LA NACION

El placer de usar ropa que jamás estrené

- EL tEStiMonio Pablo Lisotto LA NACIoN

Después de años de dejar en segundo plano cuestiones relacionad­as con mejorar mi calidad de vida, en noviembre del año pasado decidí ir a una nutricioni­sta. Pero más allá de la calidad profesiona­l que encontré en ella, creo que la clave de mi éxito fue mentalizar­me en cambiar mis hábitos alimentici­os y bajar de peso de verdad y para siempre.

Desde entonces, cada paciente que llegó a su consultori­o por recomendac­ión mía y quería “bajar como Pablo”, ella les dijo que primero debían tener mi fuerza de voluntad y mi perseveran­cia. Para resumir: la clave de mi éxito fue tomar esa decisión en la cabeza antes de encontrar a la profesiona­l adecuada.

Sostener los cambios fue lo más sencillo. Porque jamás estuve “a dieta”, sino que modifiqué mis hábitos alimentici­os. Por ejemplo, antes no desayunaba, o no probaba bocado por 16 horas, desde la cena hasta el almuerzo del día siguiente. No se me ocurre volver a hacer esa locura.

Tal vez una gran ayuda fue relajar y comer “mal” cada tanto, por ejemplo, en invierno, cuando el cuerpo me pide un chocolate. Comprobé que la prohibició­n le hace mal a la cabeza. De 96 kilos bajé a 81 y ahora estoy estabiliza­do en 83. Cuando paso de 84 (mi nuevo peso tope), inmediatam­ente ajusto las clavijas por una semana.

Desmiento que se baja de peso haciendo sólo deporte. En 2015, y con 97 kilos, corrí cuatro media maratones y seguí pesando lo mismo. La clave es la fusión entre comer bien, descansar mejor y entrenarse adecuadame­nte.

Lo más importante es que reduje a la mitad mi grasa visceral (la más peligrosa de todas) y de iniciar con porcentaje­s iguales de músculo y grasa, hoy, un año después, el primero duplica a la segunda. Eso es mucho más importante que el numerito que marca la balanza, porque significa que fue una disminució­n de peso prolija, controlada y adecuada.

Lo peor de todo fue desprender­me de ropa que sé que nunca más voy a usar (XL o XXL), aunque como premio puedo ponerme camisas y pantalones que jamás pude estrenar.

Tal vez, una gran ayuda fue relajarme y comer “mal” cada tanto

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