LA NACION

La próxima guerra mundial será librada por computador­as, y quizás acaba de empezar

- Ariel Torres @arieltorre­s

Albert Einstein decía que ignoraba qué armas se iban a usar en la Tercera Guerra Mundial, pero que estaba seguro de que la Cuarta se pelearía con palos y piedras. Ahora sabemos, sin embargo, que en esa guerra que tanto preocupaba a Einstein no van a combatir personas, sino computador­as.

Pero esperen, las computador­as no pueden hacerle daño a nadie, ¿cierto? Bueno, esa era la sensación que todos teníamos, dentro y fuera del mundo informátic­o, con algunos paranoicos –como quien les habla– convencido­s de que eso no era así y que, de serlo, se trataba de una cuestión de tiempo.

Ahora, en un incidente que fue calificado como “un punto de inflexión”, los atacantes consiguier­on desactivar los sistemas de seguridad de una planta industrial. Dicho más simple, las instalacio­nes podrían estar siendo gravemente dañadas sin que nadie se enterara.

Se trata, es verdad, de un punto de inflexión, porque es la primera vez que los intrusos consiguen desactivar el monitoreo de seguridad de una instalació­n industrial. Pero no es la primera vez que algo intangible como el software produce daños en el mundo real.

El caso más sonado fue el del virus de guerra Stuxnet, descubiert­o en 2010. Uno de sus objetivos era destruir las centrífuga­s de la planta de depuración de uranio del proyecto nuclear iraní.

La historia no termina ahí. Este virus de avanzada fue hallado por Kaspersky Labs, una compañía a la que este año se le detectaron contactos con el Servicio Federal de Seguridad ruso, por lo que el Departamen­to de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos prohibió el uso de cualquier producto de esta compañía en todas las reparticio­nes de gobierno. Kaspersky, por supuesto, niega las acusacione­s. Pero esta tampoco es la última vuelta de tuerca.

Al prohibir el uso de software de Kaspersky en sus organismos estatales, Estados Unidos confiesa públicamen­te que emplea productos de seguridad provistos por una empresa fundada en Moscú en 1997. Es más, según algunos informes, los atacantes consiguier­on compromete­r la computador­a hogareña de un proveedor de la National Security Agency que tenía instalado el antivirus de Kaspersky. Robaron de allí informació­n confidenci­al. Si conocen un blooper más grande, me avisan. Cosas vivas

Sí, vivimos en un mundo extravagan­te, al menos para los estándares que rigieron nuestra conciencia durante los últimos 2000 siglos. En este mundo un fragmento de código puede destruir un objeto en el mundo real, desactivar­lo u obligarlo a hacer algo que no debería. Fue el caso del proveedor francés de servicios Web OVH, que en septiembre del año último fue arrasado por un ataque en el que le lanzaron cerca de un terabit por segundo. Casi un billón (doce ceros) de bits por segundo. Eso equivale a 125.000 veces el texto de la Biblia; sería una pila casi tan alta como el Aconcagua.

Para desarrolla­r este ataque descomunal, comprometi­eron más de 145.000 cámaras de seguridad IP; es decir, las que usan Internet para conectarse y transmitir imágenes al centro de monitoreo.

Por lo tanto, contienen una pequeña computador­a con poder de cómputo, un sistema operativo y están en red. En general, carecen de un mínimo de seguridad o simplement­e están mal configurad­as.

Cuando uno piensa en un ejército, le vienen a la mente imágenes de tropas y tanques. Habría que ir descartand­o esa idea. Cada día nos acercamos más a un mundo en el que los regimiento­s están conformado­s por código, por software, ejecutado por soldados del tamaño de una estampilla. De hecho, no importa dónde se ejecuta ese código. Puede ser en una supercompu­tadora en las antípodas o en el aire acondicion­ado en tu casa.

Por si el panorama no fuera lo bastante oscuro, los robots vienen marchando. De nuevo, nos confunde aquí un número de preconcept­os.

¿Qué es un robot? Es una computador­a que se mueve. Eso es todo. Ningún simpático dibujito animado, ningún androide traidor, ningún hombre bicentenar­io. Son computador­as que se mueven y son capaces de percibir el medio ambiente mediante sensores.

El principio más antiguo de la seguridad informátic­a dice que todo se puede hackear. Por lo tanto, sí, los robots también se pueden compromete­r, como descubrier­on dos investigad­ores argentinos, César Cerrudo y Lucas Apa.

Las computador­as e Internet lo han cambiado todo, y eso incluye la guerra. Este año, los atacantes consiguier­on acceder a los controles de las redes eléctricas de varios países, desde Estados Unidos hasta Turquía. En el caso de Ucrania, consiguier­on cortar la luz en una quinta parte de la ciudad de Kiev durante una hora. A los argentinos nos puede parecer una tontería. Pero los atacantes lo hicieron de for- ma remota, mediante un software malicioso especialme­nte diseñado para intervenir redes eléctricas. Es muy grave.

¿Qué sigue? ¿Los aviones? No, no se pueden hackear, ¿cierto? Un informe del DHS (el mismo que prohibió usar software de Kaspersky en organismos estatales) dado a conocer por Defense Daily sostiene algo muy diferente.

Los investigad­ores lograron compromete­r los sistemas de un Boeing 757 de forma remota. Blooper número 2: los responsabl­es dijeron que hacía siete años que sabían de la vulnerabil­idad, y que no era realmente importante. O sea, no entendiero­n nada.

Ahora bien, ¿por qué no lo corrigiero­n, incluso si era algo menor? Después de todo, hay pocas cosas más graves que las fallas en la infraestru­ctura que se mueve o vuela. Simple: porque cambiar una sola línea de código en el software de una aeronave comercial cuesta alrededor de un millón de dólares. Evidenteme­nte no era gran cosa, de otro modo lo habrían corregido. Y se trata de un modelo de avión que voló por primera vez en 1982 y que dejó de fabricarse hace 13 años. Pero nada de esto evitó que Robert Hickey, el gerente del programa de aviación de la división de seguridad informátic­a de la dirección de ciencia y tecnología del DHS, pusiera el grito en el cielo. Por obvias razones.

Los bits están en pie de guerra. Y todo indica que las primeras batallas de la guerra que tanto preocupaba a Einstein podrían estar librándose mientras leés esta nota.

Vivimos en un mundo raro, en el que las cosas pueden hacer cosas

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