A oscuras. Qué hay detrás de los frecuentes cortes de luz
Dieciséis periodistas de diversas procedencias laborales e ideológicas formaron una redacción nómade para investigar la crisis energética
Era una tarde de marzo de 2016 y el calor en Buenos Aires no aflojaba. Como ocurre cada lunes, un grupo de periodistas nos juntamos en un taller de periodismo. Un encuentro en el que trabajamos textos de periodismo narrativo, es decir, textos que se valen de recursos formales de la ficción, de la poesía, del cine y de todo aquello que esté al servicio de construir una mirada y contar una historia real. Coordinados por la periodista Leila Guerriero, nos reunimos a las seis de la tarde y durante tres horas leemos en voz alta los textos que escribimos bajo la consigna de esa semana.
En los últimos años, a partir de noviembre, Leila nos solía enviar mails en los que decía: “No tengo luz y no sé si podremos vernos. Les aviso”. Preguntar si la luz se había cortado en su casa durante el verano era una constante. Sucedía todo el tiempo, a veces por días, a veces por semanas enteras. El asunto nos venía rondando y esa tarde de marzo de 2016, al pensar en la posibilidad de hacer una investigación periodística colectiva, los cortes de luz encabezaron la lista. Había otras opciones, pero de manera unánime nos decidimos por esa.
Somos compañeros de taller y también periodistas que abordamos todo tipo de realidades: moda, viajes, política, género, economía, cultura, sociedad, deporte. Tenemos intereses distintos y distintas visiones políticas. Aunque nunca habíamos trabajado juntos en ningún proyecto, más de una vez habíamos manifestado el deseo de hacerlo. La de los cortes de luz sería, en principio, una nota a fondo, extensa, y por el momento sin un sitio preciso de publicación.
Resolvimos acotar la investigación a la ciudad de Buenos Aires y su conurbano, ya que el país iba a resultar inabarcable, pero además porque el área metropolitana representa el 40 por ciento del consumo eléctrico del país. Entonces, como un caudal irrefrenable, surgieron las primeras preguntas: ¿por qué se corta la luz en Buenos Aires? ¿Por qué se corta en algunos barrios y en otros no? ¿Por qué el Gobierno subsidia la energía? ¿Desde cuándo los generadores inundaron el paisaje urbano? ¿Se volvió costumbre naturalizada que los vecinos cortaran las calles y quemaran gomas en protesta por los cortes? ¿Cómo ocurrió todo esto?
Ninguno de nosotros sabía mucho acerca de la energía. No iba a ser sencillo entender y menos encontrar explicación a esa pregunta de apariencia simple: ¿por qué se corta la luz? El proyecto llegó a oídos del director editorial de Editorial Planeta, Ignacio Iraola, que propuso transformar ese enjambre de interrogantes en un libro. Los dieciséis periodistas dijimos que sí y empezamos a trabajar bajo la dirección de Leila Guerriero. Como guiño, para establecer una referencia, una bandera sobre un suelo desconocido, nos pusimos de acuerdo en llamarlo Proyecto Voltios. Y si no sabíamos nada, había que empezar por saberlo todo.
Otra tarde, pero de otoño de 2016, minutos antes de empezar el taller, con la investigación ya en marcha, uno de nosotros, el más joven, nos dijo que un amigo de su padre, que trabajaba en una de las distribuidoras, le había dicho quién era la persona con la que debíamos hablar, quién era el hombre clave. Después de ese dato vino otro, que nos llevó al siguiente, que nos acercó a otra fuente, que nos confirmó información fundamental. Entonces, todo comenzó a encajar. Y tuvimos la certeza de que había una historia grande. Y enredada. Nuestra tarea era desmadejarla.
Nos metimos en el universo de la energía eléctrica y nuestra mirada cambió: de pronto, todo tenía que ver con voltios. Durante un año y medio, cada vez que vimos a trabajadores romper la vereda, nos acercamos a preguntarles si eran de Edenor o Edesur y qué estaban reparando; insistimos a nuestros amigos y familiares para que nos avisaran si se les cortaba la luz aunque fuera por minutos; nos armamos alertas de Google para que lo que se publicara en Internet con las palabras “luz” o “energía” nos llegara directo al mail. Nos obsesionamos.
Alguien se puso al hombro el trabajo de archivo. Otro levantó la mano para hacer un mapa de entrevistados. Surgieron nombres, siglas. Establecimos una redacción virtual y ambulante, repartimos el trabajo, las entrevistas. Voltios fue, desde el principio, un proyecto colectivo donde primaron el compañerismo y la solidaridad.
Muchas de las entrevistas fueron hechas en parejas, gran cantidad de textos escritos de a dos, cuatro, seis manos, como este. Toda la información, los audios y las desgrabaciones se compartieron en una base de datos que fue creciendo de manera descomunal. Cada vez que alguien volvía de hacer una entrevista, con las impresiones frescas, contaba cómo le había ido y compartía los datos que podían servir a los demás para sus propias líneas de investigación.
Cada vez que alguien debía ausentarse por trabajo, viajes o vacaciones, nos pasábamos la posta. A menudo, la editora nos pedía que detalláramos el estado de situación. Había que avanzar. Hasta que no supiéramos todo, no íbamos a ser capaces de escribir.
Nos metimos en las vidas de los vecinos, y todas esas personas que sólo en diciembre de 2013 formaron una cifra de 11.841.248 usuarios sin luz se volvieron para nosotros rostros, nombres, padecimientos concretos. De Caballito, de Villa Crespo, de Boedo, de Once, de Quilmes, de Malaver. Al menos una vez por semana los llamábamos para saber si tenían luz; si la ola de calor, si la tormenta, si las bajas temperaturas los habían afectado. Entendimos que un corte de luz no es sólo no poder ver televisión o el impedimento de publicar en Facebook o de secarse el pelo. Estar sin luz es no tener cómo refrigerar la comida, es tirar parte de tu sueldo a la basura, es quedarte sin agua, es no contar con el aparato que una nena necesita para respirar, es estar preso dentro de tu departamento porque a los 80 años quién sube escaleras cuando el ascensor no funciona. Es perder a tus hijas porque las velas que dejaste prendidas provocaron un incendio.
Quinientos cuarenta días de trabajo, incluyendo feriados y fines de semana. Al menos treinta y cuatro
mails con copia a los dieciséis periodistas y a la editora en un día tranquilo. Unos setenta y ocho en uno agitado: mails con links a noticias del mundo energético, mails con desgrabaciones, mails con anuncios de entrevistas concretadas –¿quién puede ir la próxima semana a…?–,
mails con el nombre de una calle donde se acababa de cortar la luz para que alguien fuera a cubrir de inmediato, mails con buenas noticias –¡De Vido dijo que sí a la entrevista!– y con noticias amargas: rechazos, postergaciones. Mensajes de WhatsApp a las siete de la mañana y a la medianoche. Más de cien entrevistas a funcionarios del macrismo, del kirchnerismo, de la Alianza, del menemismo y del radicalismo de los años de Alfonsín, a presidentes y a empleados de las empresas distribuidoras de energía eléctrica, a académicos, a ingenieros, a psicólogos, a defensores del consumidor, a sindicalistas, a cuadrilleros, a periodistas especializados, a comerciantes, a miembros de clubes de barrio y a propietarios de pymes que dejaron de ser sólo nombres para convertirse en personas cercanas, en nuestras fuentes.
Descubrimos un mundo inexpugnable que queríamos –era nuestro desafío y nuestra obligación– contar de manera entretenida, como si se narrara un viaje a un país exótico o una historia policial.
El resultado es un libro que tiene capítulos técnicos contados como si fueran crónicas y crónicas contadas como si fueran lo que son: historias de gente común en circunstancias excepcionales. No hay una conclusión única a la pregunta que nos planteamos, porque no escribimos con ese fin. Hicimos, quizá, periodismo a la vieja usanza: nos tomamos el tiempo y escuchamos a todos, hablamos con todos, les preguntamos a todos. Después, nos sentamos a contarlo. Esto es Voltios.
Estar sin luz es no tener cómo refrigerar la comida, es tirar parte de tu sueldo