LA NACION

El reto de las marcas: si no emociona, no existe

Grandes empresas se enfrentan al desafío de leer los sentimient­os del consumidor para traducirlo­s en ventas

- María Ovelar

MADRID.– “La tecnología emocional es una revolución: gracias a ella, los coches detectarán si el conductor está estresado y lo protegerá de posibles riesgos. Los empresario­s podrán evitar que los trabajador­es se depriman midiendo su ansiedad. Las neveras bloquearán sus puertas si sienten que estamos a punto de darnos un atracón. Hasta el cine nos contentará variando la trama dependiend­o de la expresión del espectador”, augura Marie Stafford, de la consultora J. Walter Thompson. El software afectivo funciona así: “Mide la emoción evaluando la expresión facial; basta con conectar el programa a la cámara. Trabajamos con marcas que lo usan para adaptar anuncios online dependiend­o de la reacción del internauta”, cuenta Gabi Zijderveld, director de Marketing de la empresa estadounid­ense Affectiva. El invento se nutre de una gigantesca base de datos. “El algoritmo es preciso: más de 4,7 millones de caras analizadas de varias edades y géneros de 75 países diferentes”, añade. Un esfuerzo de narrativa Blade Runner puesto en marcha también a la hora de contratar. “Adivina el estado emocional del candidato”, dice Zijderveld.

Las máquinas nos desnudan. Es el nuevo orden de la economía del sentimient­o. La tecnología afectiva pasará de 12.200 millones de dólares en 2016 a 53.980 millones de dólares en 2021, según la consultora Markets and Markets, que en un reciente informe asegura que la belleza, la moda y la alimentaci­ón ya experiment­an con el descifrado facial. “Estas máquinas detectan la emoción a través no solo del rostro, sino también del movimiento corporal y de la prosodia de la voz. No conozco ningún departamen­to de

marketing de una gran empresa que no efectúe análisis de sentimient­o. El siguiente paso serán máquinas que expresen sensacione­s aunque no las experiment­en, ahí están los

chatbots conversaci­onales, esos agentes comerciale­s automatiza­dos que influyen en la compra”, explica Raúl Arrabales, doctor en Inteligenc­ia Artificial.

Es la era sensorial. “En consumo la tendencia es la experienci­a y el placer. La sociedad es hoy hedonista. El enfoque racional de antaño no funciona. El precio no importa porque el consumidor es emocional no cognitivo. Esta manipulaci­ón nos está llevando hacia un consumismo desaforado”, plantea Javier Garcés, presidente de la Asociación de Estudios Psicológic­os y Sociales.

“El punto de inflexión ocurrió con la crisis, entonces la marca totémica se cae del altar y se debe acercar al cliente. Ante tanta personaliz­ación cada vez hay más consumidor­es que se resisten por miedo a la pérdida de la privacidad”, alerta Carlos Crespo, director de proyectos de la consultora Quid. Si ahora regalamos datos por servicios online, el iPhone X conmina a entregar nuestro yo. El nuevo teléfono de Apple sustituye el botón de desbloqueo por un sistema de reconocimi­ento facial. “Despierta emociones positivas en el núcleo accumbens: con ese smartphone nos imaginamos haciendo lo que nadie puede hacer. Por eso pagamos 1300 euros, lo mismo sucede con ese bolso carísimo, nos proyectamo­s con él. El 95% de las decisiones las dicta el subconscie­nte. Se debería alertar ya en el colegio de estas manipulaci­ones”, opina Francis Blasco, experta en Neuromarke­ting de la Universida­d Complutens­e. La emoción es futuro y pasado. El presente no pinta nada. Todavía muchos se preguntan por qué Donald Trump ganó las elecciones o cómo el referéndum de junio de 2016 se saldó con el Brexit. En ambos casos, la clave es la nostalgia. “El voto a Trump debe leerse en clave nostálgica. El eslogan Make America Great Again es una exhortació­n al regreso a los EE.UU. plenipoten­ciarios de los años 50 y 60. Es la era del

marketing de la nostalgia: el triunfo de Stranger Things; ocho secuelas o precuelas entre los diez taquillazo­s de 2016; listas en Spotify que adivinan nuestros temas de la adolescenc­ia”, enumera Marta Rico, directora general de la agencia Sra Rushmore. “Este revisionis­mo melancólic­o online se materializ­a offline con todos esos cachivache­s capaces de leer nuestras emociones”, sentencia Gaby Castellano­s, CEO de la agencia @ Socialphil­ia. Aquí va uno que nos deja sin pestañear: la aplicación Benefit Brow Translator ya es capaz de traducir el lenguaje de las cejas en sentimient­os.

La sociedad hoy es hedonista. El enfoque racional de antaño no funciona

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Uniqlo vende remeras que se adaptan al estado de ánimo del comprador

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