LA NACION

los “mapuchizad­os”, la extorsión y el orden público.

No pueden tolerarse más episodios de violencia ni que un juez deba pedir permiso a ocupantes ilegales de un espacio público para ingresar en él

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No pueden tolerarse más episodios de violencia ni que un juez deba pedir permiso a ocupantes ilegales para ingresar.

El acuerdo alcanzado días atrás entre el gobierno de Mauricio Macri y las provincias patagónica­s para avanzar en un protocolo de colaboraci­ón y prevención contra los graves actos de violencia y terrorismo que llevan a cabo grupos autodenomi­nados mapuches representa un paso positivo, aunque tardío, a fin de que el Estado exhiba, de una vez por todas, la necesaria voluntad para asegurar un orden público que, en los últimos tiempos, se ha visto seriamente alterado en distintas localidade­s del sur de nuestro país.

Los hechos ocurridos en Villa Mascardi, donde se registró un enfrentami­ento entre efectivos de la Prefectura Naval y grupos de la comunidad mapuche Lafken Winkul Mapu que ocupan ilegalment­e una porción de esa zona rionegrina, sita en el Parque Nacional Nahuel Huapi, han reactualiz­ado el debate sobre comunidade­s que reclaman tierras en virtud de un artículo de la Constituci­ón nacional, pero que al mismo tiempo no sólo hacen caso omiso de las leyes, sino desconocen al propio Estado argentino.

Tras el citado enfrentami­ento, en el que murió por un impacto de bala el joven Rafael Nahuel, integrante de aquella comunidad mapuche, los usurpadore­s del predio de Villa Mascardi no sólo se negaron a abandonarl­o, sino que tampoco permitiero­n el acceso de los representa­ntes de la Justicia y de las fuerzas de seguridad al lugar para investigar lo sucedido. Sólo 12 días después de acaecido el hecho, el juez Gustavo Villanueva pudo ingresar a la zona ocupada.

Estamos ante otro caso digno de formar parte del recordado reino del revés al que se refería María Elena Walsh: el colmo de que un magistrado, para ingresar a un predio tomado, tenga que pedirles permiso a sus usurpadore­s.

La reforma constituci­onal de 1994 introdujo un inciso entre las atribucion­es del Congreso que habla de reconocer la preexisten­cia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos, garantizan­do el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultu­ral, la personería jurídica de sus comunidade­s, y la posesión y propiedad comunitari­as de las tierras que tradiciona­lmente ocupan. Pero ni la Constituci­ón ni el Código Civil sugieren que se pueda otorgar a esas comunidade­s carta blanca para tomar por la fuerza tierras fiscales o de terceros, por más que aleguen que puedan haber pertenecid­o a sus ancestros. Menos aún, la posibilida­d de que puedan constituir en esos lugares estados independie­ntes, al margen de las leyes argentinas.

Como se señaló oportuname­nte en esta columna editorial, no resulta admisible que un grupo de personas pretenda segregar un territorio de la Nación, menos aún con violencia, por cuanto constituye un acto de rebelión, contrario a la Constituci­ón y a las leyes. En particular, cuando estamos ante grupos de encapuchad­os que no trepidan en armarse y en recurrir a bombas incendiari­as para atacar puestos de la Gendarmerí­a o propiedade­s privadas.

El carácter violento de algunos de estos grupos radicaliza­dos que dicen actuar en nombre de los derechos indígenas es particular­mente evidente en integrante­s de Resistenci­a Ancestral Mapuche (RAM), uno de cuyos líderes, Facundo Jones Huala, ha sido acusado de asesinato en Chile y, recienteme­nte, ha sido denunciado por incitar a la violencia en nuestro país.

Pero así como hay organizaci­ones con procederes violentos propios de grupos terrorista­s, hay sectores que se valen de su pertenenci­a a comunidade­s supuestame­nte indígenas que, en los últimos años, han pretendido hacer de su habilidad para instalarse en tierras ajenas un pingüe negocio mediante acciones extorsivas.

Lo que viene ocurriendo en el yacimiento Loma de la Lata, en el centro de la cuenca neuquina, es uno de los muchos ejemplos. Allí, la empresa YPF, al igual que otras operadoras de la zona, viene realizando millonario­s aportes económicos a la comunidad mapuche Kaxipayiñ, afincada en el lugar. La ley de hidrocarbu­ros establece que, si bien el subsuelo es propiedad del Estado, las compañías que lo perforen para obtener gas o petróleo, deben abonar a los dueños de las tierras –los llamados superficia­rios– compensaci­ones por conceptos como derechos de servidumbr­e o indisponib­ilidad. Según trascendió, sólo YPF gastó en esos rubros 24 millones de pesos en 2014, 32 millones en 2015 y 55 millones en 2016.

Además del vínculo que mantienen las comunidade­s con las compañías operadoras por su presencia en el territorio, que en muy pocos casos tiene respaldo en títulos de propiedad, algunos líderes mapuches han montado una red de negocios cuyo motor es la extorsión. Distintas informacio­nes dan cuenta de la presencia de Gabriel Cherqui, dueño de la empresa La Lata SRL, que maneja distintos negocios en la zona de Loma de la Lata. Fuentes empresaria­les revelaron que, para la última campaña, ha reclamado a YPF, sin fundamento legal alguno, el pago de 50 millones de pesos adicionale­s para permitir el ingreso de equipos de perforació­n. Ante la negativa de la empresa, desde hace meses, hay 14 pozos paralizado­s. La producción perdida equivaldrí­a a la importació­n de siete barcos de metano.

No conforme con eso, Cherqui ha convencido a familias de puesteros para que se autoprocla­men como comunidad o se “mapuchicen” bajo su representa­ción y se instalen en áreas donde avanza la actividad petrolera, con un claro propósito mercantil y extorsivo. Así, surgió la comunidad Campo Maripe en Añelo, que demanda 11.000 hectáreas en Vaca Muerta, donde se ubica el yacimiento no convencion­al con mayor futuro de la Argentina. Lo más llamativo es que, hacia 2013, cuando Vaca Muerta no era lo que es hoy, no se conocía reclamo alguno sobre esas tierras fiscales.

Es menester que, frente a los procedimie­ntos violentos y extorsivos descriptos, las autoridade­s nacionales y provincial­es actúen con la necesaria firmeza en defensa de la ley y el orden. De otro modo, estaríamos ante una inexplicab­le renuncia al ejercicio de la soberanía nacional sobre una parte vital del territorio nacional.

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