LA NACION

El fin del dinero

- Federico Andahazi

Aunque no lo parezca, los libros y el dinero son hermanos directos. El pasado, el presente y el futuro de ambos está íntimament­e relacionad­o. Tal vez resulte una figura revulsiva para algún escritor infatuado que se considera un habitante del platónico mundo de las ideas. Pero los hermanos no dejan de ser hermanos aunque no siempre se lleven bien. Los primeros y más famosos hermanos de los que nos habla la Biblia no fueron, precisamen­te, un ejemplo de convivenci­a fraterna.

La literatura siempre va un paso adelante del dinero. El debate en torno a la muerte del libro de papel a manos del libro digital se inició una década antes de la naciente polémica sobre la desaparici­ón del dinero físico y su posible reemplazo por el bitcoin.

El libro se mantuvo prácticame­nte sin cambios desde 1445, fecha de la invención de la imprenta, hasta la reciente aparición de los formatos digitales. En el siglo XV se produjo una polémica mucho más profunda que la actual alrededor del libro. Recordemos que los libros eran cuidadosam­ente escritos a mano en los monasterio­s por monjes copistas y cada volumen llevaba meses y hasta años de trabajo. Los libros eran, literalmen­te, sagrados. Resultaba inconcebib­le que la Palabra pudiera surgir de un artefacto inanimado y no de la celosa pluma de un religioso. En mi novela

El libro de los placeres prohibidos, describí la guerra que se desató entre los viejos copistas y los nuevos imprentero­s a partir de la invención de Gutenberg. ¿Qué relación tiene esto con el dinero?

Pocos saben que el padre de Johannes Gutenberg era el director de la Casa de la Moneda de Maguncia, su ciudad natal. De manera que desde muy pequeño, Gutenberg aprendió de su padre el arte de la orfebrería y las técnicas de la fabricació­n de monedas. Los tipos móviles, de hecho, son hijos directos de la acuñación de moneda. Hizo falta que apareciera Gutenberg para que surgiera, tiempo más tarde, el inconcebib­le dinero de papel. No resultó fácil explicarle a un granjero que un cerdo era equivalent­e a un pedazo de papel sin valor alguno. Las monedas, al menos, conservaba­n su valor en metal. El billete nació como una suerte de “impresión” de la moneda sobre un papel. Y aquí encontramo­s el primer parentesco: el libro y los billetes se fabrican desde entonces y hasta hoy con la misma máquina: la imprenta.

Sin embargo, esta hermandad se remonta más lejos en el tiempo. Las primeras monedas estaban acuñadas en piedra, en metal o en arcilla. La misma arcilla en la que nació la escritura cuneiforme del Asia Menor. Las monedas y los símbolos escritos comparten las mismas herramient­as e, incluso, la misma raíz lingüístic­a. Los términos Somos testigos privilegia­dos del cambio más importante de la historia desde 1445 y, como en aquel entonces, podemos ver la incredulid­ad de quienes se resisten a los cambios “acuñar”, en relación con la moneda, y “cuneiforme”, aplicado a la escritura, provienen ambos de “cuña”, la herramient­a con la que se escribía y con la que, más tarde, se acuñarían las monedas.

Pero el parentesco entre el dinero y la literatura es aún más antiguo: antes de que existiera el dinero, la gente intercambi­aba mercancías e historias. Las tradicione­s orales eran tan efímeras como el acto de un trueque. Hasta la convención de la sal como elemento de ahorro, no había manera de atesorar “valores” ni de conservar los relatos más que en la memoria.

Jamie Dimon, director del ejecutivo del JP Morgan, ha dicho recienteme­nte que el bitcoin es un fraude. Pero no fue el único. En el extremo ideológico opuesto, Joseph Stiglitz, premio Nobel, fue más allá: “Deberían prohibirlo, el bitcoin es una estafa y está a punto de estallar”. Es notable. Exactament­e eso fue la imprenta. La estafa más exitosa del mundo. Gutenberg no inventó la imprenta, sino una máquina para falsificar manuscrito­s. En el siglo XV los libros eran inaccesibl­es. Estaban en poder de la Iglesia y de los hombres más poderosos de Europa. No existían las biblioteca­s públicas y los libros se atesoraban bajo siete llaves. De hecho, un manuscrito iluminado con tintas de colores, encuaderna­do con pieles exóticas y cosido con hilo de oro podía valer lo mismo que un palacete. Muy pocos saben que Gutenberg fue encarcelad­o y sometido a juicio junto a sus cómplices, Johann Fust y Peter Schoeffer, por intentar vender un manuscrito falso a un poderoso coleccioni­sta parisino. Ese “manuscrito falso” fue el primer libro impreso. Los parecidos son asombrosos: el primer “libro pirata” fue el primer La máquina de falsificar libros impresos fue la piedra basal de la poderosa industria editorial y Gutenberg pasó de villano a héroe. Seis siglos más tarde, sobre el formato del libro pirata se forjó el creciente mercado del libro digital. Debería saber el director del JP Morgan que Johann Fust, el cómplice que financió la estafa de Gutenberg, también era banquero.

Somos testigos privilegia­dos del cambio más importante de la historia desde 1445. Como en aquel entonces, podemos ver la incredulid­ad de quienes se resisten a los cambios. Los viejos financista­s miran con asombro cómo muchos jóvenes que compraron bitcoins por unos centavos hoy cuentan delante de sus narices millones de dólares, mientras leen nuestras novelas en sus pequeños teléfonos celulares.

No hay forma de saber si el bitcoin es una gran estafa o el futuro del dinero. Probableme­nte sea ambas, tal como, en alguna medida, lo es el dinero convencion­al. Pero si queremos aventurar el futuro de nuestros ahorros deberíamos mirar nuestras biblioteca­s. Los libros, en la forma y en el fondo, siempre predijeron el destino del dinero. Hoy como nunca, hay que saber leer los signos de los tiempos. e-book.

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