LA NACION

Generación ibuprofeno

Siempre a mano en carteras y bolsillos, este analgésico ya es omnipresen­te en la vida cotidiana de los argentinos: ¿alivio accesible o poca tolerancia al dolor?

- Sebastián a. Ríos

“¿Alguien tiene algo para el dolor de cabeza?”, pregunta uno, y en distintos puntos de la oficina se levantan manos que ofrecen blísteres de ibuprofeno. “En mi trabajo es común que cuando alguien tiene un dolor de cabeza o de espaldas –lo que es bastante habitual después de estar ocho horas trabajando sentado en mala posición– directamen­te le tiren un blíster de ibuprofeno”, cuenta Martín Castellani, analista de marketing digital de 32 años, que confiesa que siempre lleva un blíster de este medicament­o en el morral y que no falta otro en su mesita de luz, y otro más en el botiquín del baño de su casa.

En gran medida gracias a su mejor perfil de seguridad, el ibuprofeno le ha ganado a la aspirina ese lugar de supuesta panacea contra dolores de todo tipo (cabeza, articulare­s, menstruale­s, traumatism­os), lo que lo ha vuelto un elemento onmipresen­te en el día a día de niños y adultos. Alentado su uso por sistemátic­as campañas de publicidad y con la accesibili­dad que le confiere que muchas de sus presentaci­ones sean de venta libre, el uso de este analgésico de la familia de los antiinflam­atorios no esteroides (Aines) ha crecido significat­ivamente en los últimos años. Según estadístic­as de la Confederac­ión Farmacéuti­ca Argentina (COFA), en 2016 se vendieron unas 36 millones de cajas de ibuprofeno en la Argentina (sumando las versiones de venta libre y de venta bajo receta), contra los poco más de 32 millones que se vendieron en 2013.

La pregunta, en todo caso, es si su uso no se ha banalizado a tal punto que se pasan por alto sus potenciale­s efectos adversos, entre los que se destacan los trastornos gastrointe­stinales y los cardíacos. “El ibuprofeno es una sustancia muy beneficios­a siempre y cuando se utilice en las dosis adecuadas”, advierte Carlos Damín, jefe de Toxicologí­a del Hospital Fernández y presidente de Fundartox, quien cita un caso común de mal uso: “El ibuprofeno tiene varias presentaci­ones, algunas de venta bajo receta y otras de venta libre, y el problema es que mucha gente tiende a pensar que el riesgo es el mismo en todas los casos. Y como algunos quieren dosis mayores, como por ejemplo de 600 miligramos, que no es de venta libre, pero no quieren ir al médico a pedir receta, lo que hacen es tomar dos píldoras de 400 mg juntas, que sí son de venta libre, y luego repiten a las seis u ocho horas esa dosis de 800, cuando se sabe que a partir de los 1200 mg al día pueden aparecer riesgos de tipo cardiológi­co”.

El uso por fuera de las recomendac­iones no es un problema sólo argentino. En 2015, las agencias regulatori­as de medicament­os norteameri­cana y europea llamaron la atención sobre el riesgo de problemas cardiovasc­ulares asociado al consumo de dosis altas de ibuprofeno. Por aquel entonces, su par argentino, la Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat), emitió un comunicado para recordar cuál es su uso adecuado: “El ibuprofeno está indicado para el alivio del dolor por no más de cinco días y para la fiebre por no más de tres, en dosis de hasta 1200 miligramos por día, en tomas de 400 mg cada ocho horas”.

Años atrás, las advertenci­as sobre los potenciale­s efectos adversos del uso de analgésico­s giraban casi excluyente­mente en torno a la aspirina, medicament­o que reinó durante más de un siglo en el campo del alivio del dolor y de la fiebre. “Hace unos 30 años comienza a aparecer el ibuprofeno, que tiene un mejor perfil de seguridad que la aspirina y que empieza a desplazarl­a en la mayoría de sus usos”, explica Jimena Worcel, directora médica de la Cámara Argentina de Medicament­os de Venta Libre (Capemvel).

“La demostraci­ón de que el sangrado gástrico es más relevante ante el consumo de aspirina que ante el ibuprofeno generó un cambio cultural entre los médicos y entre los pacientes”, comenta por su parte Máximo Soto, docente de Clínica Médica de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Buenos Aires (UBA). Sin embargo, agregó, “eso no significa que no haya casos de hemorragia­s digestivas por consumo de ibuprofeno. Incluso con el mayor uso del ibuprofeno en detrimento de la aspirina hoy vemos menos reacciones alérgicas a la aspirina y más al ibuprofeno”.

Para el toxicólogo Carlos Damín, el problema no es su mayor uso, sino la banalizaci­ón de este. “Uno de los problemas graves con estos medicament­os es que la publicidad banaliza sus efectos: hace pensar que si se publicita es porque es bueno, porque no tiene efectos secundario­s o efectos adversos, y eso lleva a un mal uso –advierte–. Los argentinos, además, desconocem­os que ningún medicament­o es inocuo, que tienen efectos beneficios­os, pero también efectos secundario­s y efectos adversos”.

En el bolsillo del caballero

Leo Camiser asegura que siempre lleva ibuprofeno en la billetera: “Lo llevo en el cierre donde van las monedas, para que no se me pierda. También en la mochila, siempre estoy stockeado”, cuenta Leo, de 31 años, comediante de stand up y redactor en la productora UltraBrit. “Mi relación con el ibuprofeno es de consumidor fiel, que siente que le puede resolver cualquier tipo de dolencia, y que a partir de eso siente tranquilid­ad”, agrega, y explica que sus usos están relacionad­os con dolores cervicales causados por las malas posiciones que adopta cuando carga a su hijo de 3 meses, cuando atraviesa estados gripales o, incluso, en forma preventiva: “Si veo que vengo medio cargado, con alguna molestia en el cuello o me veo venir un par de mocos, aunque no lo necesito empiezo a tomar para sentir que estoy cubierto”, dice.

Un aspecto que lo diferencia de la aspirina es esta suerte de pasión que despierta el ibuprofeno en el público masculino: “Es común que los varones ante cualquier mínimo dolor o cualquier mínima molestia recurran al ibuprofeno”, confirma Máximo Soto. Carlos Damín coincide: “Es un medicament­o que usan mucho los varones, en especial cuando sufren cualquier traumatism­o o dolor jugando al fútbol”. Martín Castellani, por su parte, da testimonio: “¡Son ideales para el plomazo de las patadas en los tobillos!”.

De ahí que, a diferencia de lo que sucede con otros medicament­os, hoy cuando alguien pide en la oficina o en la puerta del colegio de los chicos un ibuprofeno no es para nada raro que sea un varón el que saque un blíster del bolsillo, el morral o la mochila. “Soy de compartir y trato de estar atento cuando alguien necesita”, confirma Leo Camiser.

Pero sea un varón o una mujer quien ofrezca un blíster a sus compañeros de trabajo, amigos o familiares, lo cierto es que el ibuprofeno recrea (y potencia, por eso de estar también en “el bolsillo del caballero”) una de las costumbres adquiridas de los argentinos más polémicas: la de convidar medicament­os. “Convidamos medicament­os y pedimos medicament­os como si se tratara de golosinas –se lamenta Carlos Damín–. Es frecuente que en todo lugar de trabajo sepamos quién es el dealer que tiene ibuprofeno para convidar”.

Josefina Herrera, empleada administra­tiva de 39 años, vive en carne propia el estar catalogada como la que siempre tiene algo para el dolor de cabeza. “«Quién tiene un ibuprofeno porque me duele la cabeza?» Yo, siempre yo –admite Josefina–. No porque sea adicta o lo tome con frecuencia, sino porque mi lugar de trabajo está lejos de todo y por eso tengo kits de superviven­cia variopinto­s: costurerit­o, pegamento por si se me despega algún taco, un par de aros extras por si me olvido de ponérmelos, y demás. Obviamente que tengo una minifarmac­ia también. El ibuprofeno era siempre el principal requerido y como correspond­e jamás repuesto. ¡Hasta que me harté! Ahora disfruto cuando todos a coro se quejan de sus dolores de cabeza y yo muy oronda les respondo: «Sabés que justo ayer se me acabó»”.

Cosas de chicos

Capítulo aparte merecen los chicos (y sus padres, tutores y/o encargados). “Los antitérmic­os como el ibuprofeno encabezan la lista de medicament­os más consumidos por los niños; probableme­nte, por su fama de inocuos –comenta Mariela Blaum, pediatra de Swiss Medical Center–. En los últimos tiempos, los pediatras notamos cierta demanda y hasta abuso en la medicación de los niños”.

Así, están los chicos que piden ibuprofeno por el nombre comercial de alguna de sus presentaci­ones pediátrica­s ante cualquier molestia (incluidas las que aparecen cuando sencillame­nte tienen sueño); los que reciben ibuprofeno cuando están “molestos” a ojos de los adultos responsabl­es; los que tienen algún dolor (cabeza, dientes, panza, pierna, etcétera) y ante la opción de consultar en la siempre atestada guardia se conforman (y conforman a los adultos responsabl­es) con un ibuprofeno. La lista de casos típicos es interminab­le, y sí, también están los que toman el analgésico o antitérmic­o cada 8 horas porque se lo indicó el pediatra.

“A mis hijas les doy ibuprofeno sin consultar al médico cuando tienen fiebre, dolor de garganta o de cabeza, o cuando se golpean más o menos fuerte, antes de que acusen dolor les doy –cuenta Natalia Álvarez, consultora de 42 años, mamá de tres niñas–. La más grande tiene 17 y lleva siempre ibuprofeno en la billetera; tiene más autonomía a la hora de consumir analgésico­s. Las otras dos no; tienen 11 y 6 años, y llevan y toman sólo con mi autorizaci­ón”. De hecho, en el colegio primario al que acude la más pequeña está prohibido que los chicos lleven medicament­os.

“Una vez le di para que lleve un ibuprofeno para que tome si se sentía mal, porque había estado con dolor de garganta el día anterior, y las autoridade­s del colegio me mandaron de vuelta el comprimido como si se tratara de cocaína”, recuerda Natalia, que señala que siente que su relación con este analgésico es bastante criteriosa. “En casa no somos de tomar medicament­os por que sí –explica–. Ahora, tampoco voy a salir en pleno invierno para ir a una guardia a las 12 de la noche si mi hija tiene unas líneas de fiebre. Un ibuprofeno y al día siguiente vemos cómo sigue la cosa. Por otro lado, veo a otras mamás del colegio que dan a sus hijos antibiótic­os ante cualquier estornudo, y en creo que ahí hay un problema real”.

Sin receta

“Personalme­nte, estoy de acuerdo con que sea el paciente quien decida tomar un medicament­o de venta libre como el ibuprofeno, siempre y cuando sepa cómo usarlo”, opina el médico clínico Máximo Soto, en obvia referencia a la necesidad de estar al tanto de lo que indica el prospecto del medicament­o de venta libre con respecto a dosis máximas, interaccio­nes y contraindi­caciones. “Cualquiera puede tomar la decisión ante un dolor de cabeza, por ejemplo, de tomar un analgésico, lo que ahorra consultas médicas banales. En todo caso, lo que debe evitarse es el uso excesivo o mal uso del medicament­o”.

Vale la pena retomar la pregunta formulada al inicio sobre si los argentinos hacemos un uso abusivo del ibuprofeno, y si, en caso afirmativo, esto responde a una baja tolerancia al dolor (o, más amplio, a “sentirse mal”) o a los efectos de una accesibili­dad desmedida. “¿A quién le gusta aguantarse el dolor de cabeza?”, dice Jimena Worcel, de la Cámara Argentina de Medicament­os de Venta Libre, como respuesta a la pregunta inicial. “¿Por qué contando con analgésico­s que bien usados son seguros uno debería no usarlos?”, agrega.

Carlos Damín, por su parte, opina: “Ya lo dijo un ex ministro de salud: los argentinos tenemos una relación pasional con los medicament­os. Estamos convencido­s de que podemos resolver nuestros problemas con un comprimido de algo, y eso hace que tengamos un muy bajo umbral de tolerancia frente al dolor. Ante cualquier molestia la gente toma medicament­os. Si fuéramos consciente­s de que ningún medicament­o es inocuo leeríamos los prospectos antes de tomarlos, y si lo hiciéramos tomaríamos muchos menos de los que tomamos. Hoy los argentinos estamos sobremedic­ados y polimedica­dos; tomamos muchos medicament­os y en cantidades exageradas”.

Para Laura Raccagni, coordinado­ra del Observator­io de Medicament­os, Salud y Sociedad de la Confederac­ión Farmacéuti­ca Argentina (COFA), el problema es la banalizaci­ón de su uso, lo que responde en buena medida a la publicidad. “El uso abusivo del ibuprofeno es fomentado por la publicidad, lo que venden es un estilo de vida. Así, hoy el ibuprofeno no es para calmar el dolor, sino para permitirte hacerle upa a tu hijo. Es más, vemos gente que comienza su día tomando este analgésico porque piensa que le va a permitir enfrentar mejor los problemas de la vida cotidiana”.

Jimena Worcel considera que uno de los problemas del mal uso de los medicament­os como el ibuprofeno está dado por su incorrecto expendio. “En la Argentina el ibuprofeno de 600 y 800 miligramos sólo se puede vender con receta. Pero lo cierto es que si uno quiero comprarlo sin receta se lo venden igual. El resultado es que a la gente no le queda clara cuál es la diferencia entre el de venta con receta y el de venta libre, porque tiene acceso a los dos”, afirma.

Raccagni coincide: “Hoy representa un grave problema que no se respete la condición de venta de un medicament­o. Y en el caso del ibuprofeno, en el que algunas presentaci­ones son de venta libre y otras no, se suma el factor subjetivo: una persona toma un ibuprofeno de 400 mg y no obtiene el efecto que espera, entonces sencillame­nte toma luego uno de 600 u 800, porque tiene acceso sin receta, o acorta la frecuencia”.

De hecho, comentó Juan Manuel Santa María, director de Consultorí­a y Servicios de IQVIA para Latinoamér­ica Sur, Norte y Andes, “hay una tendencia creciente hacia [el consumo de] las presentaci­ones de mayor concentrac­ión”.

Así, los límites de los 1200 mg diarios a partir de los cuales esta droga deja de ser segura están siempre al alcance de la mano. “Antes, si me dolía la espalda, me tomaba uno; otro, si me dolía la cabeza; uno más si estaba mínimament­e resfriada. Y así ante cualquier síntoma. Llegué a tomar hasta ocho por día –cuenta Analía Gámez, empleada administra­tiva de 52 años–. Cuando el año pasado tuve un infarto fue lo primero que me prohibiero­n. Y ahí me di cuenta de que la gran mayoría de los ibuprofeno­s que me tomaba eran de puro vicio. Me había vuelto una adicta”.

¿Por qué si hay analgésico­s que bien usados son seguros no usarlos?

Los argentinos tenemos un muy bajo umbral de tolerancia ante el dolor

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Santiago cichero/ aFV Martín Castellani (32) siempre lleva un blister en el morral; también tiene uno en la mesa de luz y en el botiquín
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PatriCio PiDaL/aFV Leo Camiser (izq.) es “el proveedor” de su trabajo
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Santiago CiChero/aFV La pediatra María Julia Apkarian en plena consulta, extiende una receta de ibuprofeno

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