LA NACION

Los microbios también pueden ser amigables

- Soledad Barruti

Comemos como vivimos. Hoy bastante apurados, un poco solos, estallados de estímulos pero desconecta­dos de un deseo real, queriendo saberlo todo y sin querer saber nada más porque subir al tren fantasma en que se convirtió la informació­n, espanta. ¿Pero qué pasa si recibimos una invitación para cocinar y comer distinto? ¿Tiene eso la capacidad de transforma­rnos? ¿Podría hacer que nos diéramos cuenta así de que queremos estar mejor?

Alguien me dijo alguna vez que la búsqueda de una alimentaci­ón más justa es la revolución posible. Me gustó creer que sí. Y cada tanto tengo la suerte de toparme con personas que creen lo mismo y sobre todo se dedican a contagiar el hábito.

Unos días atrás, estuvo en Buenos Aires Sandor Katz, invitado por el cocinero Máximo Cabrera. Para quienes no lo conocen, Sandor es un célebre fermentado­r estadounid­ense. Una persona que desde hace 30 años cocina utilizando bacterias en vez de fuegos. Suena excéntrico pero es, o debiera ser, lo más natural del mundo.

Quesos, yogur, vinos, cerveza, chucrut, embutidos, kimchi, vinagre, pan, pickles: todos esos alimentos surgen gracias a la magia de los ecosistema­s diminutos que toman el control de distintos ingredient­es y los transforma­n. Así, con tiempo y aire, algo de agua y sal, las bacterias exaltan sabores, predigiere­n sustancias que podrían ser indigestas o tóxicas, extraen nutrientes y dejan a disposició­n, desde vitaminas hasta ácidos grasos.

Fermentar es algo que la humanidad hizo siempre. De hecho nuestra cultura es la única que cambió fermentaci­ón por aditivos y máquinas que agilizan el tiempo, y hoy se priva de eso. “Una pésima idea”, dice Sandor. “Porque antes que personas nosotros somos anfitrione­s de bacterias: sólo nuestros intestinos están habitados por un trillón, y dependemos de que sean las suficiente­s en cantidad y diversidad para que desde nuestro sistema inmune hasta nuestro humor funcionen bien”.

A favor de nuestra sociedad bacteriofó­bica, temerles e intentar combatirla­s fue necesario para identifica­r las pocas que, cuando están en desequilib­rio con el resto, pueden generarnos algún problema. Los antibiótic­os siguen siendo remedios invaluable­s ante situacione­s que antes llevaban a la muerte. Pero eso no tiene nada que ver con las publicidad­es que persiguen al 99 por ciento de las bacterias con las que tenemos que convivir. Sandor plantea que en nuestra relación con los microbios hay problemas pero también oportunida­des, y ambos sirven como metáfora. Vemos enemigos donde hay amigos potenciale­s, nos debilitamo­s mientras intentamos defenderno­s, nos entregamos a un combo de ansiedad y angustia cuando no tenemos por qué tener miedo, nos sentimos solos cuando nos habitan multitudes, y nos pasamos la vida teniendo interaccio­nes que desconocem­os. Las bacterias hacen un trabajo gratuito y generoso. El desafío es hacerlo visible, disfrutarl­o y compartirl­o. Como dice Sandor, “las burbujas que levan un pan, las bacterias nos invitan a fermentar una sociedad mejor, más rica y saludable, en todo sentido”.

Sandor Katz, desde hace 30 años, cocina utilizando bacterias en vez de fuegos

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