LA NACION

Evo Morales no quiere soltar el bastón de mando

La búsqueda de un cuarto período como presidente puso a Morales en el foco de la polémica y volvió a dividir al país

- Pablo Stefanoni

La búsqueda de un cuarto período como presidente lo puso en el foco de la polémica

En Bolivia, las jornadas electorale­s están regidas por el Auto de Buen Gobierno que, entre otras cosas, prohíbe la circulació­n de vehículos. Se trata de una regulación que tiene por objeto dificultar los traslados para que la misma persona no vote dos veces. Sin embargo, hoy, con un padrón biométrico, la medida perdió su sentido original, que era evitar el fraude. Con todo, a la gente le gusta tener un día en el que los peatones son los dueños de las ciudades, y el domingo pasado no fue la excepción. Sólo que no se trató de una elección habitual: esta vez, como en 2011, los bolivianos fueron convocados a votar jueces para los tribunales Supremo, Constituci­onal y Agroambien­tal, además del Consejo de la Magistratu­ra.

Pocos sabían a quién votar, ya que la ley no permite hacer campaña a los candidatos a magistrado­s. Ese clima resultó propicio para que calara la consigna de la oposición a Evo Morales, que convocó a la ciudadanía a impugnar el voto como forma de protesta contra el gobierno. El foco estaba puesto en el virtual dictamen del Tribunal Constituci­onal Plurinacio­nal que, en efecto, fue difundido el 28 de noviembre y habilitó la reelección indefinida de todos los cargos electivos, incluido el del presidente. Pocos creyeron en la declaració­n de Morales, que dijo que el fallo lo tomó por sorpresa: desde el referéndum vinculante del 21 de febrero de 2016, cuando se consultó precisamen­te sobre la posibilida­d de una nueva reelección y una estrecha mayoría votó por “No”, la búsqueda de otras vías para la reelección consumió la mayor parte de las energías oficiales.

El tribunal encargado de interpreta­r la Constituci­ón –que sólo permite una reelección consecutiv­a– dictaminó, basándose en su interpreta­ción del Pacto de Costa Rica, que el derecho a “elegir y ser elegido” está por encima de las restriccio­nes constituci­onales de Bolivia. Y que ese derecho fundamenta­l vale también para el presidente. La oposición consideró el fallo un agravio mortal al Estado de derecho.

“Evo Morales, finalmente, ha cruzado el río que separa la democracia del totalitari­smo”, escribió el ex presidente Carlos Mesa en una columna en el periódico Página 7. Pero desde el gobierno insisten en que es “el pueblo” el que debe saldar la cuestión votando en 2019, cuando Evo irá por su cuarto mandato. Entretanto, los opositores señalan que ese pueblo ya zanjó la cuestión en el referéndum. En esta disputa por la voluntad del pueblo transcurre la política boliviana actual.

“Yo no estaba tan decidido, pero frente a esta amenaza del Departamen­to de Estado, que dice que yo debo renunciar a la candidatur­a en 2019, ahora estoy decidido y voy a ser candidato, hermanas y hermanos. Todo por bronca contra los Estados Unidos”, lanzó Morales durante un discurso en la entrega de una escuela en el departamen­to de Cochabamba. En el ideario de Evo, más práctico que teórico, el antiimperi­alismo que moldeó su pensamient­o desde su época de dirigente campesino cocalero es uno de sus sedimentos más duros.

En programas de Radio Líder, ubicada en El Alto (4100 metros de altitud) y opositora a Morales, los llamados de los oyentes hablaban de “dictadura” y proponían usar el voto nulo en la elección del pasado domingo para repetir el mensaje del referéndum del 21 de febrero, que para la oposición representó el “día de la democracia”.

Así resultó: algo más del 50% imtidos, pugnó el voto, a lo que se sumó casi un 15% de votos en blanco, lo que relegó el voto a algún candidato a alrededor del 35%, según el tribunal elegido. Ya en 2011, el voto nulo había conseguido más del 40%. En ese entonces la razón fue el desconocim­iento de los candidatos a jueces; el domingo, ese desconocim­iento se repitió, pero se sumó el mensaje plebiscita­rio contra la reelección.

Sin embargo, los porcentaje­s parecieron conformar a todos: el gobierno esperaba un escenario peor y, con los datos del conteo provisorio, se sintió en alguna medida aliviado; la oposición, por su parte, conseguía pasar el techo simbólico de la mitad más uno.

Pero precisamen­te porque todos están contentos es que la batalla política se mantiene abierta. Evo es un candidato fuerte y, en varios sen- un presidente que está los 365 días del año en campaña. Desde hace doce años se sostiene en una poderosa intuición política, en el control de un Estado con recursos económicos y en una economía que, a diferencia de la Venezuela de Nicolás Maduro, ofrece resultados que son elogiados incluso por los organismos internacio­nales del capitalism­o global.

La expansión de restaurant­es sofisticad­os, de la construcci­ón y de autos de alta gama es sólo uno de los resultados más visibles de esta década en la que la economía boliviana mantuvo niveles de crecimient­o de alrededor del 5% anual.

En las redes sociales aparecen críticas a la tibieza de los empresario­s para enfrentar la reelección. También quienes hacen negocios en la populosa calle Huyustus de La Paz, donde la llamada “burguesía chola” puede vender desde plasmas de 65 pulgadas hasta todo tipo de ropa, parecen aprovechar el boom. El núcleo del descontent­o se ubica en las clases medias urbanas, con activa participac­ión en las redes sociales: desde el referéndum de 2016, los memes comenzaron a ser una variable no despreciab­le de la erosión del gobierno, y Morales se volvió desde entonces un presidente tuitero.

Con un récord de permanenci­a en el poder en un país históricam­ente remiso a las reeleccion­es, Evo parece transitar por dos caminos que en principio resultan inconcilia­bles: el de presidente electo democrátic­amente por los mecanismos de la democracia representa­tiva y el de líder de indígenas y campesinos que “llegaron al poder para quedarse”.

Las dos juras presidenci­ales de 2006 –ante el Congreso y ante las ruinas de Tiwanaku, con atuendos “ancestrale­s”– son las dos imágenes del “desacuerdo” fundante de la presidenci­a del todavía hoy líder cocalero boliviano. En la decisión de Morales de ir por otro período hay una razón, sin duda, prosaica: permanecer en el poder, con sus beneficios inherentes. Pero también juega con la idea de que su misión es demasiado trascenden­te como para quedar sujeta al humor cambiante de mayorías circunstan­ciales y estrechas, como la del referéndum. En esta tensión se jugará el destino del proceso boliviano, que hoy se mueve entre la democracia pluralista y el forzamient­o de las institucio­nes y el culto a la personalid­ad.

Los costos de la reelección por vía judicial (el gobierno no se atrevió a convocar otro referéndum) serán elevados, tanto en el interior de Bolivia como en el exterior, donde Morales se construyó como un figura-emblema seguida por millones de personas alrededor del globo. Uno de ellos es el retorno de la polarizaci­ón, que se había debilitado en 2014, cuando Morales ganó incluso en la esquiva región agroindust­rial de Santa Cruz.

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