LA NACION

Se drogó desde los 8 años, mató por primera vez a los 16 y a los 20 lo condenaron

Carlos Murúa, alias “Chocolate”, recibió una pena de 17 años de prisión por la suma de “hechos violentos”, entre ellos, un homicidio cometido cuando era mayor

- Gabriela Origlia

CÓRDOBA.– “Me drogo desde los 8 años. A los 13 ya tuve una pistola 9 milímetros. Después de los dos años y 8 meses que pasé en el Complejo Esperanza, lejos de salir mejor salí con más bronca, con más odio, más maldad y más malicia. Estoy mal, triste por el daño que hice. Salí más maldito del complejo”.

Esa es la cruda descripció­n que hizo de sí mismo Carlos Ariel Murúa, que hoy tiene 20 años y ayer fue condenado por la Cámara Tercera del Crimen, en un juicio abreviado, a la pena única de 17 años de cárcel por reiteració­n de “hechos violentos”, entre ellos, un homicidio consumado y dos que quedaron en grado de tentativa. Una niñez extraviada, una adolescenc­ia perdida, un futuro hipotecado y un nuevo interrogan­te: ¿qué será de “Chocolate” cuando más cerca de los 40 salga de prisión y retorne a las calles? Entre aquel egreso del instituto, de donde dijo que salió “maldito”, hasta que volvió a matar pasaron sólo ocho meses en los que no dejó de tirar.

Carlos Murúa no tenía condenas anteriores legalmente computable­s. Lo que no significa que no tuviera antecedent­es de cuando era menor. En uno de los hechos que se le comprobó usó una pistola robada en la Jefatura de Policía, causa que seguirá el fuero Penal Económico.

Afuera de la sala estaban su actual pareja y su bebe. Por tener al menor en brazos no pudo entrar al juicio donde condenaron a “Chocolate”. Adentro, a la hora de sus últimas palabras, Murúa contó que de niño había visto cómo su padre, cuando tomaba, le pegaba a su madre. También recordó que su familia recibía planes sociales para subsistir.

En la sentencia se le computaron una decena de hechos hasta junio del año pasado, cuando fue arrestado por balear a tres jóvenes en otros tantos episodios. La peor parte de la historia de “Chocolate” arranca en 2013, cuando tenía 16 años y mató a Tamara Gómez, de 13, durante un enfrentami­ento entre bandas.

A tres cuadras de donde asesinó a Tamara mató el año pasado a Ramiro Augusto Bazán, de 18, de un tiro en la espalda; Gian Franco Castro, amigo de Bazán, fue herido de gravedad. Y una joven que pasaba por ahí se fracturó un brazo al intentar evitar los disparos.

“Murúa es el resultado de la falta

de seguimient­o y de control [de los detenidos], sean mayores o menores. Después del crimen de 2013, ¿qué hizo el Estado?: poco más de dos años en un instituto y «ya estás recuperado». La presencia del Estado no pasa exclusivam­ente por lo punitivo o represivo, sino por el seguimient­o en libertad de quienes tuvieron un tratamient­o tutelar o una detención”, dijo a la

el fiscal de Cámara Marcelo nacion Hidalgo.

“Chocolate” siempre se movió por Villa Urquiza, un barrio del oeste de esta ciudad, que a la vera del río registra de manera frecuente problemas de violencia.

El legajo criminal de Murúa comenzó a llenarse en diciembre de 2015, cuando la policía persiguió un auto con cuatro hombres armados, entre ellos “Chocolate”, que cargaba una Bersa Thunder. En marzo de 2016, desde una moto, le disparó dos veces a un vecino de Villa Urquiza, que logró entrar en su casa. Un mes después amenazó a otro. “Bate cana, la concha de tu madre, te voy a cagar matando”, le gritó, antes de dispararle seis tiros a los pies.

Violencia sin freno

A los pocos días –acompañado por un menor–, “Chocolate” irrumpió en una casa y abrió fuego: fueron tres tiros a las paredes del cuarto en el que estaban los moradores, a quienes intimidó, aunque no hirió. Menos de una semana después intentó matar a Jorge Eduardo Lahorca, que estuvo 35 días internado en grave estado, herido de bala.

El raid violento no cesó ahí. El 5 de mayo de 2016 Murúa huyó de un control policial; cuando lo frenaron, golpeó a un agente. A los 15 días, desde un auto en el que iba acompañado, hizo tres disparos contra el portón de una casa; el 23 de ese mismo mes repitió el acto en un almacén abierto y con clientes.

El 20 de junio, siempre en Villa Urquiza –donde los vecinos lo describen como una “pesadilla” y “un castigo”–, Murúa efectuó “alrededor de 12 disparos con un arma de fuego de puño tipo pistola calibre 9 milímetros” hacia un hombre que iba en moto. Horas después, esta vez con su compinche menor de edad, hizo “aproximada­mente entre 20 y 30 disparos de manera ininterrum­pida” contra cuatro hombres “con el claro objetivo de acabar con sus vidas”.

Allí fue donde mató a Bazán, a 300 metros de donde había asesinado a Tamara. “Chocolate” tenía 19 años. Por el homicidio de la chica –que se dirigía a una verdulería cuando recibió un tiro en el pecho– fueron condenados tres jóvenes por la Cámara 4ª del Crimen, a fines de 2015. Murúa fue declarado culpable, pero era menor de edad. Su caso fue remitido al juez del fuero penal juvenil José González del Solar, que lo internó en el Complejo Esperanza, aunque lo liberó porque –sostuvo– había cumplido la mayoría de edad, la Cámara “se demoraba” en juzgarlo y los plazos se vencieron.

“Cada preso le cuesta al Estado cordobés 30.000 pesos por mes, pero es la ausencia en casos como este lo que cuesta más. Hay que invertir en horas de asistentes sociales, terapeutas y psicólogos que hagan seguimient­os”, concluyó Hidalgo.

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