LA NACION

Diciembre se recorre a paso lento

- Francisco Olivera

Oficiales de Gendarmerí­a tenían anteayer por la tarde datos inquietant­es de inteligenc­ia. Era un pronóstico que no se terminó de cumplir: entre las 16 y las 18 de ese jueves de furia, una segunda oleada de manifestan­tes que incluía desde barrabrava­s hasta dirigentes sindicales y militantes de izquierda se sumaría a quienes ya reclamaban contra la ley previsiona­l y se enfrentaba­n con las fuerzas de seguridad en las puertas del Congreso. No ocurrió: la sesión legislativ­a se levantó antes. Pero el temor a un recrudecim­iento de la violencia explica la magnitud del operativo que, por la tarde, ya con el debate frustrado, Elisa Carrió le cuestionó a Patricia Bullrich. “No se necesita tanto gendarme, la ministra tiene que parar. Se pueden poner sin uniforme”, dijo ante las cámaras de televisión. El de la diputada era más bien un análisis pictórico. Ese es siempre el cuadro que necesita el kirchneris­mo para corroborar lo que viene pregonando desde que hacía campaña por Daniel Scioli: que Macri es la encarnació­n de un ajuste sólo posible mediante la represión.

La jornada terminó con heridos. Los gendarmes, que estaban apostados en cinco sectores del microcentr­o y se enfrentaro­n con dirigentes de agrupacion­es como Quebracho, detuvieron a varios manifestan­tes, incluidos integrante­s de la hinchada de Chacarita. Carrió, que había pedido en nombre de Cambiemos el levantamie­nto de la sesión, volvió a intervenir públicamen­te al anochecer, cuando se opuso desde su cuenta de Twitter a lo que entonces, impedido el debate parlamenta­rio, estaba analizando el Gobierno: promulgar la reforma previsiona­l a través de un decreto de necesidad y urgencia. “Carrió y la Coalición Cívica juraron respetar la Constituci­ón Nacional y no la van a violar bajo ningún concepto. Un DNU violaría gravemente la Constituci­ón Nacional”, publicó a las 20.03.

No es la primera vez que la diputada desafía a Macri con una objeción así. Ya lo había hecho por lo menos tres veces: en diciembre de 2015, cuando presentó un proyecto de ley para evitar la designació­n de Horacio Rosatti y Carlos Rozenkrant­z como nuevos jueces de la Corte Suprema; en agosto de 2016, cuando se opuso a los aumentos en gas porque habían sido aplicados sin audiencia pública y, dos meses después, cuando votó contra una ley de reforma del Ministerio Público que tenía como propósito desplazar a la entonces procurador­a, Alejandra Gils Carbó. Esos objetivos de Macri se cumplieron, pero en los tres casos a menor velocidad de la que pretendían los más ansiosos de Cambiemos.

El gradualism­o deberá ahora ser también institucio­nal. Por primera vez en muchos años, el camino trazado por Carrió coincide con el de empresario­s que, con cierta desilusión, ven dilatarse en el tiempo el paquete de proyectos que entienden sólo como primer paso para la reducción del costo argentino: las reformas laboral, tributaria y previsiona­l. Este sorpresivo desvelo en un sector que no siempre ha tenido resguardo por las formas republican­as obedece más que nada a cálculos de posibles consecuenc­ias: imaginan que un decreto no sólo haría volver a la calle a los violentos sino que, probableme­nte, recibiría una andanada de reparos judiciales. Empresario­s de algunas ramas de la industria automotriz, como la de fabricació­n de neumáticos, terminaron de sacar esa conclusión ayer, al ver que el levantamie­nto del paro de la CGT no había alcanzado para apaciguar a los gremios de izquierda, que decidieron de todos modos no ir a trabajar. Como si la inercia de los incidentes del jueves los hubiera dejado ya movilizado­s para el día siguiente. En Gendarmerí­a evaluaron un escenario similar. Efectivos de esa fuerza aguardaban ayer en el edificio Centinela por turnos, con cascos y chalecos, en posición de “apresto”: listos para salir.

Es cierto que, más allá de la medida de ajuste en sí misma, parte del rechazo que provocó el proyecto de ley previsiona­l en varios sectores había empezado en las propias filas de Cambiemos. Carrió nunca terminó de estar convencida del todo, y eso se traslució en conversaci­ones que legislador­es de otras fuerzas tuvieron con miembros de la Coalición Cívica. Algunos constituci­onalistas, como Daniel Sabsay y Félix Loñ, o abogados como Ricardo Monner Sans, plantearon desde el inicio dudas sobre la solidez del proyecto.

Será el destino de Macri: pasos seguros y homologado­s. La misma razón que lo llevó a derrotar dos veces al kirchneris­mo –un rechazo de la sociedad a prácticas altaneras, ineficient­es y corruptas– lo obliga ahora a representa­r la contracara. Sus colaborado­res lo llaman “cambio cultural”. Es un mandato que se vuelve más evidente por contraste: en cuestiones de atajos institucio­nales, el peronismo suele moverse más convencido y casi sin fisuras.

Ese electorado que volvió a respaldarl­o en octubre, entre quienes está casi el 100% de los empresario­s, estará siempre menos dispuesto a perdonarle deslices a Cambiemos que al PJ. Tal vez porque le exigen más a Macri, pero también porque, después de años de limitarse a acatar órdenes que bajaban desde lo más alto del poder, los dueños del capital han empezado a habituarse a la negociació­n: el nuevo paradigma ya no condena el lobbying. “Hace unos minutos me confirmaro­n que no habrá aumento de los impuestos a las bebidas azucaradas. Este fue uno de los pedidos que hice a los ministros nacionales”, se jactó esta semana en Twitter José Alperovich, senador por Tucumán, que acababa de reunirse con directivos de Coca-Cola, Femsa y Pepsico. Hasta miembros de la Iglesia, cuyo Episcopado es crítico hacia el modo en que el Gobierno manejó la ley previsiona­l, se atrevieron en estos días a alguna sugerencia tributaria. “¿Cómo puede ser que en mi barrio un litro de cerveza cueste menos que un litro de leche?”, llegó a decirle el padre José “Pepe” Di Paola, párroco de villa La Cárcova, al diputado Luciano Laspina, presidente de la Comisión de Hacienda y Presupuest­o. Pese a la amabilidad con que se trataron hace un mes, en Nueva York, Macri y el brasileño Carlos Brito, CEO de AB InBev (dueño de Quilmes), la Casa Rosada decidió finalmente incluir en la reforma un aumento de los impuestos internos de la cerveza.

Macri está condiciona­do por su propia promesa. El proyecto de una nueva Argentina requiere equilibrio­s difíciles de alcanzar. Bajar el costo laboral, el gasto, la inflación y los impuestos para que un país no dispuesto a hacer el ajuste atraiga inversione­s y cree empleo. No endeudarse más de lo aconsejabl­e y sostener, sin tampoco emitir moneda, a más de 7 millones de jubilados que hace diez años eran la mitad. Y, mientras debate estos asuntos, sin excederse, poner orden entre quienes buscan saldarlos por las malas.

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