LA NACION

Una Navidad con tensión y tristeza

Luego de que Trump declarara a Jerusalén la capital de Israel, la hostilidad entre judíos y musulmanes creció y estalló la violencia

- Elisabetta Piqué

Es una de las Navidades más tristes de los últimos años en Jerusalén. El 6 de diciembre último el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reconocido oficialmen­te esta ciudad en disputa como capital de Israel, y anunció que trasladará allí su embajada. La decisión fue como echar nafta al fuego. Criticada en forma unánime por la comunidad internacio­nal, la declaració­n de Trump ha provocado una oleada de protestas en diversos países árabes y enfrentami­entos entre las fuerzas de seguridad israelíes y palestinas en varias ciudades de la Tierra Santa.

Hubo choques en Jerusalén, Ramallah, Hebrón y Belén –que suspendió sus celebracio­nes de Navidad y decidió apagar las luces del emblemátic­o árbol de la plaza frente a la basílica de la Natividad–, con más de 1800 heridos y al menos cuatro muertos. Desde la franja de Gaza fueron disparadas decenas de misiles hacia el sur de Israel, con los usuales contragolp­es aéreos israelíes.

“Es claro que a nivel sociológic­o la declaració­n de Trump ha arruinado la Navidad no sólo a Belén, sino también a Jerusalén”, dice, en diálogo telefónico con la nacion, Mario Sznajder, profesor emérito de Ciencias Políticas de la Universida­d Hebrea de Jerusalén. “Todos los días hay incidentes, se ha recalentad­o el ambiente y el impacto fue tremendo: casi no hay peregrinos ni en Belén ni en Jerusalén. Desde la franja de Gaza ya no es un goteo de misiles, sino una escalada, y hay un aumento continuo de la tensión.”

El reconocimi­ento de Jerusalén –ciudad sagrada para judíos, musulmanes y cristianos– como capital de Israel y el anuncio del traslado de la embajada norteameri­cana supusieron el cumplimien­to de una promesa de campaña de Trump, pero también una ruptura con la política seguida por su país en las últimas décadas. El Congreso estadounid­ense, de hecho, aprobó en 1995 una ley que prevé ese traslado, pero ningún presidente se había animado a implementa­rlo, consciente de los daños que esto implica para la seguridad nacional.

“A mí me parece un juego de sombras. Jerusalén occidental es la capital de hecho de Israel, porque allí están la Knesset (el Parlamento), la Corte Suprema y las oficinas ministeria­les. Aunque también es un hecho que nadie reconoce los decretos de anexión de Israel desde 1967. Hasta Estados Unidos sigue reconocien­do la división de Jerusalén en oriental y occidental y tiene dos consulados. Por eso pienso que la declaració­n de Trump, que no ha movido ningún ladrillo, no representa un cambio serio, salvo que, para los palestinos, ahora Estados Unidos dejó de ser un mediador objetivo”, señala Sznajder. “El primer ministro, Benjamin Netanyahu, presenta la decisión de Trump como una victoria, Pero en verdad no lo es. No están trasladand­o la embajada y la declaració­n deja abierta la posibilida­d de que en el futuro pueda darse un reconocimi­ento palestino”, apunta.

Para Noura Erakat, periodista y defensora de los derechos humanos de origen palestino que vive en Estados Unidos, la decisión de Trump desenmasca­ra cincuenta años de hipocresía de Washington en las negociacio­nes para solucionar el conflicto palestino-israelí. “Cuando Trump reconoció a Jerusalén como capital de Israel, no hizo más que consolidar cincuenta años de política exterior de Estados Unidos, que siempre favoreció la expansión colonial israelí en Jerusalén oriental y en Cisjordani­a”, señala. “Entre 1967 y 2017 Estados Unidos ha vetado 43 resolucion­es del Consejo de Seguridad de la ONU que querían sancionar el comportami­ento de Israel y bloquear la construcci­ón de nuevos asentamien­tos. Con la ayuda de Washington, Israel logró que aumentara la población de colonos de Cisjordani­a desde los 200.000 de 1993 hasta los 600.000 de hoy, mientras daba la impresión de buscar acuerdos con los palestinos. Por lo tanto Trump, con su decisión, no dio un paso hacia el apocalipsi­s, sino que dejó al desnudo la farsa del proceso de paz”, agrega.

En medio del recrudecim­iento de la tensión, se habló de una tercera Intifada. Pero Erakat no cree en ese escenario. “Una sublevació­n en masa de los palestinos es improbable por dos motivos: el primero es que la mayoría no está armada, porque a partir del año 2000, Israel ha aumentado notablemen­te el uso de la fuerza contra los palestinos; el segundo es que, sin un cambio revolucion­ario de la clase dirigente palestina, una revuelta es imposible porque, desde 1993 hasta hoy, los líderes palestinos llevan adelante una estrategia de contención, intentando alivianar el peso de la ocupación, haciéndola más tolerable”, afirma.

Coincide Ramez, un joven que fue mi intérprete en una de las guerras de Gaza, director de relaciones internacio­nales de la Universida­d de esa ciudad. “Lo que ha hecho Trump es una locura. Pero no creo que haya una tercera Intifada”, dice, en diálogo telefónico vía WhatsApp, entrecorta­do por los apagones que suelen afectar ese castigado rincón del planeta.

Padre de una nena de tres años y de una beba de dos meses, Ramez, que destaca la pésima situación económica en Gaza, asegura que la gente no quiere más guerra con Israel. “Todos, con sus hijos y sus familias, quieren vivir en paz.”

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Trump, repudiado por el islam tras sus dichos sobre Jerusalén
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12.500 Es el número de habitantes cristianos de Jerusalén
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532.000 Los judíos, askenazis y sefaradíes, son mayoría
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315.00O Entre los musulmanes, hay chiítas y sunitas

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