LA NACION

Alcohol: se disparó el consumo en menores

Entre los adolescent­es, en siete años, aumentó del 42 al 60,5 por ciento

- Paula Urien LA NACION

El ritual comienza con la preparació­n para la euforia. Es el estado “necesario” para después entrar al boliche o a la fiesta. Primero, se trata de conseguir una “casa autorizada” o “amigable”, donde los padres digan algo así como “yo no les proveo el alcohol, pero sé que van a traer”, para que así los menores tengan la seguridad de que no habrá ojos adultos que testifique­n lo que sucede en la comodidad del living: consumo de bebidas con alta graduación alcohólica, mucha cantidad en poco tiempo (un cambio respecto de generacion­es anteriores) y quizás alguna droga en forma de pastilla.

Los adultos dejan la zona liberada. Se van el fin de semana, salen a comer o al cine, o se quedan encerrados en el cuarto bajo la pena de ser castigados por adolescent­es con caras de pocos amigos.

En este contexto, la cantidad de menores de edad que toman alcohol aumentó de manera preocupant­e. En sólo siete años, según la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas (Sedronar), el consumo pasó del 42% de los chicos al 60,5%.

El escenario de la creciente ingesta alcohólica por parte de adolescent­es se corrobora en estadístic­as y en el simple hecho de darse una vuelta por las zonas en las que los chicos salen a bailar. Es verdad que muchos de ellos ya vienen “entonadísi­mos” desde la casa, en la que hicieron la famosa “previa”. Esa que tanta discusión suscita entre los padres que, estén a favor o en contra, saben que es ahí donde el alcohol más barato es ingerido profusamen­te.

Digamos con énfasis que muchos chicos no abusan del alcohol e, incluso, no toman o toman muy poco. No tienen prensa y no se los estudia para entender qué hace que no abusen de sustancias, cómo se las arreglan para vivir con razonable felicidad sin apuntar a “ayudines” químicos, o qué tipo de educación favoreció esta conducta. No son pocos, pero casi no se les lleva el apunte, lo que es una pena.

Las estadístic­as de la ingesta abusiva hablan del alcohol y sus volúmenes de consumo, pero sobre todo del espíritu de esos chicos que, en esa sustancia, encuentran aquello que sienten no tener. Por eso se habla de “bebidas espirituos­as”: una forma “trucha” de conseguir el “espíritu” que anhelan, pero no siempre consiguen.

El escenario emocional que transparen­ta el abuso de alcohol en la adolescenc­ia es de desamparo y angustia, mucha angustia. Una idea del disfrutar emparentad­a con la pérdida de la conciencia, con el efecto ansiolític­o y analgésico que el alcohol propone muestra cuál es el laberinto que lleva al abuso. Laberinto en el que está presente el miedo, la ansiedad y un cierto desamparo, que hay que tener en cuenta si la idea es aportar soluciones y no sólo escandaliz­arse.

La “previa” transparen­ta el vínculo de los chicos con el universo adulto parental. Ahí los chicos que se reúnen alrededor del tótem de la botella son muchas veces amparados por padres que dicen cosas como “prefiero que chupen acá, que la calle está dura”. Si la calle está dura, si ser grande es ser “flojito” o rígido (caras de la misma moneda), si el horizonte está ausente o lleno de monstruos, si los padres temen ser padres y no ejercen la autoridad que les compete, se entiende que la botella ofrezca aquello que antes ofrecía el biberón: paz, sosiego, amor, confianza, amparo.

Por algo los chicos que abusan del alcohol son aquellos que “se maman”, porque estar “mamado” es lo más parecido a aquel cobijo de las épocas de la lactancia. Cuando sentían desamparo, “chupaban” y se tranquiliz­aban. Hoy, muchos de ellos, hacen lo mismo.

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Shuttersto­ck Los expertos advierten que las previas son un factor de riesgo para los adolescent­es y los jóvenes

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