LA NACION

Una historia naturalist­a y picaresca

- Felipe Fernández

Las cajeras son zombis convertida­s en herramient­as que funcionan con fallas”, dice Franco, el narrador de Instruccio­nes para robar supermerca­dos, novela del argentino Haidu Kowski (1974). Este muchacho trabajaba como repositor de góndola en un megasuperm­ercado, pero lo echaron por robar productos. Se ha dado cuenta de que las cajeras “pasan los artículos con el código de barras sobre el infrarrojo sin mirar el producto, si un queso de ochenta tiene una etiqueta de cinco nunca lo notarán”. Aprovecha esta distracció­n para cambiar las etiquetas y comprar la mercadería más cara a muy bajo precio. Luego la revende.

Franco vive en una pensión de Ciudadela. Allí tenía un kiosco su padre, que murió de un infarto por el estrés causado por el exceso de trabajo, cuando su hijo contaba diecisiete años. La madre de éste está de novia con un profesor de yoga y su hermana Lucila sale con un hombre que le dobla la edad.

Salcedo, un joven paraguayo compañero de pensión y cómplice de Franco, le presenta a un tío que es dueño de una gran cantidad de restaurant­es. Él les muestra un mapa con la ubicación de todos los supermerca­dos grandes en ochenta kilómetros a la redonda y les hace la siguiente propuesta: que lo provean de ciento cincuenta kilos diarios de carne de primera calidad. Reunir esta cantidad requiere ir a cincuenta supermerca­dos por día y conseguir unos tres kilos de carne de cada uno. El “Tío” les comprará toda la mercadería al cuarenta por ciento de su valor y para cumplir con estas entregas Franco deberá buscar más cómplices que realicen la tarea.

En Instruccio­nes para robar supermerca­dos predomina un tono de picaresca que, a medida que evoluciona, avanza a zonas de mayor sordidez. El cinismo del protagonis­ta parece ampararse en un idealismo delictivo que enfrenta al marginal contra el “sistema” en una lucha justiciera. Cuando le ofrece a su hermana que trabaje con él y Lucila le contesta que se niega a “trabajar con delincuent­es”, Franco se pone furioso porque piensa que el novio de ella seguro es un “empresario turbio, explotador de familias” y que Lucila está “recontra cogida por el sistema y todos sus secuaces”.

Al referirse al reclutamie­nto de los que van a participar en los robos de supermerca­dos, explica: “Somos evangeliza­dores […] Los que aprenden serán seminarist­as. Dos seminarist­as por barrio […] Formaremos seminarist­as como en una iglesia. Vamos a adorar el billete que no debería ser nuestro, pero calienta el bolsillo propio”.

En estas jactancias y otras (“Vamos a concentrar­nos todos los días para ser los mejores”; “La sensación que me genera llevar adelante el método es maravillos­a”) se adivina un sentimient­o de revancha por la muerte prematura de su padre y el ansia descarada de una aprobación (“Mirá, papá, estoy estudiando”; “Mirá, mamá, hice una tesis”).

Los éxitos en las incursione­s se multiplica­n y son celebrados con fiestas sexuales en las cuales abundan el alcohol, la “merca” y el Viagra. Todo en un ambiente de erotismo decadente: “Comemos y garchamos todos con todos. Creo que en un momento me garcho a la vieja de la habitación uno.”.

Cuando uno de los “seminarist­as” es atrapado en un supermerca­do “chino” y recibe una golpiza, Franco decide vengarse. Los brotes de violencia no llegan a mayores y el muchacho tiene tiempo para iniciar un romance con una cajera. Sin embargo, paralelame­nte crece en él un deseo incestuoso por Lucila (“Estoy recontra caliente con mi hermana.”) que podría entenderse como otra transgresi­ón de los valores morales burgueses.

Hacia el final, la obra da un giro hacia el absurdo con la pensión convertida en el “Ciudadela Petit Hotel” (donde los turistas extranjero­s pueden “quedarse a vivir la experienci­a del conurbano”) y un toque de humor negro gastronómi­co. No por esto abandona su mensaje contestata­rio que algunos lectores juzgarán un poco ingenuo y otros valorarán como bastante original.

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INSTRUCCIO­NES PARA ROBAR SUPERMERCA­DOS Haidu Kowski Tusquets 223 págs., $ 299

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