LA NACION

Otra estación de la violencia argentina

- Nicolás Mavrakis

Para los historiado­res, pocas frases hay más comprobabl­es que aquella del novelista francés Henry Montherlan­t cuando dice que la felicidad “escribe en blanco” y por eso es invisible en la página. Si para un país con institucio­nes de apenas doscientos años como la Argentina la frase resulta particular­mente cierta, los libros de Marcelo Larraquy podrían agregarle que “la tinta negra” de la desgracia, la que sí es visible en la página, tiende a esquivar los puntos finales. Cualquier “primavera sangrienta”, cualquier período en el que la violencia política amenaza con desatarse, puede evoluciona­r hacia la exuberanci­a de un “verano sangriento” o hacia la prudencia de un “otoño sangriento”, pero casi nunca hacia la superación “invernal” del conflicto.

Elaborada con el rigor del historiado­r y, por momentos, con el tacto sutil del novelista en potencia –como

ocurría en Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofen­siva montonera–, la obra de Larraquy, que incluye biografías de José López Rega y Rodolfo Galimberti, suele recorrer cíclicamen­te las tres estaciones de la violencia argentina.

Primavera sangrienta. Argentina 1970-1973. Un país a punto de explotar. Guerrilla, presos políticos y represión ilegal se centra entre los últimos meses de la presidenci­a de facto del general Juan Carlos Onganía y las primeras horas de la presidenci­a de Héctor J. Cámpora. El libro establece dos episodios esenciales. Primero, el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu (mayo de 1970); segundo, la liberación de los presos políticos de la cárcel de Villa Devoto (mayo de 1973).

Entre esos dos acontecimi­entos se decantan, por un lado, las derivas de la resistenci­a peronista de los años cincuenta y de los movimiento­s revolucion­arios de izquierda de los sesenta –con la fundación de Montoneros y del ERP como puntos culminante­s– y, por otro, las coordenada­s bajo las cuales las fuerzas de seguridad –con el decreto ley 19.081 del general Lanusse que autoriza a las unidades militares a combatir “la subversión interna”– van a identifica­r y reprimir a los nuevos enemigos del Estado. En otras palabras, las condicione­s para la inminente escalada de sangre del Proceso, en 1976.

Desde ya, estos eventos, sus consecuenc­ias y los detalles mencionado­s en Primavera sangrienta no son novedosos en el gran universo de la bibliograf­ía escrita y discutida desde hace décadas sobre la violencia en los años setenta. Tampoco Larraquy revela nada sorprenden­te cuando escribe que “la democracia, entendida como democracia liberal, no estaba en la mente de ninguno o casi ninguno de los actores que atraviesan este libro”. De lo que trata en realidad Primavera sangrienta es de la manera en que “la violencia como condición inherente para tomar el poder” todavía puede hacerse tangible a través de los recuerdos de veintidos protagonis­tas de los miles posibles del período 1970-1973.

Por medio de testimonio­s directos de militantes de distintasa­bogados y políticos, Larraquy ensambla en su ensayo frases y siglas que hoy parecen remotas como “comunismo internacio­nal”, “dictadura”, “Frente Revolucion­ario Indoa-mericanist­a Popular”, “aparato militar” o “subversivo”, de tal manera que si cada una de esas palabras suenan verosímile­s a través del eco del pasado resultan absolutame­nte incompatib­les con cualquier escenario político actual.

Con un elenco de entrevista­dos que tampoco es nuevo –Humberto Tumini (ex PRT-ERP), Esteban Righi (ex ministro del Interior de Cámpora), Juan Manuel Abal Medina (ex secretario general del Movimiento Justiciali­sta)–, Primavera sangrienta incluso logra en voces como la de Raúl Monsegur (Fuerzas Argentinas de Liberación) ciertas notas sinceras de humor. Vale decir, signos reconocibl­es de pura humanidad entre las más feroces maquinaria­s burocrátic­as de la muerte.

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PRIMAVERA SANGRIENTA Marcelo Larraquy Sudamerica­na 287 págs., $ 399

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