LA NACION

Pasó por la cárcel y hoy exporta muñecas

Elma Vega aprendió el oficio de costurera mientras cumplía una sentencia por venta de drogas; su emprendimi­ento da trabajo a 15 mujeres

- Gastón Rodríguez

Elma Vega fue condenada por venta de drogas, aprendió en prisión el oficio de costurera y su vida tuvo un cambio positivo; el taller instalado en su casa da trabajo a 15 mujeres.

La nueva vida de Elma Valentina Vega tuvo un impulso definitivo cuando en la campaña por las elecciones legislativ­as de octubre, la gobernador­a María Eugenia Vidal compartió en las redes sociales un video que la mostraba con una muñeca. “Quiero agradecer el regalo que me hizo Elma –dijo Vidal–, que es una mujer que fue condenada por mula, como tantas otras mujeres que son explotadas en su pobreza por el narcotráfi­co. Pero ella tenía un talento, sabía hacer muñecas, y nosotros la acompañamo­s para que pudiera ganarse la vida haciendo lo que sabe. Gracias Elma por mostrarnos que aun en las peores situacione­s uno no se da por vencido”.

En su casa taller de Loma Hermosa, en el partido de Tres de Febrero, Elma, de 52 años, madre de tres hijos y abuela de seis nietos, reconoce que aquel mensaje del 20 de julio pasado resultaría clave en la consolidac­ión de su emprendimi­ento.

“Un día me llamó el secretario de Derechos Humanos de la provincia –recordó– y me preguntó si me animaría a hacerle una muñeca para la gobernador­a. Le preparé la «Patas largas», que es nuestro modelo más famoso, a lunares rosas y con el pelo fucsia; me salió hermosa. A los 15 días la vino a buscar un auto oficial. Mis compañeros me decían que no me haga ilusiones, porque seguro iban a subir a la autopista y la iban a revolear por ahí. Hasta que llegó ese día y alguien me avisó que Vidal estaba con mi muñeca junto a (Horacio) Larreta y (Elisa) Carrió en un acto de campaña. Encima después subió el video a su página de Facebook”.

Desde entonces, Elma recibe pedidos de todo el país y hasta la contactaro­n desde Uruguay. “La empresa va creciendo y me están abriendo las puertas de muchas ferias y clubes de emprendedo­res”.

La estada de Elma en la cárcel de Ezeiza duró dos años y nueve meses. En ese tiempo, además de gastar plata en abogados que revisaran su caso, se ocupó de instruirse y capacitars­e. “Durante el encierro, traté de hacer las cosas bien y me puse a estudiar. En total me anoté en 26 cursos, pero cada vez que pasaba por el taller de muñequería y veía las cosas lindas que hacían, me decía a mí misma que cuando saliera iba a dedicarme a eso”.

El primer requisito para entrar al taller de muñequería era, obviamente, saber coser, pero la única experienci­a de Elma había sido a los 18 años, cuando ayudaba a la madre con los remiendos más fáciles. “Le conté a la maestra que hacía 30 años que no me sentaba en una máquina y me dijo que coser era como manejar, que una vez que aprendés no te olvidás más. Ese mismo día me senté y fue como si hubiera sido costurera toda mi vida. Me puse feliz pensando en todas las cosas que les podría hacer a mis nietos”.

Elma buscaba dar un impulso a su vida tras la condena por narcotráfi­co. “Si bien estuve presa por una causa de drogas, no fue por mula, sino por integrar una organizaci­ón dedicada a la venta. Pero esa causa me la armaron los policías de las comisaría 11ª de Pablo Podestá (ver recuadro)”. El valor del trabajo

El día que Elma recuperó la libertad tenía 8 mil pesos en el bolsillo, consecuenc­ia del ahorro por los trabajos realizados en prisión, y una bolsa con material de trabajo. “No dejé ni una aguja porque sabía que tenía que vivir de eso afuera”, comentó. Sin embargo le faltaba lo más importante: la máquina de coser.

“Una señora que conocía había tenido un ACV y me vendió su máquina a 4 mil pesos. Empecé agarrando todos los laburos de costurería que podía, y las muñecas sólo las hacía a pedido. Mis primeras clientas fueron mis vecinas, que aunque no tuvieran a quién regalársel­as, las ponían en las camas de adorno. Al principio me costó mucho, de lo que vendía dejaba una parte para comprar comida y otra para materiales. Por supuesto que no alcanzaba, así que sólo le dábamos de comer a los chicos y con mi marido nos teníamos que llenar con mate. Fue duro, pero en la cárcel, aunque no quieras, aprendés a sobrevivir”.

Alguien le aconsejó a Elma que le tomara fotos a las muñecas y las subiera a Facebook. La gente comenzó a conocer su trabajo, a elogiarlo y, lo más importante, a comprarlo. “Gustaron una barbaridad y cada vez me hacían pedidos más grandes”.

Hoy el comedor de su casa queda chico (tiene 15 chicas que trabajan repartidas en dos turnos) y por eso está edificando en el fondo de su propiedad lo que pretende ser el taller definitivo. Además del emprendimi­ento textil, fundó una segunda cooperativ­a dedicada a la construcci­ón y que emplea a otros 15 liberados.

Mucha gente –reflexionó Elma– está pasando por lo mismo que pasé yo. Laburo desde los 13 años y nunca aflojé, pero después de salir de la cárcel es muy difícil reinsertar­se, encontrar que alguien te dé una oportunida­d. Qué mejor entonces que darles a otros esa posibilida­d, que puedan cobrar un sueldo y que tengan un pan para llevar a su mesa. ¿Sabés la felicidad que es para mí darle trabajo a 30 personas? Por supuesto que habrá gente a la que no le interesará tomar la oportunida­d, pero hay mucha otra que sí. Cuando uno quiere cambiar, cambia”.

 ?? Emiliano lasalvia ?? Elma Vega, abajo, a la izquierda, orgullosa con sus muñecas y acompañada por la familia y colaborado­ras
Emiliano lasalvia Elma Vega, abajo, a la izquierda, orgullosa con sus muñecas y acompañada por la familia y colaborado­ras

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