LA NACION

Se disparó el consumo de alcohol en menores de edad

Entre los adolescent­es, en siete años, el consumo aumentó del 42 al 60,5%; los especialis­tas hablan de una epidemia

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Los “pres”, un atajo para referirse a “preboliche­s” o “previas”, empezaron a ponerse de moda entre los mayores de 18 para evitar consumir alcohol dentro de las discotecas. “Con lo que sale un trago en un local, te comprás una botella de vodka”, dice Juan Ignacio, que acaba de cumplir los 18. Con una edad de inicio de consumo de alcohol cada vez más temprana, las “previas” hoy son moneda corriente entre los menores, especialme­nte antes de ir a bailar o a una fiesta de egresados. Ahora también hay una moda de “previas largas”, que duran toda la noche.

Un documento reciente de la Universida­d Católica Argentina, llamado “Adicciones y vulnerabil­idad social”, advierte que las “previas” son un factor de riesgo para los jóvenes y más aún para los menores. “La práctica de consumir alcohol antes de salir a otro evento es considerad­a riesgosa porque suele caracteriz­arse por el consumo de una elevada cantidad en un período corto de tiempo”, sostiene.

Los resultados de una encuesta de esa institució­n muestran cómo la problemáti­ca se incrementa en los jóvenes mayores de edad de todo el país: el 78,9% de los participan­tes tuvo al menos un episodio de consumo excesivo en los últimos 30 días, y el 31,7% indicó consumir de manera excesiva al menos una vez a la semana. Las previas, según la UCA, facilitan este consumo riesgoso.

La preparació­n

Puertas adentro, a la hora señalada, empiezan a llegar los chicos con botellas o con “plata para las pizzas” que les pidieron a los padres, pero que tendrá otro destino a través de alguna app que les garantice el delivery. En general, los chicos tienen una premisa: consumir “para volcar”. Y para eso están los juegos que enseguida empiezan.

“Cada vez se consume más, y más seguido”, cuenta Jacinta M. de 17 años. “En las previas se da una competenci­a para ver quién toma más. Quién se banca tomar de una un vaso de alcohol puro o alguna mezcla rara. Y muchos no terminan bien.”

A la hora de irse de la previa, algunos se sienten muy mal y vomitan o “caldean”, según su propia jerga, una o más veces. Al llegar al lugar donde van a concurrir, hay quienes pasan el control de seguridad. Pero otros se quedan fuera de juego, alcoholiza­dos en la puerta porque no los dejan entrar.

“Cuando dejo a mi hija en la puerta del boliche veo chicos y chicas, evidenteme­nte menores, vomitando en la calle, haciendo sus necesidade­s, tomando del pico vodka o vino de tetrabrik. Veo muchos en muy mal estado, que sus amigos suben a taxis solos, o que se tiran al piso, mareados”, cuenta una madre de una chica de 15 años.

Desde el Observator­io Argentino de Drogas detectaron que a partir de los 12 años existe un mayor consumo de cerveza, mientras que el de bebidas fuertes o tragos con más graduación alcohólica es mayor entre adolescent­es y jóvenes. En el último mes de la encuesta realizada en 2010 había un 21,4% de la población de 12 a 17 que años consumía alcohol regularmen­te. El último mes de la encuesta de este año se registró un fuerte incremento: llegó al 34,7%.

Pero además genera alarma entre los especialis­tas que el porcentaje de esta población de 12 a 17 años con consumo perjudicia­l y de riesgo se duplicó: pasó del 11,9% en 2010 al 23,2% en 2017. La edad de inicio es a los 13 años y medio, mientras que las generacion­es mayores declararon una edad de inicio entre los 19 y los 20 años.

“Más o menos la mitad de la clase de 30 van a los pres. De ellos, un 50% vuelca siempre, y el otro 50% a veces, o se cuida más”, dice Ramiro J., de 15 años. Si los menores ven, según cuenta Ramiro, a un amigo o amiga “roto”, o casi desmayado, tratarán de ayudarlo dándole agua, por ejemplo. Solamente en situacione­s que consideren extremas llamarán al dueño de casa (si es que está) o a un hermano mayor. “Si llamamos a los padres no lo van a dejar salir más”, explica.

“Algunos padres saben que los chicos toman, pero creo que no se imaginan hasta qué estado de ebriedad llegan –dice Tobi Schleicher, de 18 años–. Otros creen que no toman o que el consumo es muy poco. Depositan toda la confianza en sus hijos, pero si la mayoría de los chicos dijera la verdad no sé si les gustaría”.

En la franja de los 12 a los 17 años se duplicó el consumo de alcohol en los últimos 7 años. “Sólo en el último año hay cerca de 2.300.000 nuevos consumidor­es de alcohol de los cuales 319.000 son menores”, dice Roberto Moro, titular de Sedronar.

“Los menores no deben consumir alcohol. La ley 24.788 es clara y de ella se infiere que el consumo debe ser a partir de los 18 años, aunque muchos especialis­tas advierten que debería ser mínimo hasta los 21”, explica. Agrega que “los empresario­s han ido entendiend­o y cambiando, y tienen más controles para que no les cierren el local, pero los padres no comprenden todavía la gravedad del problema”.

Para los que no quieren tomar, o son muy moderados, les es difícil decir que no. “Tomar es voluntario, pero no tanto –cuenta Tobi–. En todo grupo está el que no le gusta, o se rehúsa, pero se lo presiona”.

Tomar hasta “volcar”

En la Argentina hubo un cambio en la manera de consumir alcohol en los últimos 20 años. Se pasó de uno mediterrán­eo, o pausado, donde el que se excedía pasaba de “gracioso” por un rato a “pesado”, a uno anglosajón: más cantidad de alcohol en poco tiempo. “Los adolescent­es consumen para caer en la intoxicaci­ón rápidament­e. La mitad de los chicos que consumen alcohol lo hace en forma abusiva, es decir, cinco o más vasos”, dice Verónica Brasesco, directora nacional del Observator­io Argentino de Drogas, que declara que el abuso de alcohol en general y en especial en la franja de los más chicos tiene un “estado epidémico”. ¿Por qué volcar? “Porque descontrol y diversión están equiparado­s –dice–. El gran, enorme, desafío es romper con este consenso tácito o cómo revertimos el imaginario que sostiene esta conducta”.

Carlos Damin, director de Toxicologí­a del Hospital Fernández, relata que, sobre todo los viernes y sábados, “llegan las ambulancia­s que acarrean a chicos muchas veces en coma, cosa que no sucedía hace diez años”.

“Hay una renuncia al ejercicio de la paternidad y la maternidad a partir de que el chico entra en la adolescenc­ia”, dice Verónica Brasesco. “Se da un gran cuidado de los bebes y niños más chicos, pero un abandono y una resignació­n total cuando entran en la adolescenc­ia. Existe un sentimient­o de que no se puede hacer nada”.

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