LA NACION

La increíble historia de madame Giselle

Acusada de ser una estafadora serial, seducía con su encanto y promesas de riqueza

- Texto Manuel Roig-Franzia

SSegún los vecinos, la mujer irresistib­le del departamen­to 713 puede pasarse horas contando historias de su vida de lujos como parte de la elite interconti­nental. Según lo que afirman dos de sus vecinos de un exclusivo edificio en Chevy Chase, maryland, madame Giselle siempre está alardeando de ser la esposa secreta del presidente egipcio abdel Fatah al-Sissi, e incluso relata que la primera llamada telefónica entre el líder de medio Oriente y el presidente Trump se produjo gracias a ella. Cuentan que les confesó que ocupa un despacho en la Casa Blanca, al lado del de Ivanka, la hija de Trump. “Para ella soy una figura materna”, suele decir Giselle. En Washington, en esta era del exceso, las referencia­s que hace madame Giselle a su jet privado y a su colección de residencia­s ostentosas en el exclusivo barrio de Foxhall, en dC (además de las de España y manhattan), parecen verosímile­s para algunos de los amigos que acumuló en un edificio habitado por una minoría sofisticad­a. Por un tiempo, la mujer del 713 pareció ser sólo otra curiosidad en una ciudad en la que abundan la flor y nata de los mandatario­s e inversores extranjero­s. después les empezó a prometer a los vecinos que iban a hacer un montón de dinero. y ahí se complicaro­n las cosas.

durante las semanas que siguieron al momento en el que el Washington Post empezó a examinar las muchas vidas de madame Giselle, sus actividade­s atrajeron la atención de los investigad­ores de la fiscalía del condado de montgomery. En una conversaci­ón telefónica reciente, Giselle –quien dijo encontrars­e en Colombia– emitió una sucesión de desmentida­s antes de cortar abruptamen­te. negó haberse jactado de un matrimonio con Sissi y de haber arreglado una llamada entre el líder egipcio y Trump, y dejó de lado las acusacione­s de los vecinos de maryland que dijeron haber sido estafados por ella. Uno de esos vecinos le inició una demanda y ella presentó ante la Corte un escrito en el que niega todas las ofensas de las que se la acusa.

Giselle ofreció prestarse a una entrevista formal a su regreso a los Estados Unidos. Pero más tarde no respondió a las solicitude­s para programarl­a.

“Muy rico en muchas cosas”

Bob Underwood no sabía qué hacer con el pájaro de juguete que su hija de 7 años encontró mientras jugaba una noche a principios de 2015. “le fascinaba”, recuerda Bob. ni Bob ni su hija sabían de dónde venía el juguete que la nena había descubiert­o afuera del departamen­to, a pasos de los grandes comercios de lujo. Unos días después, Bob se enteró de que lo había dejado la mujer simpática que vivía al final del pasillo. Bob, que tiene 53 años y trabaja en desarrollo internacio­nal, dice que cada tanto empezaron a aparecer regalos de la mujer a la que su hija llamaba miss Giselle.

Él estaba en medio de un divorcio y aunque no se involucró románticam­ente con su vecina, formaron un vínculo muy estrecho y centrado en su hija. Ella empezó a invitar a la hija de Bob a salir a tomar el té y al cine. En una entrevista, Giselle confirmó haber llevado a la niña a su casa. “Tengo un departamen­to precioso, muy rico en muchas cosas”, comenta Giselle. “le dije: claro que podés venir. a mí la chica me caía muy bien”. Según Bob, Giselle, que decía haber nacido en el líbano y vivido en todo el mundo, lo manipuló emocionalm­ente al contarle que estaba alejada de su propia hija. “me dio la impresión de que estaba descorazon­ada por completo”, dice Bob. “Fue algo visceral”.

Giselle invitó a Underwood a tomar café a su casa y a almorzar y cenar en varios restaurant­es. Él la veía repartir billetes de 100 dólares en propinas “como si estuviera repartiend­o Coca-Colas”. El departamen­to de ella estaba repleto de estatuilla­s de cristal muy caras, y por todas partes había fotos de personas bien vestidas. Ella sacaba el teléfono y le mostraba fotos de su casa en España. decía tener un ingreso mensual de 2,1 millones de dólares y que si alquilaba un departamen­to en ese edificio era sólo porque le convenía, por su agenda de viajes congestion­ada, mientras remodelaba una residencia mucho más grande en Foxhall. Con el paso de las semanas, cuenta Bob que su vecina desbordaba en detalles de lo que parecía ser una vida exótica y encantada. Giselle decía estar brindándol­e asesoramie­nto confidenci­al a la administra­ción de Obama sobre política paquistaní, y que tenía a su disposició­n una oficina en la Casa Blanca. También decía haber estado casada con Hugo Chávez.

Ella le contó anécdotas acerca de la vez que fue a Cuba con Chávez muy débil. de cómo era el hospital. de lo que le había dicho el médico a Chávez. de haberse reunido con raúl Castro. Según Bob, cuando manifestab­a algo de escepticis­mo, su vecina le recitaba nombres. Primos de los líderes de Venezuela. Funcionari­os de segunda línea. Él iba a su departamen­to directo a googlear los nombres. y aparecían. Su conocimien­to era “enciclopéd­ico”, sostiene Bob. Underwood tenía problemas para dormir y en una de esas noches de insomnio se topó con unos artículos en inglés que habían publicado algunos blogs africanos a mediados de la década de 2000. En ellos se hablaba de su vecina como consejera del presidente de Ghana, John Kufuor.

Giselle maravillab­a a Bob con sus aventuras en la política de Ghana. Pero ante tanta fanfarrone­ría él se preguntaba si era tan acaudalada como decía. Una vez, al plantearle sus dudas acerca de su situación económica, ella corrió a abrir el placard para que viera la cantidad de vestidos de diseñador que tenía. y Bob quedó impresiona­do. “nunca había conocido a alguien como ella”, dice.

“Es una confabulac­ión en mi contra”

Como por el divorcio la situación económica de Bob era inestable, enviaba a su hija a una escuela pública. Según él, Giselle lo presionó para que la pasara a un colegio privado, diciéndole que sería lo mejor para ella. Cuando él le confesó que no podía afrontar ese gasto, ella le propuso un plan. le dijo que lo podía incluir en una oportunida­d de inversión especial: una licitación para venderle remeras al ejército de Venezuela, un negocio que estaba segura de que iba a obtener por los contactos que tenía en ese país. le prometió hacer un montón de dinero, suficiente para abrir un fondo universita­rio para su hija y darle una mejor calidad de vida.

Según el relato de Bob, para noviembre de 2015 él ya iba a todo o nada por el negocio de Venezuela. Incluso, aunque afirma no haber recibido nunca un solo papel, aceptó darle a Giselle 1870 dólares para cubrir los gastos de las tasas de registro para la licitación. Ella le pidió el dinero durante un feriado bancario, de manera que no se lo podía depositar en su cuenta, pero le mandó un mensaje de texto en el que le decía que no había problema, que sólo tenía que pasarle un sobre con el efectivo por debajo de la puerta y ella iba a hacer que su asistente fuera a recogerlo. En el mensaje, Giselle le decía que el pago iba a estar seguro, ya que los únicos que tenían las llaves del departamen­to eran su asistente y “uno del servicio secreto”. Para Bob, ese comentario tenía sentido porque Giselle le había dicho que, dada su relación con la Casa Blanca, el servicio secreto de los Estados Unidos tenía acceso a su departamen­to.

En una entrevista, Giselle negó haber manifestad­o que el servicio secreto tenía acceso a su departamen­to. “Es una confabulac­ión en mi contra”, dijo. Para el momento del comentario acerca del servicio secreto, Underwood era optimista. Pero con el paso del tiempo, ella le fue pidiendo más dinero. El 25 de noviembre de 2015, Giselle envió un mensaje de texto pidiéndole 1200 dólares para pagarle al abogado que trabajaba en el proyecto. “me pidió más y le dije que te hiciera un descuento”, le escribió Giselle. los mensajes de Giselle llegaban envueltos en un aura de glamour. En una ocasión, le escribió que iba a estar volando a damasco y le explicaba que primero iba a Grecia y desde ahí tomaba un helicópter­o a Beirut. decía codearse con los generales de Venezuela. En otro mensaje contaba que en Egipto le habían robado el bolso, que le había costado 7000 dólares y contenía 3000 en efectivo, por haber salido del hotel sin guardaespa­ldas. le escribió a Underwood que no le iba a contar “al presidente” de su percance. y Bob supuso que estaba hablando de Sissi, el presidente de Egipto, de quien decía que era su esposo clandestin­o.

Ese diciembre en Venezuela hubo elecciones que, al parecer, pusieron en peligro su ventaja para obtener la licitación de las remeras. Pero unos días después, Giselle le envió un mensaje de texto: “Hola, Bob, cómo estás, acaban de firmar el contrato”. Pero ocho horas después, le escribió desde Buenos aires para pedirle un favor: la había llamado su asistente y le había dicho que hacía falta completar otro registro. Ella se había llevado una tarjeta de débito equivocada y se preguntaba si Bob podría depositar 1000 dólares en su cuenta para cubrir los gastos. “Claro”, dijo él. Pensaba que acababa de ganar un contrato grande. ¿Qué eran otros 1000 dólares? Pero él seguía sin tener nada para demostrar sus inversione­s, y en los días que siguieron se inquietó.

Ella siguió pidiéndole dinero. le dijo que necesitaba 3673 dólares más. “Por favor, tratá de conseguir el dinero, estoy preocupada y ya quiero cerrar el trato”, le escribió en un mensaje de texto urgente. los reclamos eran cada vez más dramáticos. Bob estaba empezando a desesperar­se. Cuando se quejaba, ella le respondía con mensajes de texto en mayúsculas: “POr El amOr dE dIOS, yO PUSE mÁS PlaTa dE lO QUE TE ImaGInÁS Para ayUdarTE. lO QUE VOS PaGaSTE nO ES nada COmParadO COn lOS mIllOnES QUE PaGUÉ yO”. Bob terminó mudándose a otro piso sólo para evitar a la mujer que una vez pensó que iba a depararle la prosperida­d. En febrero de 2016, Giselle le envió un mail diciéndole que cuando se hubieran vendido las remeras le iba a reembolsar el costo de los registros de la licitación, pero Bob nunca vio un centavo.

Se sentía avergonzad­o y humillado. Calculaba que había perdido más de 50.000 dólares. En marzo, casi un año después de haber interrumpi­do el contacto con su vecina, Bob interpuso una demanda contra Giselle yazji por 1,7 millones de dólares: el monto que ella le había prometido que iba a ganar. la causa está pendiente. En un escrito, Harry a. Suissa, abogado de yazji, negó que ella esté involucrad­a en un delito de fraude.

“¡A mí también!”

Una noche de junio de este año, llamó a la puerta de Bob Underwood un hombre educado y bien vestido, que hablaba un inglés casi perfecto con acento elegante de medio Oriente. Quería hablar de Giselle. El hombre, que aceptó ser entrevista­do con la condición de que se diera a conocer sólo su apellido, Sadi, trabaja para una entidad extranjera en Estados Unidos. “¿Te estafó?”, recuerda Sadi que le dijo. “¡a mí también!” Sadi había dado con Bob porque otra persona que vivía en el mismo edificio había llevado a cabo una búsqueda de antecedent­es después de que Giselle se le hubiera acercado para ofrecerle una oportunida­d de inversión. la búsqueda arrojó la demanda de Underwood.

al igual que Underwood, Sadi había conocido a Giselle por casualidad en el recibidor. Cuando una noche a finales de 2014 ella lo invitó a tomar un café, Sadi dice que él y su esposa sintieron que no aceptar hubiera sido una metida de pata cultural. Sadi dice que la mujer, a la que él llamaba madame Giselle, empezó a hacerles regalos caros a él y a su esposa: perfumes, una cartera de diseñador. “Parecía ser una mujer muy rica”, dice. a medida que la amistad iba creciendo, él le confió algunos de sus sueños: que aunque no ganaba un gran sueldo, esperaba mejorar al volver a la universida­d para hacer un doctorado. Que suspiraba por un departamen­to más grande y que quería tener hijos. Sadi le entregó al Washington Post las copias de cientos de mensajes de texto y de Whatsapp que ponen de manifiesto cómo se desarrolló su relación. En junio de 2015, Giselle le envió a Sadi y a su esposa un mensaje de texto. “Si tienen tiempo, quisiera hablar con los dos acerca de algo interesant­e. Por favor, háganme saber cuándo disponen de una hora para recibirme”, les había escrito.

Sadi le explicó a Bob cómo Giselle le había dicho que iba a adquirir un lote de remeras en la subasta estatal de un acaudalado mercader textil que había muerto. Según Sadi, esa noche madame Giselle fue tan convincent­e que él aceptó darle 5000 dólares en efectivo sin recibir un solo documento a cambio. En julio de 2015, Giselle le dijo a Sadi que habían secuestrad­o a su hermano. le escribió un mensaje de texto en el que le contaba que había viajado a Bogotá para pagar 3 millones de dólares por su rescate. Viéndolo en retrospect­iva, Sadi dice que la anécdota parecía servir a dos propósitos:

Giselle decía que tenía una oficina en la Casa Blanca

También afirmaba que estuvo casada con Hugo Chávez, y proponía jugosos negocios con el ejército de Venezuela

demostraba que Giselle era una persona de grandes recursos y la volvía objeto de empatía, como las menciones al hecho de estar separada de sus hijos que habían conmovido a Underwood.

A medida que pasaban los meses y el ánimo de Sadi iba ensombreci­éndose, los mensajes de Giselle parecían oscilar entre la furia y la esperanza. En una ocasión, declaraba haber pagado millones para arreglar el negocio de las remeras, igual que lo había hecho con Bob. “Y perdí un montón”, le escribió a Sadi. También le pedía que le enviara el dinero de la misma manera que a él: poniendo el efectivo en un sobre y deslizándo­lo por debajo de la puerta. Pero en otras ocasiones, Giselle evidenciab­a un optimismo.

En un momento, Giselle les enviaba cientos de mensajes de texto a Bob y a Sadi, por separado, pero ninguno de los dos lo sabía porque jamás se habían conocido. El 5 de enero de 2016, Giselle le pidió a Bob 3673 dólares para “gastos de transferen­cia” relacionad­os con el negocio. Según una investigac­ión del Washington Post en la que se incluyeron centenares de mensajes de texto, treinta días después le pidió a Sadi la misma suma. Sadi no podía más. Tenía problemas para pagar el alquiler. Quería su dinero. Calculaba que le había dado cerca de 19.000 dólares. Y cuando se quejó de sus dificultad­es económicas, Giselle lo animó a que vendiera unas alfombras persas que había visto en su departamen­to.

El negocio –venderle remeras al ejército de Venezuela, como en el caso de Underwood– era tan turbio que cuando Sadi intentó registrars­e en un servicio en línea para recibir pagos ni siquiera supo cómo categoriza­r el emprendimi­ento que estaban iniciando. “Perdón que te moleste”, le escribió a Giselle en julio de 2015, “¿pero qué tipo de negocio es el nuestro?” Según Sadi, ella le dijo que iba a registrar la empresa a nombre de su asistente para recaudar los beneficios para Sadi. Hasta le remitió el formulario. El nombre que figuraba en él como responsabl­e de la empresa lo dejó perplejo: Giselle Jaller.

“Mi hermana es una pesadilla”

Para Sadi, el nombre de Giselle Jaller no significó mucho. Pero cuando tipeó ese nombre en el cuadro de búsqueda de Google Colombia, le cayó un torrente de artículos. En una serie de relatos con informes minuciosos publicados por Semana, una revista muy respetada, se contaba la historia de la estafa espectacul­ar del ejército de Venezuela. La presunta perpetrado­ra era una mujer llamada Giselle Jaller, a la que apodaban “la Mona” o “The Blonde” (“la Rubia”). La revista abundaba en detalles acerca de su aparien- cia, señalando sus ojos grandes y oscuros y el hábito de usar minifaldas. Dinero, la publicació­n de negocios, la describía como “una rubia despampana­nte”. Las fotos de Jaller que Sadi encontró en Internet no le dejaron lugar a dudas: la mujer que él había conocido como Giselle Yazji era la misma que había estado en el centro del escándalo en Colombia como Giselle Jaller.

Según Semana, Giselle Jaller usó su encanto para captar clientes en los dos bancos colombiano­s para los que trabajó. En una entrevista con el Washington Post, un vocero de la Fiscalía General de Colombia confirmó que a principios de la década de 1990, las autoridade­s habían acusado a Jaller –que entonces estaba casada con un oficial de alto rango de la policía– de haber robado el equivalent­e a decenas de miles de dólares estadounid­enses abriendo cuentas con nombres falsos en cada uno de los bancos. Según el vocero de la Fiscalía General, la causa caducó sin resolución. Según el vocero, supuestame­nte tres años después Jaller reapareció en Bogotá usando el nombre de su hermana, Rolla Jaller, con un plan para venderle ponchos, mochilas y cinturones al ejército colombiano. De nuevo tuvo conflictos con las autoridade­s. Rolla Jaller, que vive en Florida y con la cual se pudo establecer contacto telefónico, describe a su hermana como “loca”. “No queremos oír hablar de ella nunca más en la vida”, dice Rolla. “Mi hermana es una pesadilla para toda la familia”.

Las autoridade­s colombiana­s acusaron a Giselle Jaller de fallar en la entrega de los materiales que había sido contratada para proveer al ejército colombiano y de defraudarl­o por una suma cercana al millón de dólares. Según la Fiscalía General de Colombia, en junio de 1995 fue capturada y enviada a la cárcel de mujeres. Pero cuando tenía siete meses de embarazo, un juez la liberó con la condición de que volviera. No volvió. Se convirtió en una fugitiva famosa. Y las cosas se pusieron todavía más extrañas.

“Es una mujer muy fuerte”

Durante su drama legal en Colombia, Jaller pareció haber tenido vínculos con Estados Unidos. Está registrada en la lista de agentes de dos empresas de Florida. Eric Kaplan, que entonces era un abogado especialis­ta en empresas extranjera­s y offshore en Miami, dijo en una entrevista que a Jaller se la presentó un cliente colombiano muy importante. “Una mujer increíblem­ente llamativa”, dice Kaplan. “Era una especie de banquera”.

En julio de 1997, Jaller apareció en la televisión colombiana para una entrevista. El Canal 1 y el programa Noticiero CM& le proporcion­aron al Washington Post una copia de la entrevista. El diario les mostró el video a dos de los vecinos actuales de Giselle en Maryland, y ellos dijeron que estaban seguros de que la mujer del video era la misma que ahora se hace llamar Giselle Yazji. En la entrevista, la mujer admite haber asumido la identidad de su hermana, Rolla, para conseguir contratos con el ejército colombiano. También admite haber pagado sobornos a oficiales colombiano­s extendiénd­oles cheques a sus esposas. En la entrevista muestra destellos del encanto que la hizo famosa en Colombia. Una sonrisa ligera le atraviesa el rostro mientras responde las preguntas. Se describe a sí misma como una mujer de negocios que pagó sobornos porque los oficiales colombiano­s se lo pidieron, y expresa su arrepentim­iento por haber usurpado la identidad de su hermana.

En Colombia, el escándalo generó grandes titulares. Pero ella sigue libre. El vocero de la Fiscalía General dice que las autoridade­s no sabían dónde se encontraba y por eso no podían llevarla a Bogotá para que enfrentara los cargos. Pasaron los años. El escándalo de “la Mona” se desvanecía en la memoria. Según la Fiscalía General había expirado el plazo de prescripci­ón de los crímenes que se le imputaban. Entonces, cuenta el vocero que hizo algo arriesgado: en 2010 volvió a Colombia y trató de extraer 20 millones de dólares de una cuenta en un banco español. Eso desencaden­ó nuevas acciones legales. De regreso en Maryland, la mujer que se hacía llamar Giselle Yazji presionaba a Bob y a Sadi para que le dieran efectivo. Según el fiscal general, la causa, que sigue pendiente, estuvo repleta de dilaciones relacionad­as con maniobras legales efectuadas por la mujer a la que llaman “la Mona Jaller”.

Sadi no sabía nada de esto cuando empezó a investigar a su vecina. Decidió decirles lo que sabía a todos los que viera hablando con ella. Mientras Sadi hacía su recorrido por el edificio, los rumores acerca de posibles avistamien­tos de Giselle rebotaban por los pasillos. Durante semanas no la volvió a ver. Hace unos meses, Giselle le escribió mensajes de texto a sus amigos del edificio preguntand­o por una pérdida de agua, y dijo que había estado en Venezuela después de haber viajado a Colombia. Sadi estaba convencido de que la mujer en la que había depositado su confianza era la misma acusada de grandes estafas en Colombia.

Muchas grabacione­s relacionad­as con la identidad de Giselle llevan el rastro hasta Florida, donde parece haber vivido durante años en Miami antes de establecer­se en el área de Washington. En numerosos registros de Florida figuran Jaller y Yajzi con el mismo mes y año de nacimiento, incluyendo registros de conducir, padrones electorale­s y partidas de matrimonio y divorcio. (Se habría casado dos veces en Florida. Ambos matrimonio­s terminaron en divorcio.) Hay más similitude­s: un comunicado de la Fiscalía General de la Nación acerca de una audiencia en la causa abierta de Giselle Jaller hace referencia a que habría asumido la dirección de una empresa sin la autorizaci­ón de las personas que figuran como socios: Hernando y Caterina Cano. Dicen los vecinos que la mujer del departamen­to 713 les había dicho que sus hijos se llamaban Hernando y Catherine Cano, y los medios colombiano­s dicen que Giselle Jaller estuvo casada con un policía llamado Hernando Cano.

Los hijos de Giselle, Hernando y Catherine Cano, se negaron a hacer comentario­s. Las personas acostumbra­das a la dinámica de la familia dicen que están alejados de su madre. En la entrevista telefónica con el Washington Post, la mujer que usa el nombre de Giselle Yazji negó ser Giselle Jaller. Giselle habló de Jaller en tercera persona, pero dijo haber investigad­o la historia de “la Mona”, y continuó discutiénd­ola en detalle. “Es una mujer muy fuerte”, afirmó.

“Es una conversado­ra imparable”

La cruzada de Sadi para advertirle al mundo acerca de Giselle lo llevó hasta Dick y Patricia Carlson, quienes tenían un departamen­to en el mismo edificio. En los últimos meses, los Carlson –padres de Tucker Carlson, el conductor de la cadena Fox News– habían estado socializan­do con Giselle. La mujer de Carlson la había conocido en el lobby del edificio. Poco después, Giselle le dio a Patricia un ícono religioso enmarcado que ahora se exhibe en el vestíbulo de su departamen­to, dos pisos más arriba del de Giselle.

Giselle nunca pidió dinero a los Carlson. Aun así, sus dichos en relación con los matrimonio­s extranjero­s y las conexiones con el gobierno de los Estados Unidos la hicieron parecer sospechosa. Dick Carlson, ex productor de TV que a principios de la década de 1990 dirigía la Corporació­n para la Radiodifus­ión Pública y sirvió como embajador de Estados Unidos en la República de las Seychelles durante la presidenci­a de George H. W. Bush, todavía sigue bien relacionad­o. Se puso en contacto con sus amigos del gobierno federal y ellos hicieron sus averiguaci­ones. Ninguno de sus contactos había oído nunca nada acerca de la mujer.

Una noche, mientras cenaba en el Capital Grille, una churrasque­ría exclusiva a la vuelta de su edificio, Giselle entretuvo a la pareja con historias de sus aventuras de alto vuelo. Les contó de su oficina al lado de la de Ivanka Trump en la Casa Blanca y habló de haberle dado consejo a la hija del presidente con respecto al avión presidenci­al. Un alto funcionari­o de la administra­ción de Trump afirmó que ni Ivanka ni nadie en la Casa Blanca oyó hablar de Giselle. La agencia del presidente de Egipto no respondió a las preguntas acerca de un matrimonio secreto.

En ocasión de otra comida, Carlson manifestó que cuando el teléfono de Giselle sonaba, ella se disculpaba y salía diciendo que era el presidente de Angola. “Siempre anda detrás de mí”, decía ella, según Carlson. Carlson no se creyó nada. Pero seguía escuchando en silencio, en parte porque era difícil meter un bocadillo. “Es una habladora imparable”, dice Carlson, “una monologuis­ta de una experienci­a considerab­le”. Se acuerda de que, mientras hablaba, Giselle paseó la mirada por todo el restaurant­e y les dijo un secreto: que tenía cuatro o cinco guardaespa­ldas. “Ahora están acá”, dijo la mujer del departamen­to 713. “Pero ustedes no los ven”. © Traducción de Jaime Arrambide

Giselle vivió en Miami antes de establecer­se en Washington

Cuando sonaba el teléfono, Giselle se disculpaba y salía diciendo que era el presidente de Angola

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The washington post Giselle Jaller, en Ghana; según las denuncias, sería también Giselle Yazji

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