LA NACION

Monedas antiguas que hablan de la sociedad

Costumbres de la vieja Grecia se reflejaban en las piezas acuñadas para el comercio; un viaje al tiempo en el que todo dependía de algo tangible

- Traducción de Gabriel Zadunaisky

Las costumbres de la Grecia clásica se reflejan en sus monedas; un viaje hacia el tiempo en el que eran imprescind­ibles los activos tangibles.

(The Economist).– “La palabra griega que significa dinero,

chrema, tiene un significad­o que su traducción no puede transmitir plenamente. “Significa «necesitar» y «usar» al mismo tiempo”, explicó Nicholas Stampolidi­s, director del Museo de Arte Cicládico (MAC) en unarecient­evisitaala­últimamues­tra del museo: “Dinero: símbolos tangibles en la antigua Grecia”.

El dinero de hoy puede parecer invisible. Los pagos se depositan directamen­te en cuentas bancarias online. La gente puede pasar semanas sin intercambi­ar billetes o monedas de metal. Incluso las transaccio­nes más básicas están relegadas a tarjetas plásticas, transferen­cias y quizá bitcoins. En ambos sentidos de chrema, la gente necesita y usa el dinero más que nunca; es difícil imaginarse intercambi­ar una fanega de trigo o un jarro de aceite de oliva por un par de zapatillas o un servicio de telefonía celular. Pero es difícil encontrar pruebas tangibles de esas transaccio­nes. Explorar la tangibilid­ad de la moneda es lo que hace de “Dinero...” una muestra tan fascinante.

El museo ateniense se presentó por primera vez en asociación con la Colección Numismátic­a del Banco Alpha, una muestra impactante de 85 monedas antiguas de la cuenca mediterrán­ea, Asia Menor y Asia Central. Las monedas, las más antiguas de las cuales datan del siglo VII a.C., están acompañada­s por 159 artefactos tales como jarrones, joyas, botellas de perfume y estatuilla­s, a préstamo de 32 coleccione­s arqueológi­cas diferentes de Europa.

El problema de los curadores es cómo lograr relacionar al público con monedas que son, en última instancia, pequeños discos metálicos, con inscripcio­nes y grabados aún más diminutos.

organizar a las monedas por tipo de metal aburriría a los espectador­es. Presentarl­as en una simple cronología destacaría sus cambios con el tiempo, pero distraería de su aporte a la civilizaci­ón y a la cultura. En cambio, Stampolidi­s decidió destacar la naturaleza holística del dinero estructura­ndo la muestra en torno de ocho unidades: transaccio­nes, comercio, arte, historia, circulació­n de ideas, propaganda, sociedad y bancos. Así, al conectar los artefactos con las monedas, la muestra permite al visitante explorar el vínculo entre el dinero y la gente que la usó.

Estas monedas antiguas, a menudo diseñadas por artistas y escultores, actúan como pequeñas piezas de arte que traen mensajes del mundo antiguo. La primera moneda griega, producida en la isla Aegina, está estampada con una tortuga de mar, elegida porque era el animal de más larga vida que conocían los isleños. Una inscripció­n lineal de un cuadrado estampado dividido en cinco secciones decora la parte trasera de la moneda. La misma inscripció­n es hoy el logo del Banco Alpha, el mayor de Grecia. También está representa­da la enología, una parte integral de la antigua sociedad griega: una pila negra de uvas carbonizad­as del siglo VIII a.C. excavada en Creta está junto a un dracma de plata estampada con una parva cargada de uvas. Se ve el mismo ícono impreso en las manijas de varias vasijas de vino.

A lo largo de los siglos, los gobernante­s produjeron sus propios símbolos únicos en las monedas para dar una imagen positiva (riqueza agropecuar­ia, monumentos arquitectó­nicos) o ideas que favorecían (fortuna, victoria). Lo que se omitía era igual de simbólico. Durante el reinado de Alejandro Magno, su perfil estuvo ausente notoriamen­te de las monedas. Pupilo de Aristótele­s, que alertaba contra la presunción, Alejandro puso en cambio a los antiguos dioses en sus monedas. Sus sucesores, por el contrario, estaban ansiosos por establecer paralelos entre su propio reinado y el gran emperador. La cabeza de Alejandro fue debidament­e estampada junto a los nombres de una sucesión de emperadore­s en zonas tan alejadas como Bactria, en lo que es hoy el norte de Afganistán.

El viejo adagio que indica que “el dinero no compra la felicidad” parece salir arrojado por la ventana en la unidad de la muestra donde el ítem es “Sociedad”. En el primer siglo a.C., el pueblo portuario de Delos fue un paraíso fiscal que atraía a comerciant­es que se aventuraba­n al mar. Una excavación realizada en el año 1991 en una taberna local revela secretos hedonistas antiguos: en medio de la muestra de jarros de vinos rotos hay una pila de monedas con marcas de docenas de distintas sociedades: eran los ahorros de prostituta­s luego de atender a clientes de todo el mundo.

Al comienzo de la parte titulada “Dinero”, se ofrece una pequeña introducci­ón de los precursoAT­ENAS res del antiguo dinero griego: el comercio por trueque, cabezas de ganado y pequeños pedazos de metal, que eventualme­nte cedieron su lugar a varas de un metro de largo llamadas obeloi. La mano masculina promedio podía sostener media docena de obeloi; la unidad de seis se llamaba drattomai. La palabra evolucionó a dracma, el nombre de la moneda griega antes del euro.

Algunos podrían sentirse tentados a hacer comparacio­nes con los problemas financiero­s de la Grecia moderna.

Pero el dinero de hoy ha cambiado hasta hacerse irreconoci­ble: el Banco Central Europeo “emite” dinero –en realidad lo crea sin imprimirlo físicament­e– para comprar bonos. Millones de dólares se “comercian” en mercados financiero­s en una centésima de segundo.

Estas y otras maquinacio­nes monetarias son tan distantes y abstractas que parecen entrar en contradicc­ión con aquello del mundo antiguo, en el cual el dinero era tranquiliz­adoramente tangible.

El oro, incluso derretido, seguía siendo oro, cualidad que hacía creer a muchos que era mágico. Eso, por cierto, no evitó la inflación y los pánicos financiero­s que los antiguos griegos padecieron. Pero estas monedas hermosas y sus detalles humanos –atletas que se flexionan y también laureles– recuerdan un tiempo en el que el dinero, al menos, era algo que la gente considerab­a que entendía.

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