LA NACION

EL CAÑÓN DE VERDON, UNA MARAVILLA NATURAL

Menos conocidas que la maravilla del Colorado, las Gargantas del Verdon se extienden por más de 30 kilómetros con profundida­des de hasta 700 metros

- María Fernanda Lago

Si al paisaje se le quitara el sonido de las chicharras y esos autos que cada tanto cruzan por los caminos, uno podría creer que desde el mirador de Bauduen contempla una pintura. Un cuadro de dimensione­s que exceden la pared de cualquier living, con una naturaleza que varía entre acantilado­s, picos como el Mourre de Charrier con 1930 metros de altura, y el color intenso de sus lagos: Castillón, Esparron, Quinson y Sainte Croix, el más grande de los cuatro que hace inevitable la parada en este mirador.

Con 33 kilómetros de largo y profundida­des que llegan a los 700 metros, se considera a Verdon como la garganta más famosa de Europa. Al sur de Francia, entre los Alpes y el Mediterrán­eo, queda a poco más de 100 kilómetros de Niza o Cannes en un área protegida desde 1990 y declarada Parque Natural Regional en 1997.

Verdon es el parque, es el río que talló al cañón, y son los tonos de la naturaleza que resaltan en el paisaje. Las profundida­des del agua respetan la misma paleta y suman el turquesa de los lagos, que por momentos se ve celeste como helado de crema de cielo. El Gran Cañón o las Gargantas del Verdon son dos maneras de llamar a este lugar. Para evitar confusione­s es bueno saber que donde se lea uno u otro, se habla sobre lo mismo.

Abierto todo el año

No tiene horario de apertura y cierre, no se paga entrada, ni hay un acceso definido por barreras o un cartel sobre una arcada que diga Bienvenido­s. Al Gran Cañón del Verdon se llega desde la Costa Azul por la vía D952, sin reducir la marcha, aunque durante el recorrido den ganas de parar cada 100 metros a contemplar las vistas. Porque lo cierto es que no importa si hay diez o quince puntos panorámico­s, todo el trayecto es un gran mirador.

De todas formas, conviene llevar ubicados en un mapa algunos lugares que no habría que pasar por alto en el asombro del momento. Si bien las carreteras son seguras y aptas para los que sufren de vértigo, tampoco es cuestión de pegar frenazos y tirarse del auto. Entre los nombres a apuntar debería estar Point Sublime, un mirador de piedra y dos barandas hacia el abismo, que como su nombre bien describe impacta; y las orillas con arenas más amplias en playa De Galetas y Les Salles Sur-Verdon. El resto es entregarse al paseo.

Área protegida

Sophie trabaja en la oficina de turismo. Mientras separa los folletos con informació­n sobre las rutas y actividade­s que ofrece el parque, explica que hay cinco diques que interrumpe­n el cauce del río y forman los lagos. Sí, esos lagos que parecen pintados son artificial­es. En un español afrancesad­o advierte que sólo se permite el uso de botes con pedal, remo o eléctricos, para evitar la contaminac­ión, y comenta: “Con un promedio de 800.000 visitantes al año, es necesario preservar el área”.

La historia de este paisaje tiene millones de años de una transforma­ción natural que comenzó en el período triásico, y un toque final que le dio la intervenci­ón del hombre con la construcci­ón de represas para abastecer de agua potable a la región. De punta a punta, el río Verdon recorre 165 kilómetros. Nace cerca del pico Allos, en el macizo de Trois Eveches, y desemboca en el río Durance. La obra más importante que lo interrumpe es la del dique de Sainte Croix, un proyecto que en 1973 ahogó la historia de Les Salles Sur-Verdon, el pueblo tuvo que mudar sus casas y habitantes a una orilla cercana donde se encuentra hoy.

A la altura de Sainte Croix du Verdon y al costado del camino D111 hay una fila de autos estacionad­os sin gente alrededor. No hay playas a la vista, pero esos autos deschaban cualquier acceso por más secreto que sea. En el ambiente ya se oye el sonido ensordeced­or de las chicharras, y entre una vegetación tupida que tapa el paisaje aparece una pareja con sombreros de paja y ropa playera. A medida que se baja por los escalones que forman las raíces expuestas de los árboles, se empieza a ver el color esmeralda del agua que contrasta con la arena clara.

Al cañón se lo puede escalar, navegar o recorrer sobre ruedas. Las rutas son varias y se ajustan a cada gusto. Si la idea es recorrerlo en auto hay un circuito de 130 kilómetros, que une las localidade­s de Moustiers y Castellane, y aunque parezca breve toma 4 horas. Si se elige el senderismo hay vías señalizada­s, que varían entre 5 y 14 kilómetros, con diferentes niveles de dificultad. Para quienes prefieran las actividade­s acuáticas, en las playas de Galetas, Les Salles Sur -Verdon o Quinson alquilan botes eléctricos, a pedal y canoas.

El centro de las cerámicas

Al momento de planificar una visita al cañón se puede elegir entre pasar unatardeyq­uedarsecon­ganasdevol­ver, o tomarse unos días y hospedarse en los pueblos Valensole, Riez, Bauduen y Castellane. El caso de Moustiers Sainte Marie, un poblado al pie de una grieta del acantilado, cuenta con un plus. A parte de su oferta variada de restaurant­es y hoteles, es la capital mundial de la cerámica.

Las veredas son tan angostas que resulta difícil mantener el equilibrio sin bajar al pavimento, más aún cuando hay que compartir espacio con los negocios que exponen sus productos a la calle. Aceites de oliva, aromatizad­ores de lavanda, jabones de miel, macetas y una serie de artesanías en cerámica decoran, y se ofrecen, por las calles. Cada tanto un bar, una pizzería, un puente o una cascada interrumpe­n el paseo comercial rodeado de flores, de turistas, de señoras que van a hacer las compras y se paran a hablar sin prisa, al ritmo de pueblo.

Leerunmenú­porestazon­aescom- probar la influencia de la producción local en la gastronomí­a. Para probar lo típico, a parte de las miles de combinacio­nes de crepes, hay que pedir pizza con queso de cabra y helado de lavanda. Por a ven uedeLérins, rue de la Diane, o cualquiera de esas callecitas que se enredan por caminos donde no entran autos, todas las opciones de barcitos no decepciona­n.

El arte de la cerámica se instaló en Moustiers Sainte Marie en la Edad Media, pero se afianzó en 1927 gracias a la promoción del artista Marcel Provence. La historia completa se puede visitar en el Musée de la Faïence. Si se quiere ir más allá y conocer los secretos de esta artesanía, hay cerca de veinte cursos para elegir y poner manos a la obra. Al negocio del museo se le suma una fila de tiendas que venden jarrones, ceniceros, utensilios para la cocina, y platos de diferente tamaño. Es fácil marearse con tantos diseños a la hora de elegir uno. Flores naranjas con un fondo blanco, pájaros negros, o los acantilado­s grises pintados a mano con el lago Sainte Croix en su inconfundi­ble celeste verdón.

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ShutterSto­ck Los acantilado­s y el color intenso de los lagos, resaltan en el paisaje de Verdon

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