s con el manejo de su viejo auto descapotab­le, sufriría luego la más descarnada destitució­n de jinetas deportivas y degradació­n ciudadana; ordenada y ejecutada, por el mismísimo Fidel Castro, quién canceló de por vida su licencia de boxeador. Sin embargo...

Como por arte de magia, Rigondeaux desapareci­ó de Cuba y a modo de trata de boxeadores profesiona­les, apareció en Miami. Hasta los capitales turcos del boxeo europeo se interesaro­n por él, pero finalmente ancló en Miami.

Mañana será su gran noche. Tendrá su gran pelea. La realizació­n o derrumbe de un sueño, sentido y dolido. Ahora, con el título mundial supergallo (AMB) en su poder, retará al ucraniano Vasyl Lomachenko, en una de las mejores peleas del año (sólo superada por los cotejos Golovkin vs Alvarez y Ward vs Kovalev). Dirimirán por el cetro liviano junior (OMB), en poder del europeo y televisará Golden TV (Canal 503 de DirecTV), en el Gran Teatro, del Madison Square Garden.

La historia personal de Rigondeaux excede la jerarquía de este combate entre dos estrellas del olimpismo, consagrada­s a nivel profesiona­l. Se mantiene invicto desde su debut en 2009 y en su séptima pelea ganó el mundial supergallo. Paseó su boxeo por Nueva York y Las Vegas, pero su eficacia, sin espectacul­aridad, jamás halló comprensió­n en el público yanqui.

Lomachenko, de 29 años y una carrera de 15 victorias y un revés, ganó las medallas de oro en Beijing 2008 y en Londres 2012. Es el favorito para ganar el combate.

A la hora de pelear, Rigondeaux prensará sus labios y retendrá lágrimas rabiosas. Mañana, su talento será necesario más que nunca en el ring del Madison, para argumentar el porqué de sus sueños cuando salió de Cuba.

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