para crecer, el fútbol argentino puede nutrirse de sus ejemplos
En estas últimas semanas me preguntaron varias veces si el acceso a las finales de las copas continentales de Lanús e Independiente, dos conjuntos con un estilo muy definido de entender el juego, es indicativo de una mejoría del fútbol argentino, y me parece un buen punto de partida para la reflexión.
Creo que no se puede analizar todo con la misma lógica. Por un lado, la llegada a una final en una competición corta o un éxito puntual no es igual que la consagración en un torneo anual. En el fútbol, los episodios aislados son relativamente frecuentes, no sólo en Sudamérica. Ahí tenemos los casos recientes de Independiente del Valle, Atlético Chapecoense o el Alavés español jugando una final de Copa del Rey.
Por otra parte, no siempre hay que medir el éxito como consecuencia de la coherencia, el diseño o la planificación. El fútbol tiene tantos componentes que a veces se puede ganar hasta sin patear al arco, y por eso tomar el resultado como un absoluto, sin considerar todo lo que ocurre alrededor, no deja de ser una trampa en la que solemos caer.
Sin embargo, los dos casos que nos ocupan tienen algunos puntos en común que invitan a cierto optimismo. Lo de Lanús es diáfano. Un club concebido desde la austeridad, que apuesta por la continuidad de los entrenadores y de una línea futbolística, y que trabaja muy bien la cantera, lo cual le permite vender para subsistir y, al mismo tiempo, crear un sentido de pertenencia que fomenta el retorno de aquellos que en algún momento emigraron.
La entidad granate es, sin duda, un modelo por imitar que de hecho ya se repite en otras instituciones. Ahí está el caso de Banfield, donde permanentemente debutan chicos de las inferiores y que también ha obtenido algunos logros.
Independiente, a su vez, venía buscando con Almirón, Gabriel Milito o incluso Pellegrino, un cierto molde para el juego del equipo, hasta que dio con el entrenador ideal. El plus de ser hincha le permitió a Ariel Holan recuperar valores relacionados con la identidad del club –otra vez la pertenencia-, que sumados a un método de trabajo muy concreto y una idea muy clara generaron una plataforma que facilita a los protagonistas el despliegue de sus mejores cualidades.
Si en Lanús un jugador se siente cómodo y seguro para demostrar lo que sabe gracias al trato cotidiano que recibe por parte de la institución y de sus dirigentes; en Independiente hoy el futbolista siente que su técnico lo invita a jugar, a atreverse, a lucirse, y eso genera una fe colectiva que no se ve alterada porque alguno de ellos tenga una mala tarde.
Ambos casos pueden ser ejemplos por seguir, pero hay que entender también cuál es la realidad y la idiosincrasia de cada club del fútbol argentino, un ámbito donde los entrenadores deben lidiar con múltiples factores externos negativos: jugadores que se van en la mitad de un torneo, planteles que se desarman, barras bravas o la exigencia de triunfos permanentes.
No es exclusivo de nuestro país: toda Sudamérica padece casi los mismos males. Todos somos países exportadores, expuestos a los ojos de los buscadores de tesoros, y en todos los casos, los técnicos se ven sometidos a la misma batalla de rearmar sus equipos sin contar con grandes estrellas, lo cual explica muchas veces que los resultados no sean consecuentes con su trabajo de cada día.
También a la Copa Argentina le cabe una mirada semejante. Es otra competición corta, y por lo tanto, repite ciertos parámetros: a la instancia decisiva puede llegar un equipo inesperado y el campeón puede ser fruto del desarrollo de un proyecto, pero no necesariamente.
En ese sentido, a la consagración de River debe dársele su verdadero valor. Todos sabemos que las fichas y la ilusión estaban puestas en otro lado, pero ser campeón de un torneo importante es un mérito y nunca un consuelo. Aunque al mismo tiempo, a nadie le escapa que es un equipo que recibió un golpe letal con la marcha de Alario y Driussi y que todavía está en proceso de reconstrucción.
River cuenta con la ventaja de tener un técnico, Marcelo Gallardo, que ataca los problemas enseguida y sabe lo que debe hacer, aunque a veces no le encuentre la vuelta con la rapidez que exigen los hinchas. El título, sin duda, le dará más tranquilidad para seguir buscándola.
Y un reconocimiento especial para Atlético Tucumán, un equipo que ha hecho posible lo que parecía imposible: mezclarse entre los poderosos sin tener grandes cracks.
El plus de ser hincha le permitió a Holan recuperar valores relativos a la identidad del club