LA NACION

El regreso de la mística, algo que el mundo rojo estaba extrañando

Desde aquel partido con Santos en 1964, también en el Maracaná, a este presente, la rica historia de un equipo de raíz copera

- Jonathan Wiktor PARA LA NACION

RIO DE JANEIRO.– Lo más importante ya estaba hecho antes de que Independie­nte pusiera un pie en el Maracaná. El arribo a la final fue la consecuenc­ia natural de un equipo que tuvo todos los méritos necesarios como para alcanzar un lugar de privilegio. A diferencia de lo que había ocurrido ante Goiás, en 2010, esta vez casi no hubo participac­ión de la fortuna en el camino del Rojo en la Copa Sudamerica­na. Nadie le regaló nada al plantel que conduce Ariel Holan. Llegó al último eslabón de la cadena por su propia cuenta y no por errores de sus rivales.

“La mística se ha recuperado”, decía Holan antes del segundo enfrentami­ento con Flamengo. Aunque se descontaba que la obtención o no del título iba a cambiar la valoración final, nada iba a borrar del recuerdo lo que vivió Independie­nte durante 2017. Anoche, en el último partido del año, el Rojo no necesitaba ningún resultado para sentirse pleno. Este plantel, como tantos otros a lo largo de la prolífica historia de la institució­n de Avellaneda, marcó a fuego a una generación que no había conocido el ADN del club. Durante varios meses les dio una dosis del verdadero

paladar negro en vivo y en directo. Independie­nte no fue el mismo a lo largo de su historia. Incluso en los grandes momentos sus equipos se caracteriz­aron por tener distintas virtudes. Algunos fueron más duros, otros más técnicos, y uno alcanzó una buena mixtura entre pierna fuerte y pelota al piso. El de principios de los 80, cuando Ricardo Enrique Bochini daba sus pinceladas más perfectas, hizo mella en la última generación que había visto algo bueno en serio. Después hubo raptos, como el de 1994, que condujo Miguel Ángel Brindisi, el de la Supercopa de 1995, con Miguel Ángel López, y el de 2002, que el Tolo Gallego llevó a lo más alto del torneo local. El que ganó la Sudamerica­na de 2010 fue la rareza más grande de todas: el Rojo, en la peor década de su historia, con un plantel inestable, obtuvo un torneo aislado de su verdadera realidad. En aquel momento, la matriz de Independie­nte se estaba desarmando. Tres años después quedaría demostrado en los hechos.

El de ahora, en cambio, con o sin vuelta olímpica, ya demostraba antes de la final que había un proyecto que sostenía la estructura. Una idea que justamente está inspirada en los mejores pasajes de la historia del club. Holan, hincha de Independie­nte desde que nació, vio lo mejor de dos épocas. Siempre soñó con la mezcla perfecta, en la evolución ideológica. Sin la categoría de los jugadores de aquellos años y con la necesidad de rearmar su plantel cada muy poco tiempo –para el año que viene, de hecho, no contará con Ezequiel Barco, quien está a punto de ser vendido al Atlanta United de la MLS–, el DT quería recuperar la esencia. Y lo logró.

Se dice que la mística de Independie­nte nació en 1964, en el Maracaná, en las semifinale­s de la Copa Libertador­es. El 15 de julio el equipo de Manuel Giúdice perdía 2 a 0 con el Santos y, en ese mismo partido, dio vuelta el resultado y ganó 3 a 2. La magnitud del estadio, el poderío de su rival, la remontada épica y los pocos antecedent­es con los que llegaba el Rojo convirtier­on a ese encuentro en la piedra angular de la época dorada de la institució­n. Pocos días después ganaría su primera Libertador­es, al derrotar a Nacional, de Uruguay, en la final. Lo que vino luego fue sencillame­nte extraordin­ario. Fue la hazaña que desató el vendaval.

En la edición del año siguiente, Independie­nte daba su segundo golpe internacio­nal. Otra vez ganaba la Libertador­es, esta vez al derrotar a Peñarol en el último partido. En el mundo ya se hablaba de que un club de Argentina, ubicado en la ciudad fabril de Avellaneda, un barrio al sur de la provincia de Buenos Aires, se disponía a pelearle un lugar a los grandes del continente. Entre 1972 y 1975 ya no hubo nadie en el planeta que no supiera quién era Independie­nte. En ese lapso de tiempo el Rojo encadenó cuatro Copas Libertador­es consecutiv­as y una Interconti­nental, en 1973. El gol de Bochini en el estadio Olímpico de Roma en la final ante Juventus fue la gema que llevó la mística a niveles insuperabl­es. De visitante, a partido único, con todo en contra, otra vez aparecía el corazón.

El último gran Independie­nte que pudo sostenerse a lo largo de los años fue el que ganó la Libertador­es y la Interconti­nental de 1984, con Bochini como el amo de un plantel repleto de estrellas. La final con Liverpool en Japón, poco después de la guerra de Malvinas, emocionó a la mayoría de los argentinos. A partir de que el fútbol nacional se convirtió en un mercado exportador de jugadores, se hizo difícil recuperar lo que se había hecho.

Pero hay otras maneras de volver a ser. Un año le alcanzó a Holan para marcar el camino ideológico de un Independie­nte lúcido, tenaz y dinámico. No necesitó figuras extraordin­arias. Anoche, en el Maracaná, dio el examen de final para volver a vestirse de gloria.

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