Presencias fantasmales
“E s una incógnita: un desaparecido. No tiene entidad. No está, ni muerto ni vivo. Está desaparecido.” La frase, triste y ferozmente célebre, pertenece a Jorge Rafael Videla, y una de sus intenciones más siniestras fue la de pretender borrar las huellas de una existencia, diluirla, recluirla a una suerte de limbo en el que no hay espacio para el don ni el horror. En el extremo opuesto, la escritora y cineasta Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) se propone en La dimensión desconocida recuperar el último tramo de la vida de una serie de presos políticos de su país, Chile, desde el momentoen que fueron arranca dos de su cotidianeidad para ser salvajemente torturados y, tarde o temprano, asesinados. Es decir: las últimas huellas de este lado del mundo, los últimos alientos, antes de ingresar en una suerte de dimensión desconocida.
Lo desconocido resulta uno de los núcleos esenciales de la novela, dado que Fernández –reciente ganadora con este libro del prestigioso premio Sor Juana Inés de la Cruz, en México– traspasa con frecuencia esa línea y se sumerge, especulando, en esa otra realidad hecha de humo. Ese ejercicio imaginativo es tanto un acto de fe y un modo de revitalizar la presencia de esos cuerpos como el imprescindible contraste de todo eso que no imagina, sino que –y lo subraya– sabe. Todas esas voces y esos gritos que se le aparecen tanto en el sueño como en la vigilia, todo eso que a través de años de investigaciones, lecturas, visualizaciones, se ha convertido en una obsesión forzada y naturalizada, se le impusieron, quizá como un destino, cuando a los trece años se encontró con el rostro de un hombre que en la tapa de una revista confesaba: “Yo torturé”.
Escrita en una primera persona cristalina, una suerte de álter ego de la autora, La dimensión desconocida gira en torno a la figura de ese individuo, un ex miembro de los servicios secretos que en algún momento ya no puede soportar “oler a muerto” y decide, todavía en plena dictadura, confesar. La historia de cada uno de los desaparecidos que Fernández rescata se ve atravesada por la participación de ese hombre, ese monstruo arrepentido que sueña con ratas. La estructura espiralada es –junto a la admirable sobriedad y ausencia de eufemismos– un acierto mayor del relato, un modo de devolver a la realidad esas presencias que de pronto se convirtieron en fantasmas y perdieron toda espesura.