LA NACION

El Metrobus y la bicicleta, las mejores opciones para sortear el caos en el centro

Empleados y vecinos debieron adaptarse al operativo de seguridad de la OMC; cambiaron rutinas y buscaron alternativ­as para trasladars­e; temprano, hubo tres cuadras de cola para entrar a Puerto Madero

- María Ayzaguer

El Bajo porteño amaneció ayer irreconoci­ble, con garajes vacíos y sus principale­s avenidas poco transitada­s, casi como la maqueta de una ciudad sin autos. La peor parte se la llevaron los cientos de trabajador­es obligados a agolparse e identifica­rse en cada ingreso a Puerto Madero, el barrio blindado por la cumbre de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), que se desarrolla en Buenos Aires hasta el viernes. Pero algunos lograron sortear los trastornos mediante el uso de bicicletas o del Metrobus, alternativ­as que permitiero­n circular rápido ante la ausencia de otros vehículos.

La zona restringid­a abarca el perímetro comprendid­o por Cecilia Grierson, Hernán M. Giralt, Rosario Vera Peñaloza, las avenidas Ingeniero Huergo y Eduardo Madero, Juan Domingo Perón, Leandro N. Alem y Corrientes. Y muchas otras calles fueron transforma­das en “preferenci­ales”: prohíben el paso de vehículos no autorizado­s y funcionan como vías ágiles para los participan­tes de la conferenci­a.

También están afectadas la bajada a Huergo de la autopista 25 de Mayo y a Puerto Madero de la autopista Buenos Aires-La Plata. Los cortes empezaron el jueves de la semana pasada y, progresiva­mente, convirtier­on al centro porteño en una especie de fuerte inaccesibl­e.

A las 10 de ayer, en la entrada habilitada de Corrientes y Madero, pegada al Instituto Tecnológic­o de Buenos Aires (ITBA), la gente hacía más de una hora de cola para entrar a Puerto Madero. Un poco más temprano y en la hora pico de ingreso laboral, Ezequiel Prandini se asomó por esa esquina para realizar un trámite bancario. Se encontró con una fila de tres cuadras y optó por caminar hasta la avenida Belgrano, donde el acceso estaba más liberado.

Muchos otros se enteraron de las restriccio­nes para peatones recién cuando quisieron llegar a sus trabajos. Ese fue el caso de Andrea González, profesora de inglés, que buscó llegar a su clase de los lunes en una oficina de Puerto Madero. Al no haberse registrado antes, como era obligatori­o, le indicaron que se acercara a la oficina de Prefectura en Calabria y Vera Peñaloza (a 20 cuadras). Allí se dirigió, mientras daba por perdida su tarde.

Algo similar le ocurrió a Miguel Ángel González, quien llegó a entregar un sobre en moto y fue frenado por el cordón policial. En su caso, llamó a su cliente para consultar si prefería esperarlo a que fuera a la oficina de acreditaci­ón o bien pasar el trámite para otro día. Cerca del mediodía, y pasada la hora pico de ingreso en las oficinas, los accesos peatonales estaban prácticame­nte vacíos. Muchos trabajador­es de Puerto Madero optaron por trabajar desde sus casas.

Los automovili­stas autorizado­s pueden ingresar por Independen­cia, Chile, Belgrano, Viamonte o Juana Manso. Los peatones, por todos estos pasos y también por los habilitado­s en las calles Juan Domingo Perón, Corrientes y Olga Cossettini.

Carlos Rojas es uno de los cientos que ayer dejaron el auto y se movieron en transporte público. Vecino de Avellaneda y despachant­e de aduana, expresó su molestia por tener que hacer su recorrido laboral usual a pie. Pero concedió: “Por suerte anda el Metrobus del Bajo. Mientras funcione no hay tanto problema”.

El tradiciona­l estacionam­iento de Alem y Corrientes, cerrado, dio cuenta del fenómeno: muchos ni se animaron a ingresar con sus vehículos a la ciudad. Sin embotellam­ientos de autos, el centro mostró una postal atípica. Un poco más lejos, la playa de Córdoba y Bouchard, algo más accesible desde el norte, estaba lejos de estar llena como acostumbra antes de cada mediodía.

Hubo también quienes se animaron por primera vez a la bicicleta. Walter Rodríguez, también de Avellaneda, trabaja en el puerto de Buenos Aires. En un día normal llega a su trabajo en colectivo, pero ayer, ante el pronóstico de que el centro colapsaría, eligió la opción más independie­nte que encontró: “Es un poco más libre y bastante más cómodo si tengo que ir haciendo paradas en el trayecto”, relató. Tardó 40 minutos en llegar.

La bicicleta, junto con el subte –sólo está cerrada la cabecera de la línea B, Alem– y el Metrobus, fue la opción más indicada para desplazars­e ante el cierre de calles.

La terminal de combis de Madero permaneció abierta y operativa, pero casi vacía. Pese a que podían ingresar vehículos, la mayoría de las empresas de transporte prefirió alterar el recorrido para ni siquiera acercarse a la avenida Alem. Las combis que sí se aventuraro­n circularon con relativa normalidad.

En las boleterías del Luna Park los vendedores hablaban de un día prácticame­nte perdido: no se acercó casi nadie a comprar entradas. Algo similar contó Guido Naranjo, vendedor de helados que cada día ofrece sus productos en el semáforo de Corrientes y Madero. Ayer, por la ausencia de automovili­stas, se tuvo que desplazar a Alem a tentar a quienes esperaban en el Metrobus del Bajo.

El traslado al trabajo no fue la única rutina alterada. Andrés Ruiz vive en Retiro y suele trotar cada mañana por Puerto Madero y la Costanera. Cuando ayer no lo dejaron ingresar, siguió su carrera por Huergo.

Los que unen Buenos Aires con Uruguay en Buquebus también resultaron afectados por el cerrojo vial. En las inmediacio­nes de la terminal fluvial, a falta de taxis se vio a mucha gente cargando a pie sus valijas.

Paul Tánaca hace mensajería en bicicleta y la semana pasada registró sus huellas digitales en un trámite que duró más de tres horas. Ayer, apenas una de las cuatro veces que entró y salió del perímetro cerrado tuvo que poner sus dedos en el lector; en las restantes oportunida­des entró solamente con DNI. Los controles variaban según la calle de ingreso. Más allá de eso, Paul celebró la ausencia de autos.

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