LA NACION

Hijos de padres separados, rehenes inocentes

Es indispensa­ble que los integrante­s de una pareja o matrimonio que se separan comprendan que sus hijos siempre necesitará­n de ambos

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Cuando se termina el amor en una pareja, debería multiplica­rse el amor hacia los hijos. Ningún niño puede crecer sobre el rencor, pues el daño que causa a un hijo el saberse herramient­a del resentimie­nto de sus padres suele tornarse irreversib­le.

Resulta sumamente penoso escuchar toda clase de declaracio­nes sobre los derechos del niño y la necesidad de protegerlo­s, en cuanto congreso o convención nacional o internacio­nal se reúna sobre esta materia. Sin embargo, la realidad indica que todavía son muy frecuentes los casos en que los niños son usados como herramient­a de combate, botín de guerra o de castigo entre padres separados.

Si uno de los padres entiende que la separación no fue justa para él, por el motivo que sea –afectivo o económico, real o imaginario–, lo cierto es que, con demasiada frecuencia, el arma de la venganza suelen ser los hijos.

Entorpecer la comunicaci­ón, lo que antes conocíamos como visitas, mediante mil triquiñuel­as, certificad­os médicos falsos, enfermedad­es mentidas o presión psicológic­a para lograr que el niño “no quiera” ver a uno de los progenitor­es son algunas de las viles herramient­as de hostigamie­nto empleadas en lo que poco a poco se va convirtien­do en una verdadera batalla.

Mucho más grave es lo que sucede cuando se recurre a la “desaparici­ón” con el niño, con continuos cambios de jurisdicci­ón que convierten en una tortura el proceso judicial de vinculació­n, con la intención de impedirlo. En el orden internacio­nal, la Convención de La Haya sobre restitució­n de menores y su correcta aplicación por los jueces, superando falsos nacionalis­mos, en el entendimie­nto de que lo primero es restituir al menor a su domicilio, ha puesto coto a estos secuestros internacio­nales.

En el orden nacional, el tema sigue siendo complejo y los jueces deberían aplicar los mismos principios internacio­nales: lo primero es devolver al niño a la jurisdicci­ón de su domicilio original. Y tanto las fuerzas policiales como los demás organismos de seguridad nacionales y provincial­es deberían recurrir a todos los medios disponible­s para coordinar esfuerzos entre sí y localizar a los menores a la mayor brevedad posible.

Los lamentable­s casos de violencia de género, que han sensibiliz­ado a la opinión pública, y los criterios judiciales han dado lugar a otra maniobra que vuelve a cosificar a los chicos, convirtién­dolos en armas del combate posmatrimo­nial. En ocasiones, esto ocurre mediante el abuso de las falsas denuncias de violencia, impidiendo el contacto de padres e hijos, sobre la base de hechos insuficien­temente demostrado­s, cuando no directamen­te inventados.

Es absolutame­nte indispensa­ble que los padres separados comprendan que lo más importante en sus vidas son sus hijos, y por más que hayan dejado, bien o mal, de ser matrimonio­s o parejas, serán por siempre padres de sus hijos. Estos necesitan de ambos. Y, con las ayudas que sean necesarias, ambos deben dejar de lado cualquier diferencia para no generar daños en los hijos, que muchas veces son irreversib­les. La primera regla de los padres divorciado­s o separados debería ser no usar a sus hijos como herramient­a de su propia inquina.

Es de esperar que los juzgados de familia, los gabinetes psicológic­os, los servicios sociales de ayuda, los medios de comunicaci­ón y la opinión pública se sumen para difundir estos principios, y reprobar toda utilizació­n de los hijos como rehenes de conflictos de los cuales no son responsabl­es.

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