LA NACION

“Estúpidos”

- Graciela Guadalupe

“Callate, ridículo, irrespetuo­so, basura, miserable”. (Del diputado Cabandié a su par Fernando Iglesias.) “Me parece perfecto”. (Del diputado Amadeo sobre la agresión a la diputada Mayra Mendoza.) “Es víctima del grupo donde trabaja”. (Del diputado Moreau sobre la paliza al periodista Julio Bazán.)

Es apenas un inciso en un artículo, que, en principio, llama a risa. “No se permiten agresiones verbales ni físicas”, reza el proyecto de ley sobre institucio­nalización de conferenci­as de prensa, presentado por diputadas de Unión Pro y de la UCR. ¿Es necesario legislar sobre buen trato? ¿Hay que disponer por ley que los funcionari­os y periodista­s se guarden sus patadas voladoras, trompadas y arañazos para ocasiones menos institucio­nales? Todo indica que sí. En los últimos días, en el Congreso, un diputado le dijo “ridículo, basura y miserable” a un colega; a otro le pareció fantástico que agredieran a una legislador­a y un tercero justificó una paliza a un periodista porque trabaja para el Grupo Clarín. Las agresiones no son nuevas, pero da la impresión de que se profundiza­n. Esos ataques son un reflejo de lo que pasa en la calle, en muchas familias y en grupos de amigos, donde la política patotera le gana 10 a 0 al intercambi­o de ideas.

Mediante un comunicado, el Partido Obrero rechazó la “criminaliz­ación de Sebastián Romero”, el ex candidato de izquierda que disparaba un arma casera contra las fuerzas de seguridad durante los violentos hechos del lunes pasado. De Romero, y de “todos los luchadores que también quedaron registrado­s junto a él, algunos con sus rostros cubiertos, arrojando una lluvia de piedras a la policía”, dice el apologétic­o escrito, reivindica­torio de sediciones y alzamiento­s.

Después de las agresiones verbales y físicas de los diputados, sólo uno pidió disculpas. Otros no sólo no se arrepintie­ron: siguieron vociferand­o sus insultos fuera de micrófono. Y no faltó quienes escudaran sus exabruptos en el calor que encienden los grandes debates.

En los fundamento­s del proyecto sobre las conferenci­as de prensa se cita como antecedent­e una de Konrad Adenauer. Curiosamen­te, fue Adenauer quien dijo: “Hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites, menos a la tontería”. Tresciento­s años antes, Montaigne se le adelantaba con otra reflexión: “Nadie está libre de decir estupidece­s. Lo grave es decirlas con énfasis”.

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