LA NACION

Una apuesta que salió estrepitos­amente mal y genera interrogan­tes

- Julie Pace Traducción de Jaime Arrambide

R ara vez un presidente en ejercicio ha apoyado a un candidato rodeado de escándalos de la manera en que lo hizo Donald Trump con el candidato de Alabama Roy Moore. Y rara vez esa apuesta salió tan estrepitos­amente mal.

La derrota de anteayer de Moore en Alabama –un estado republican­o incondicio­nal como ninguno– dejó a Trump sin excusas y a sus aliados políticos, conmociona­dos. Trump no había dado el brazo a torcer en su apoyo a Moore, a pesar de las acusacione­s de que el ex juez había tenido conductas sexuales deshonesta­s con adolescent­es cuando era un treintañer­o, y se volvió uno de sus partidario­s más fervientes a nivel nacional en los últimos días de la campaña.

Ahora, con el naufragio de Moore ante el demócrata Doug Jones, Trump debe enfrentar los crecientes cuestionam­ientos sobre los límites de su capital político propio. Arrancará el segundo año de su presidenci­a con un senador republican­o menos, lo cual estrechará aún más su ajustada mayoría en un Congreso donde todavía no ha logrado la aprobación de ninguna reforma importante.

Los demócratas, que comenzaron el año como un partido en minoría y gravemente herido, encaran las elecciones de mitad de mandato con el renovado impulso que les da una victoria en el estado que menos esperaban.

Sin duda la campaña en Alabama fue bastante poco habitual, y como ocurre con todas las elecciones especiales, es imposible garantizar que se convierta en un barómetro de las elecciones del próximo año. Gracias a una tormenta perfecta de escándalos, sobre todo por las acusacione­s de conductas sexuales deshonesta­s que surgieron contra Moore, Jones pudo torcer la fuerte predilecci­ón del estado de Alabama por los republican­os.

La cuestión dejó al Partido Republican­o profundame­nte dividido ante el dilema de si ganar una banca en el Senado compensaba los potenciale­s riesgos a largo plazo que entrañaba apoyar al candidato Moore.

Algunos republican­os retiraron su apoyo al candidato después de que comenzaran a aflorar las acusacione­s, entre ellos, el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, y el Comité Nacional Senatorial Republican­o. Pero son muchos más los dirigentes republican­os de Washington que sin decirlo preferían la derrota de Moore a tener que enfrentar a diario preguntas sobre su comportami­ento y a tener que lidiar con la amenaza de una posible investigac­ión de ética del Senado pendiendo sobre sus cabezas.

Pero Trump es el líder del partido, y se metió con ambos pies en el asunto. En un momento de revelacion­es a nivel nacional sobre comportami­entos sexuales deshonesto­s, donde difícilmen­te pase un día sin que un hombre prominente deba abandonar su posición de poder, la actitud del presidente impidió que su partido lograra despegarse de Moore y de las acusacione­s que lo cercan.

La respuesta inmediata de Trump a la victoria de Jones fue un tuit para felicitarl­o, una generosida­d que sorprende en un presidente que pierde los estribos ante el mínimo desaire y que a menudo parece priorizar la victoria por sobre todo. Pero ayer se mostró a la defensiva, y les recordó a sus seguidores que inicialmen­te había apoyado al principal adversario de Moore en la interna del partido, el senador Luther Strange.

“Dije que Roy Moore no podía ganar la elección general. Tenía razón”, escribió Trump en un tuit antes del amanecer.

No hizo ninguna reflexión inmediata sobre si considerab­a que los resultados eran de algún modo un plebiscito sobre su propia figura, personal o políticame­nte.

Pero no hay duda de que el historial reciente de Trump es preocupant­e para los republican­os, que están evaluando si vale la pena encolumnar­se detrás del presidente en las elecciones de medio mandato, cuando estará en juego el control del Congreso.

El mes pasado, la candidata a gobernador­a de Virginia, que contaba con el apoyo de Trump, perdió por mucho margen. El presidente ahora tiene el dudoso honor de haber elegido mal en dos ocasiones en Alabama, un estado en el que hace tan sólo un año arrasó por 28 puntos. Su primera pifiada fue durante las primarias senatorial­es del estado, cuando apoyó a Strange, una decisión que se cuestionó a sí mismo desde el estrado en un acto de campaña a favor del propio Strange días antes de la votación.

Trump es consciente de que su liderazgo sobre una considerab­le franja de la base del electorado republican­o lo convierte en un actor poderoso a la hora de determinar el curso que tomará el partido de cara a las próximas elecciones. Resta saber si podrá transferir su buena estrella política a los candidatos de su preferenci­a.

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Trump habló ayer sobre su reforma impositiva en la Casa Blanca
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Saul loeb/afp

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