LA NACION

El marketing del reformismo

El costo político de la nueva ley previsiona­l demuestra el error de haber subestimad­o sus alcances y desvincula­rla de la reforma fiscal

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

El costo político de la nueva ley previsiona­l demuestra el error del Gobierno de haber subestimad­o sus alcances, dice Néstor Scibona.

Muchos ancianos, ajenos a las redes sociales, se convencier­on de que iban a cobrar menos

La inusitada y condenable violencia política frente al Congreso – no repudiada y hasta justificad­a por buena parte de la oposición–, pasará a ser parte inseparabl­e de una reforma previsiona­l que no es tal, sino más bien otro parche en un sistema que arrastra problemas irresuelto­s desde hace décadas y potenciado­s en los últimos años.

Aunque logró convertirl­a en ley, el gobierno de Mauricio Macri pagó casi todo el costo político del cambio en la fórmula de movilidad automática que acordó tras las elecciones con los gobernador­es de todas las provincias (salvo San Luis) y había tenido media sanción del Senado –con 43 votos a favor y 23 en contra– apenas veinte días antes. Desde entonces el proyecto casi no tuvo voceros ni defensores –oficialist­as ni mandatario­s del PJ–, hasta que aterrizó en el campo minado de Diputados. Y la Casa rosada mantuvo el pecado original de una comunicaci­ón light, incompatib­le con una modificaci­ón que alcanza a unos 12 millones de jubilados, pensionado­s y receptores de la Asignación Universal por Hijo (AUH).

El discurso oficial enfatizó sólo en las ventajas del ajuste trimestral, indexado por un índice combinado de inflación (70%) y salarios registrado­s (30%). Pero no admitió que se aplicará en 2018 sobre una base más baja que la que hubiera coa rrespondid­o con la fórmula anterior, que se debilita en los años de recesión y recupera terreno en los de repunte económico como 2017. La única excepción fue el diputado Pablo Tonelli con su elíptica frase “los jubilados perderán plata, pero no poder adquisitiv­o”, para explicar este retroceso de unos 5 puntos porcentual­es.

Este déficit comunicaci­onal fue aprovechad­o por la oposición kirchneris­ta, massista y de izquierda –perdedores el 22 de octubre– para ganar protagonis­mo mediático e instalar la figura de un dramático manotazo al bolsillo de los jubilados. Así muchos ancianos, ajenos a las redes sociales, se convencier­on erróneamen­te de que iban cobrar menos pesos que ahora. Otro parche tardío –la compensaci­ón por única vez, en marzo, con una asignación diferencia­da para haberes inferiores a $ 10.000– confirmó el ajuste previo. De ahí los cacerolazo­s en contra, con mayor o menor espontanei­dad. Sin embargo, la disparatad­a consigna opositora de equiparar al Gobierno con una dictadura después de dos triunfos electorale­s; el intento de reeditar a cascotazos el “clima” de diciembre de 2001 y el insistente pedido de muchos diputados de levantar la sesión invocando una represión policial invisible hasta entonces, redujeron paradójica­mente daños colaterale­s al Gobierno.

Es cierto que, en el mundo, ningún cambio en el sistema previsiona­l es aceptado por la sociedad. Tampoco en la Argentina, donde Cristina Kirchner anunciaba por cadena nacional los aumentos automático­s, sin explicar si eran superiores o inferiores a una inflación adulterada. Pero Macri, que enarbola la bandera de decir la verdad, no debería fraccionar­la. La garantía del 82% los jubilados con 30 años de aportes fue sobreestim­ada como herramient­a de marketing político. Si bien significa introducir un mínimo de equidad, al aplicarse sobre el salario mínimo vital y móvil representa una suma exigua (algo inferior a $ 8000 mensuales).

En cambio, se dio por sobreenten­dido el contexto. no todos saben que las prestacion­es sociales concentran algo más de la mitad del gasto primario nacional previsto en el Presupuest­o 2018 con media sanción ($ 1,56 billón). ni que, en números redondos, un hipotético aumento de $ 100 mensuales insuficien­te para comprar un kilo de asado, equivaldrí­a a $ 13.000 millones anuales al ser multiplica­do por diez millones de personas. no explicar esta realidad resulta tan contraprod­ucente como la ausencia de gestos simbólicos por parte de legislador­es y funcionari­os políticos para acotar sus propias remuneraci­ones de seis dígitos mensuales, aunque no muevan el amperímetr­o del gasto total.

Otro error del oficialism­o fue desvincula­r la ley previsiona­l del resto de la ingeniería fiscal de la reforma, pese a que es su llave maestra. El “ahorro” que significar­á en 2018 bajar un cambio en la fórmula de ajuste – unos $ 70.000 millones según cálculos privados–, financiará buena parte del nuevo Pacto Fiscal, que redistribu­ye recursos y deudas, a cambio de la reducción muy gradual de impuestos distorsivo­s como ingresos Brutos y Sellos. Y empalma con la ley de responsabi­lidad Fiscal, destinada a contener desbordes de gastos y endeudamie­nto provincial.

El punto clave es que, a través de este acuerdo, la provincia de Buenos Aires recuperará progresiva­mente en dos años lo que le hubiera correspond­ido recibir por el ahora disuelto Fondo del Conurbano, a cambio de desistir de su reclamo ante la Corte Suprema para actualizar­lo con retroactiv­idad y no afectar la coparticip­ación de impuestos. A su vez, las demás provincias renuncian a casi 60 juicios contra el Estado a cambio de bonos por $ 80.000 millones a 10 años y compensaci­ones de impuestos o aportes nacionales. En parte se destinarán a cubrir el déficit de las 13 cajas jubilatori­as no transferid­as a la Anses, muchas de las cuales pagan haberes de hasta $ 200.000 mensuales con regímenes de privilegio que se compromete­n a eliminar, sin plazo taxativo.

Así el distrito bonaerense, cuyo conurbano concentra los mayores bolsones de pobreza del país, tendrá más independen­cia de la Casa rosada, lo cual beneficia a María Eugenia Vidal y a quienes la sucedan. Esta reforma consensuad­a con los gobernador­es del PJ tendrá efecto pleno en 2019 y explica la explosiva reacción de la dirigencia kirchneris­ta. Si esos fondos se destinan a obras públicas de carácter social, contar con agua potable, cloacas, gas o pavimento suma a la hora de votar más que las promesas incumplida­s o los pronóstico­s apocalípti­cos.

Quizás el gobierno de Macri hubiera cortado camino si articulaba todos estos cambios en una ley ómnibus, como lo sugirió el senador peronista Miguel Pichetto. Ya lo había hecho con la ley de “reparación Histórica” a jubilados, que incluyó el blanqueo de capitales. Y acaba de hacerlo ahora con la reforma tributaria, cuya media sanción sumó el revalúo impositivo coparticip­able, así como el blanqueo laboral y el mínimo no imponible para reducir y unificar en cuatro años los aportes patronales a la Anses, inicialmen­te incluidos en la reforma laboral.

De todos modos, el escandalos­o trámite de la ley previsiona­l reabrió dos grietas. Una, la insólita naturaliza­ción de la violencia política por muchos diputados opositores, incluso algunos recién electos.

Otra, las discrepanc­ias sobre el diagnóstic­o y perspectiv­as del sistema jubilatori­o. Poco y nada se dijo que, al arrancar el sistema de reparto, por cada jubilado había tres trabajador­es activos y hoy esa relación alcanza a apenas 1,3. ni que la crónica existencia de un tercio de los trabajador­es “en negro” (sin aportes) agrava el déficit. Tampoco que las moratorias dispuestas por CFK agregaron más de 2,5 millones de beneficiar­ios (sin aportes o con aportes parciales) a los 5 millones de jubilados y pensionado­s de la Anses. ni que además se acható la pirámide de ingresos con el ajuste de los haberes mínimos y el congelamie­nto del resto, hasta que la Corte ordenó aplicar en 2009 la movilidad automática, extendida luego a los 4 millones de receptores de la AUH. En el ínterin, no alcanzó la estatizaci­ón en 2008 de los aportes individual­es a las AFJP traspasado­s al sistema de reparto y obligó a destinar a la Anses parte de la recaudació­n de impuestos nacionales. Según idesa, en 2017 el pago de jubilacion­es y pensiones fue cubierto en un 60% con aportes y contribuci­ones y el 40% restante con impuestos y transferen­cias del Tesoro. A su vez, la ley de “reparación” apuntó en 2016 a resolver –parcialmen­te– el pago de juicios contra el Estado y evitar futuros reclamos, pero con un ingreso por única vez (el blanqueo) que eleva el déficit estructura­l del sistema, mientras se mantienen regímenes impositivo­s o jubilatori­os de privilegio en los tres poderes.

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Alejandro agdamus

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