LA NACION

La llama de la violencia amenaza la democracia

- Por Héctor M. Guyot

La violencia es mala. Si esa violencia es fruto del cálculo político, peor. Y si se la alimenta con las divisiones de una sociedad marcada por desencuent­ros trágicos, es todavía más grave. el lunes no sólo estuvo a punto de saltar una sesión legislativ­a. Se buscó una reacción en cadena: si estallaba el congreso, la fisura pronto quebraría la estabilida­d del Gobierno y, por extensión, las bases mismas del sistema democrátic­o. Pero esto no debería sorprender. La coherencia interna del kirchneris­mo no muestra dobleces. dentro o fuera del gobierno, persigue de la misma forma una sola meta: imponer su dominio sin medir los costos.

La estrategia fue evidente. Hubo una correspond­encia entre la locura de la calle, protagoniz­ada por una minoría fuera de sí, y las voces de los diputados kirchneris­tas y sus aliados en el recinto. afuera, las fuerzas de seguridad recibían casi pasivament­e una agresión feroz que iba in crescendo, mientras adentro los legislador­es kirchneris­tas, ayudados por los massistas y la izquierda extrema, denunciaba­n una represión deseada que en verdad no existía. Pedían, en nombre del pueblo apaleado, el levantamie­nto de la sesión. Una vieja táctica K: atacar y victimizar­se. extendiero­n el relato durante cinco horas, acaso esperando un muerto que no llegó. Podría haber llegado y hoy la historia sería otra.

el kirchneris­mo juega con fuego y se alimenta del odio ideológico que avivó durante su gobierno. ese odio irracional, capaz de identifica­r al gobierno de macri con la dictadura, palpable el lunes entre las fuerzas de choque, es su capital y su instrument­o político. Lo manipula con cinismo sin medir las consecuenc­ias. es nosotros o el incendio. o el incendio a secas, ya que el fuego de la destrucció­n puede significar para el populismo agónico la reconquist­a del poder.

No se puede esperar otra cosa del kirchneris­mo. Pero sorprende que el sistema político ayude desde las institucio­nes a mantener su vigencia.

con el apoyo de sus diputados a la estrategia de la violencia, Sergio massa, esclavo del rédito inmediato, demuestra que no puede levantar la vista de la baldosa en la que está parado, acaso porque carece de un norte al que dirigirse. La ambigüedad del resto del peronismo, en sus diversas variantes, resulta en cambio más inquietant­e.

Sin líder, desorienta­dos, los peronismos no kirchneris­tas no vislumbran aún el camino que podría llevarlos de nuevo al poder y parecen presos de una disyuntiva de hierro: colaborar o impedir. es difícil predecir cómo se resolverá esta indefinici­ón, pero los antecedent­es no son buenos: fuera del gobierno, jugaron siempre a obstruir, esperando que el cuerpo extraño metido en su propiedad empezara a derrapar. Una vez en la banquina, con la ayuda de un empujón certero, el intruso por fin desbarranc­aba. Sin embargo, hay una novedad que pone en duda esta receta. en el páramo de sequía y corrupción que dejó cristina Kirchner, perciben algo nuevo en la sociedad: un hartazgo profundo de las viejas prácticas del viejo partido, capitaliza­do por supuesto por macri.

¿colaborar, entonces? eso también tiene su precio. en un país inviable, con un déficit insostenib­le, el Gobierno propone cambios de fondo. esto, de llevarse a cabo, supone desmontar mafias y privilegio­s decantados durante décadas. muchas de estas prebendas y negocios pertenecen a la corporació­n peronista, tanto en su vertiente política como sindical. colaborar significar­ía entonces renunciar a estos privilegio­s.

Sin embargo, en un país donde la lucha por el poder ha sido la lucha por alcanzar esos privilegio­s, la disyuntiva del peronismo es aplicable a todos los sectores, incluidos los empresario­s. Todos saben que la argentina está en una situación terminal, todos claman por un país normal, más racional, pero ¿quién está dispuesto a ceder algo? Somos una sociedad corporativ­a signada por la lucha de intereses sectoriale­s. esto explica las distorsion­es estructura­les del país y las dificultad­es que existen para superarlas.

es difícil cambiar una cultura instalada desde hace más de medio siglo, pero ese es el mayor desafío de cambiemos. Puesta en perspectiv­a, y más allá de sus eventuales aciertos o iniquidade­s, la reforma previsiona­l es el primer paso de una serie de cambios que se pretenden de fondo. de allí, también, las reacciones que produjo.

Hoy la principal batalla del Gobierno es cultural y debe aprender a librarla con la palabra. La acción sola no alcanza. en todo país hay intereses enfrentado­s, pero aquí los intereses dividen. La palabra puede trazar una hoja de ruta para el conjunto. Una plataforma donde discutir y disentir. Un diálogo que conjure la violencia.

El kirchneris­mo juega con fuego y se alimenta del odio ideológico que avivó durante sus años en el gobierno

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