Tiempo de balance. Metas alcanzables, la clave para evitar la decepción
Los expertos lo recomiendan, sobre todo, a la hora de proponerse bajar de peso y de hacer más actividad física; las historias de quienes lograron los objetivos que se fijaron
Diciembre es el mes de los balances. Mientras que muchos se enfrentan a la decepción de no haber logrado nada de lo que se propusieron cuando empezaba el año, Mariana Flink siente lo contrario, una satisfacción plena. Se fijó tres metas: dejar de comer carne vacuna, hacer más ejercicio y trabajar menos. Y, hoy, la invade un cosquilleo cuando cuenta que termina 2017 con los propósitos cumplidos.
“Me propuse objetivos alcanzables y de corto plazo, con la idea de ir llegando a pequeños logros. Y generé herramientas para mantener los avances. Por ejemplo, hice un curso de sushi y aprendí a hacerlo para tener más opciones en casa. Con la gimnasia, no me obligué a quedarme con una clase que no me gustaba hasta llegar a detestarla, como me pasaba habitualmente, sino que fui probando diferentes. Y también, pude organizar mi forma de trabajar”, cuenta, orgullosa.
Es sustancial la diferencia de ánimo entre los que alcanzaron sus objetivos y aquellos que no. Según un estudio que hizo la consultora Voices sobre cuánto cuesta cambiar hábitos, para el lanzamiento de la plataforma “Revolución saludable”, nueve de cada diez argentinos consideran que deberían hacer modificaciones para llevar una vida más saludable. Sin embargo, sólo lo intentó el 70 por ciento. Apenas la mitad de estos lograron sostenerlo en el tiempo. Es decir, de cada tres personas que creen que necesitan un cambio, sólo dos lo intentan y apenas uno lo consigue.
“Ponerse metas demasiado altas y lejanas, no tener en cuenta nues- tra realidad, nuestras limitaciones y nuestro entorno es condenarnos a la sensación de fracaso al finalizar el año. En el estudio vimos que quienes impulsan pequeños cambios, como usar las escaleras en vez del ascensor, caminar en lugar de tomarse el colectivo, elegir la verdulería antes que el quiosco, son los que al final logran transformar sus hábitos”, afirma Jorge Tartaglione, miembro de la Sociedad Argentina de Cardiología e impulsor del estudio.
La joyera Bettina Greiser, de 44 años, terminó 2016 con un desafío personal: cambiar de hábitos alimentarios para bajar esos 15 kilos de más que había ido ganando en los últimos años. Buscó un nutricionista y cambió su alimentación. Empezó a salir a caminar con dos amigas: tres veces por semana dan la vuelta completa al Golf de San Isidro. Sus hijos, de 17, 14 y 9 años la ayudaron a sostener la meta. Su marido y sus amigas le sirvieron de cómplices. Pero la mayor motivación fue ver día a día los resultados. El placer de que la ropa le quedara grande, de tener que comprarse prendas más chicas y de recuperar aquellas que no se ajustaban a su anterior cuerpo. En fin, de sentirse liviana y mucho mejor con ella misma. “Ya bajé 13 kilos, todavía me faltan dos, pero sé que lo voy a conseguir”, dice.
La brecha
De los que se propusieron bajar de peso (el 24%), apenas el 16% hizo algo al respecto. Y sólo el 10% lo logró. Significa que en cuanto a este objetivo, el 14% de los argentinos cierra el año sin haber conseguido su objetivo de ponerse en forma.
Algo parecido ocurre con la actividad física: el 28% se propuso hacer más ejercicio, el 15% lo intentó y sólo el 9% lo consiguió.
Una de ellas es Estela Ledesma, que entre los dos años y los 17, recuerda haber bailado cada día de su vida. Pero, cuando se mudó de Santiago del Estero a Buenos Aires, y se anotó en la facultad, la actividad física y el contacto con su cuerpo quedaron en un segundo plano. En medio se recibió, se casó, tuvo tres hijos y se separó. Hace poco más de un año sintió la necesidad de volver a conectarse con eso que la llenaba de energía y alegría, cuando era una niña: bailar. Había quedado con 93 kilos después del último embarazo y, luego de separarse, pasó a pesar apenas 40 kilos. Tiempo después se estabilizó, pero no le quedó nada de fibra muscular. Por eso, les propuso a unas vecinas organizar clases de zumba en el SUM del complejo donde vive. Más de 20 mujeres se sumaron y desde entonces, todos los martes y jueves, Estela vuelve a bailar. Además, sus compañeras del trabajo la invitaron a participar de clases de crossfit. Y ahora, todos los días, incluso los sábados, antes de ir al trabajo toma un entrenamiento intensivo que la hace sentir que a sus 43 años está más viva que nunca. “Siento que logré mi objetivo. Me reencontré con mi cuerpo desde un lugar de alegría. Ahora, hasta el humor y la energía me cambiaron”, cuenta.
“Aunque la mayoría intentó cambiar hábitos en los últimos meses, existe una brecha entre quienes dicen necesitar un cambio, los que lo realizan y quienes llegan a sostenerlo. La falta de voluntad y de motivación es el principal obstáculo que encuentran los argentinos para cambiar hábitos”, concluye Tartaglione.
La pregunta, entonces, es: ¿por qué, a pesar de que en teoría sabemos cuáles son los alimentos sanos, huimos de los fritos, los enlatados y la comida chatarra, comemos cada vez peor? “El conocimiento no produce cambios en la mesa de los argentinos, sino la motivación –dice el decano de los nutricionistas, Alberto Cormillot–. En todos estos años de ayudar a personas a bajar de peso he aprendido que quienes encuentran resultados no son los que saben cuántas calorías tiene cada alimento, sino aquellos que están motivados. En cambio, las personas desmotivadas sólo encuentran explicaciones para justificar que están como están”.