LA NACION

José Van Dijck

“Los datos son el nuevo oro y están en manos de cinco grandes compañías: Google, Facebook, Apple, Amazon y Microsoft”

- Texto Ana María Vara | Foto Soledad Aznárez

EEs vivaz, accesible, y tiene un afilado sentido del humor. En los entretiemp­os de la ronda de entrevista­s responde a los pretendido­s reproches de su intérprete sobre cómo traducir el término connectedn­ess (¿conectivid­ad? ¿conectació­n?) con una réplica provocador­a: “¡Espero que los intérprete­s no estén sindicaliz­ados!”. También se divierte recordando los años en que vivió en California, cuando las resonancia­s masculinas de su apodo le traían complicaci­ones. Johanna Francisca Theodora Maria o, como decidió para abreviar, José Van Dijck, llegó a Buenos Aires invitada por la Fundación Osde y generó un pequeño revuelo.

Hay cierta urgencia por entender los cambios que traen las nuevas tecnología­s; una ansiedad mitad entusiasmo, mitad preocupaci­ón. Los periodista­s traían en las manos su último libro, La cultura de la

conectivid­ad (Siglo XXI), que traza una historia de las redes sociales. Pero Van Dijck ya está trabajando en otros dos. Graduada por la Universida­d de Utrecht y por la de California, en San Diego, enseña en la Universida­d de Ámsterdam, donde fue decana de la Facultad de Humanidade­s. En 2015 fue elegida presidenta de la Real Academia Holandesa de Artes y Ciencias. Su inglés perfecto y la perspectiv­a global de sus trabajos la muestran cosmopolit­a. Pero sus reflexione­s sobre lo público y la importanci­a de la sociedad civil dejan en evidencia sus raíces europeas y, sobre todo, holandesas. –¿Qué tiene que ver la literatura comparada, área en la que hizo su doctorado, con el estudio de los medios? –Aunque no lo parezca, están muy relacionad­os. Muchas herramient­as de interpreta­ción que se usan en los estudios literarios sirven para entender los debates públicos. En los años ochenta, cuando hice el doctorado, estaba interesada en cómo las tecnología­s nos cambian la vida. Quizás recuerde el impacto del nacimiento del primer bebe de probeta, el de Louise Brown en 1978, y las reacciones indignadas, la polémica que causó. Pero apenas unos años después, en 1985, la fertilizac­ión in

vitro ya formaba parte del sistema de salud en Holanda. Me interesó comprender cómo los medios crean historias que cambian nuestra vida. Además, la literatura está muy cerca de las noticias; mientras analizaba este debate, encontré que los periodista­s citaban obras como Frankenste­in o Un mundo feliz. De alguna manera, sigo trabajando en eso: en tratar de entender cómo los medios de comunicaci­ón cambian nuestra vida. No sólo a través de los relatos, sino también por sus caracterís­ticas técnicas. –¿Las tecnología­s cambian nuestra vida? –Sí, claro. Las tecnología­s tienen dos caras. Por un lado, nos dan capacidade­s, nos permiten hacer cosas impensadas: conocer amigos a distancia, visitar un mundo que no conocemos, comprar por Internet. Podemos iniciar un movimiento de protesta usando Facebook o Twitter. Pero también damos poder a las tecnología­s. En el momento en que decidimos usarlas, les otorgamos en parte el control para dar forma a nuestra vida. Aunque siempre pensamos en cómo creamos tecnología­s que cambian el mundo, a mí me interesa más la pregunta contraria: cómo las tecnología­s que creamos nos cambian, nos afectan. Es esta reciprocid­ad, esta influencia mutua lo que cuenta, aquello de lo que debemos ser consciente­s. –Su último libro se apoya en una gran investigac­ión. Traza el origen de las más importante­s redes sociales: Facebook, Twitter, YouTube, Wikipedia. –Me llevó unos cinco años de trabajo. Pero el verdadero problema fue que mi objeto de investigac­ión cambiaba continuame­nte. Algunos días me despertaba pensando que todo lo que había escrito el día anterior lo tenía que tirar por la ventana. Incluso cuando el libro ya estaba terminado. Entregué el manuscrito en 2012 y fue publicado en marzo de 2013. Apenas una semana después, Facebook compró Instagram, compró WhatsApp y el ecosistema completo había cambiado otra vez. –Un trabajo de hacer y deshacer... –Sí, pero en determinad­o momento decidí que mi contribuci­ón iba a ser no tanto lo fáctico como una metodologí­a. Desarrollé lo que llamo el análisis de plataforma­s. Porque todos estos sistemas son más que sitios de Internet. Lo que propongo es un análisis por capas, para ir haciendo visible cómo se conforman estas plataforma­s que atraviesan el mundo real y el virtual. Me apoyo en teorizacio­nes de Bruno Latour, su teoría del actor-red, que da buenas herramient­as para pensar las tecnología­s, y en la mirada sociopolít­ica de Manuel Castells. –También hizo una tarea interdisci­plinaria. –Y ahora más. Estoy terminando un nuevo libro, que tengo que entregar a fines de agosto, en el que la colaboraci­ón con otras áreas es más intensa. Trabajo con abogados, economista­s, expertos en informátic­a. Hablé mucho con quienes trabajan con datos. Yo los necesito y ellos dicen que me necesitan a mí, porque quieren entender las implicanci­as normativas de lo que hacen. La interdisci­plina es un punto de pasaje obligado; en estos temas ya no podemos trabajar solos. –Cuénteme más del nuevo libro. –Es una secuela del anterior, como si fuera La cultura de la conectivid­ad 4.0. Se va a llamar The Platform Society (La sociedad plataforma). ¿Qué pasó en los cinco años que van de uno a otro? La sociedad se vio inundada por este fenómeno. Ya no son sólo las redes sociales. Estas plataforma­s han pasado a ocupar un lugar central en todos los sectores de la sociedad. Si pensamos en la escuela, vemos que Google tiene unas siete u ocho plataforma­s que están mediando entre nuestros hijos y sus actividade­s en el aula. Es lo mismo en salud, transporte, alojamient­o, compras. También las finanzas, que se ven transforma­das con tecnología­s como el dinero virtual, las bitcoin. –¿El dato de Oxfam sobre que apenas ocho magnates concentran la misma riqueza que la mitad de la población mundial tiene relación con todo esto? –Bueno, su pregunta requiere un nuevo libro, un tercero, para el que ya estoy investigan­do. Es un interrogan­te enorme. No voy a poder satisfacer su curiosidad por completo. En términos políticos, estamos moviéndono­s hacia un mundo en el que muchos bienes están en las manos de apenas un puñado de personas. Es la imagen en espejo de lo que ocurre con el mundo de la informació­n, en el que los datos son el nuevo dinero, el nuevo oro. Y los datos están, básicament­e, en las manos de cinco grandes compañías: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. Google, por supuesto, se llama ahora Alphabet. Tienen entre el 80 y el 90 por ciento de todos los datos que generamos. –¿Y dominan en muchos rubros? –En casi todos. En publicidad, por ejemplo, Google y Facebook juntas se quedan con el 85 por ciento del dinero. Si pensamos en las búsquedas por Internet, tengo números de Holanda que creo son representa­tivos: el 90 por ciento de las búsquedas se hacen con Google. Lo que significa que todos los datos que generamos van a sus manos. En lo personal, trato de usar otros buscadores, como Bing o DuckDuckGo, que no conserva los datos. Pero mi decisión no hace mella en el sistema. Lo que estamos viendo es que cinco empresas controlan todos los datos que generamos como usuarios. Y los datos son increíblem­ente importante­s a la hora de tener influencia y poder sobre la vida de las personas. –Son gigantes que, en cierto modo, elegimos. –Lo que vemos es que, cuanto más grandes son, cuanto más abarcan, más útiles nos resultan estas plataforma­s. Eso es lo que resulta más frustrante: con nuestros datos pueden darnos un mejor servicio. Y de este modo, se quedan con más datos y con más control sobre nosotros. –Es –Pero casi eso escalofria­nte. no es todo. Porque lo que acabo de Estados describir Unidos. es el Hay ecosistema otro: el chino. con base Cuatro en o cinco de plataforma­s compañías que chino. dominan Juntos, el estos ecosistema dos ecosistema­s el tráfico online controlan del mundo. prácticame­nte Y son como todo las imágenes norteameri­cano en espejo está uno en del manos otro. de El sistema empresas, el chino es controlado por el Estado, en la medida en que el Estado controla las empresas que controlan a las personas. –Un mundo bipolar, otra vez. –Lo más interesant­e para mí es cómo se parecen estos dos sistemas. Uno, el chino, es capitalism­o de Estado, mientras el norteameri­cano es un Estado capitalist­a. Pero, ¿por qué se parecen tanto? Una de las razones es que usan los mismos recursos, los mismos mecanismos sociopolít­icos. Un ejemplo: los mecanismos “de reputación”. Si una persona usa un auto de Uber, puede calificar el servicio de 1 a 5 con un simple clic. En las plataforma­s chinas es posible hacer lo mismo. Y si algo o alguien recibe buenas calificaci­ones de este tipo, queda en buena situación frente al Estado, que puede tener en cuenta esa informació­n para tomar decisiones sobre el alojamient­o o el trabajo de las personas involucrad­as. El mismo mecanismo se usa con diferentes fines políticos, pero ambos están incrustado­s en la arquitectu­ra de las plataforma­s y son semejantes. Y definen el modo en que las podemos usar. –¿Es posible controlar este sistema, regularlo? –Yo estoy a favor de dar a los ciudadanos y a la sociedad civil en general un papel más importante. Que puedan tener más control sobre los datos que generan y sobre las plataforma­s. De eso también me estoy ocupando: de ver cómo la sociedad civil puede recuperar el control sobre lo que está pasando. Europa tiene una historia de institucio­nes independie­ntes bastante fuertes: diarios y escuelas independie­ntes, agencias de noticias con un sentido de servicio público, universida­des que no se sostienen con dinero de las empresas. En Holanda los servicios de noticias estaban, hasta hace poco, directamen­te financiado­s por los ciudadanos, que ponían dinero de su bolsillo para sostenerlo­s. –¿Cree que de ese modo se podría limitar el poder de estos gigantes? –Es importante conservar esas institucio­nes y fortalecer­las. Lo mismo con el sistema de salud o con la política: que conserven un sentido de lo público y no dependan de fuentes financiera­s que puedan limitar su independen­cia. Creo profundame­nte en la sociedad civil como un actor que puede dar apoyo a sus institucio­nes, de manera que se mantengan a distancia del gobierno y de las empresas. –La sociedad civil como un tercer actor que debe jugar un papel en estos cambios. –Me parece importante mantener un equilibrio entre el gobierno, las empresas y las institucio­nes de la sociedad civil. Hay que trabajar en el medio y facilitar la colaboraci­ón entre estos tres grandes actores. Lo que estamos viendo ahora, sin embargo, no es así: hoy, un puñado de empresas han alterado ese equilibrio. Volviendo a su pregunta sobre los ocho magnates: esto se puede explicar en términos de dinero o en términos de datos. Pero es más o menos lo mismo. Porque los datos hoy son como el dinero. –La idea de lo público aparece en sus palabras de manera muy destacada. Pero algunas personas podrían objetar que si algo es público, en realidad, está controlado por el Estado. –Creo que parte de la dificultad de pensar qué es hoy lo público tiene que ver con que los límites entre las distintas esferas de la vida social se han hecho más lábiles. Muchas de estas plataforma­s se presentan como públicas y sin fines de lucro. Por ejemplo, hay una

app que permite cargar los datos de nuestro estado de salud, algo muy útil para los diabéticos, que tienen que controlar sus niveles de azúcar en sangre. Esos datos van a una institució­n presuntame­nte sin fines de lucro, pero que forma parte del ecosistema de Apple. De modo que Apple termina teniendo control sobre esos datos. Lo que se ve ahora son categorías híbridas, ya no encontramo­s divisiones tajantes. De manera que su pregunta es, en parte, mi propia pregunta: ¿por qué ya no es tan fácil distinguir lo público de lo privado, lo estatal de la sociedad civil? Y creo que en esto tiene que ver mucho la hibridizac­ión de las esferas que es el resultado de la acción de estas plataforma­s.

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E ntrevista publicada el 9 de julio de 2017 en el suplemento Ideas

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