LA NACION

Un socialismo que se apoya en el mercado

- P. S.

El ex ministro de Economía boliviano Luis Arce Catacora dijo alguna vez que el socialismo debía convivir con la estabilida­d macroeconó­mica. Arce se mantuvo once años como titular de esa cartera, todo un récord en el país, y salió por motivos de salud, no de gestión. Desde la campaña por la reelección de 2014, y para justificar su permanenci­a en el cargo, el presidente boliviano Evo Morales se presentó como el garante de la estabilida­d más que de la “revolución”.

Grandes medios internacio­nales se refirieron a él como un “populista prudente”. Además, elogiaron el crecimient­o económico sostenido y su política fiscal disciplina­da. “Bolivia: tres claves del éxito económico del país que más crece en América del Sur”, tituló la BBC un informe publicado en octubre. Evo siempre quiso ser un indígena modernizad­or, y hoy por ejemplo la nueva red de teleférico­s manejados por la Empresa Estatal de Transporte por Cable es una de las nuevas postales paceñas.

Sin duda, Bolivia sigue dependiend­o de sus materias primas (gas, minerales y soja) y arrastra muchas inequidade­s históricas. Sin embargo, las reservas monetarias acumuladas –que llegaron al 50% del PBi– le permitiero­n un aterrizaje suave. En estos ocho años de “revolución democrátic­a y cultural” fueron quedando atrás algunas de las utopías iniciales del “proceso de cambio”, como la del india nis mora di cal, el anti capitalism­oo el socialismo comunitari­o. La que se mantiene en pie es la de la inclusión, la de una foto de familia que incluya verdaderam­ente a todos los habitantes de Bolivia. Pero esta utopía transcurre por diferentes vías y algunas de ellas, paradójica­mente, son el mercado, el consumo y la movilidad social ascendente.

Los cholets (chalets cholos) de El Alto, con su disruptiva estética, o la cantidad de funcionari­os de origen indígena, son caras diversas del mismo proceso.

La paradoja boliviana reside, quizás, en que el otrora líder cocalero que bloqueaba las rutas y generaba “caos” fue quien más avanzó, desde el gobierno, en volver a Bolivia un país más “normal”. Pero esa normalidad podría debilitars­e con la perseveran­cia reeleccion­ista, un viejo hábito latinoamer­icano que pone en jaque los principios de la democracia republican­a.

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