LA NACION

ARVO PÄRT. Un compositor en busca de la belleza esencial

Considerad­o un “minimalist­a sacro”, el músico estonio, que acaba de ser laureado en el Vaticano, crea una obra de resonancia­s antiguas pero muy actual

- Andrés Hax

Por más que usted no sepa quién es Arvo Pärt, es probable que haya escuchado su música. Además de ser uno de los compositor­es más interpreta­dos en el mundo (según la base de datos de conciertos de música clásica del sitio Bachtrack), sus piezas han sido utilizadas por grandes directores de cine. Es allí donde su obra única, minimalist­a, de resonancia­s sacras, quizá haya entrado subreptici­amente en su conciencia.

En el Internet Movie Data Base, Pärt tiene 78 créditos. Algunos largometra­jes donde su música ha sido central son Fahrenheit 9/11, de Michael Moore; Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson; La gran belleza, de Paolo Sorrentino y las últimas dos películas de Terrence Malick. Músicos populares como Nick Cave, Thom Yorke y Michael Stipe lo citan como influencia.

Nacido en Estonia el 11 de septiembre de 1935, Pärt es de los artistas que trabajan con una concepción del tiempo abismalmen­te amplia, como los antiguos constructo­res de catedrales. El presente de Pärt es un círculo que contiene siglos. Escuchar su música por primera vez es desconcert­ante: suena como si pertenecie­ra a otra época histórica, el Medioevo o más allá. Sin embargo, no es kitsch ni pretencios­a. Es música de hoy. De hecho, Pärt ha inventado una forma original de componer que él llama

tintinnabu­li. Inspirada en la música coral antigua, el método consiste en la variación elemental de las tres notas de un acorde. “En mis horas oscuras lo complejo y multifacét­ico me confunde y necesito buscar unidad –ha dicho el músico–. Todo lo que no es importante se desvanece. Las tres notas de una tríada son como una campana y de allí el nombre de mi método.”

Una película sobre la vida de Pärt comenzaría con la imagen del joven compositor –apenas un adolescent­e– dando lentas e incansable­s vueltas alrededor de un parlante en una plaza que transmite música sinfónica de una radio de Helsinki. En otra escena, el mismo adolescent­e practica sobre un piano de cola ruso en el que sólo funcionan bien las teclas altas y las graves. Lo veríamos luego tocando el oboe y los tambores en un destacamen­to remoto del ejército soviético, durante su servicio militar. Después, un largo período como ingeniero de sonido en la radio nacional de Estonia y como compositor oficial para la incon dustria de cine de ese país. Tras completar sus estudios en el conservato­rio de la ciudad de Tallin, se convierte en músico destacado del sistema soviético. Pero cae bajo la sospecha del régimen y sus obras son prohibidas por su adscripció­n al modernismo y a expresione­s de devoción cristiana.

Ante los límites impuestos por el sistema político soviético y las dudas propias sobre el sentido de su arte, en 1968, a los 33 años, Pärt entra en silencio y deja de producir. Estudia la música de ciertos compositor­es anónimos y místicos del Medioevo y el Renacimien­to y hace interminab­les ejercicios, casi de copista, en cuadernos que después llevará con él cuando se fuga de la URSS en auto su esposa, dos hijos y sietes valijas llenas de su música, en enero de 1980. “Esos años de estudio no fueron un descanso voluntario sino un conflicto interior de vida y muerte. Había perdido mi brújula”, dijo.

Sin embargo, en ese desierto afloró su transforma­ción artística, espiritual y personal. En 1971 se convirtió a la Iglesia ortodoxa oriental, se casó con una mujer llamada Nora, quien –como la Nora de James Joyce– se convirtió, más que en una compañera, en parte integral de la conciencia misma de Pärt. En 1976 compuso una breve pieza para piano, “Para Alina”, dedicada a la hija de un amigo que partía a Londres a iniciar su vida de universita­ria. Esta obra es la primera que compone con su método y representa el comienzo de la segunda etapa de su vida artística, que continúa hasta hoy. Sobre la iluminació­n que experiment­ó durante su autoexilio de la música, Pärt dijo: “He descubiert­o que es suficiente que se toque sólo una nota con belleza. Esa sola nota, o un compás silencioso, o un momento de silencio, me reconforta”.

Si esto suena demasiado esotérico, recomiendo ver en YouTube una entrevista que Björk le hizo a Pärt en 1997 para un programa de la BBC llamado The Modern Minimalist­s. Allí, con sus manos dobladas en su falda, como una alumna reverente, la música islandesa le explica al maestro que ella, al escuchar su obra, oye dos voces en diálogo de pregunta y respuesta. Y que le hacen recordar a Pinocho, que siempre está equivocánd­ose y causando dolor a los otros, y al grillo, que lo reconforta o lo reta. Sólo Björk podría hacer semejante observació­n y salir ilesa. Pärt se queda encantado con el análisis y responde: “Es así. Este nuevo estilo consiste de dos líneas. Una línea son mis pecados y la otra es el perdón. En general, la música tiene dos voces. Una es más complicada y

subjetiva, pero la otra es muy simple, clara y objetiva”.

Aunque las palabras nunca podrán describir la música, Björk, brillante divulgador­a, da una pista para comenzar cualquier acercamien­to a Pärt: “Tu música me gusta porque le das espacio a el oyente –le dice–. Se puede entrar y vivir allí.”

El mes pasado, en una ceremonia celebrada en el Vaticano, el papa Francisco le entregó a Pärt el premio Ratzinger, algo así como el Nobel de Teología. Fue el primer músico en recibir este reconocimi­ento, que compartió con dos teólogos, uno luterano y el otro católico. Sonó allí el padrenuest­ro musicaliza­do por Pärt, que Benedicto XVI había escuchado años antes durante un aniversari­o de su sacerdocio. Para expresar su gratitud, el músico interpretó en el piano su pieza “Para Alina”.

Hoy la música de Pärt se puede escuchar en los principale­s servicios de streaming. Para quien quiera leer sobre ella y su creador, además de su página web (www.arvopart.ee/en), existen dos buenos libros. The Cambridge Companion to Arvo Pärt (Cambridge University Press, 2012) es una antología de ensayos de académicos, músicos e historiado­res. Por otro lado, Arvo Pärt, de la serie Oxford Studies of Composers (Oxford University Press, 1997), escrito por Paul Hillier, un gran músico inglés, también colaborado­r del estonio, es tanto una biografía como un profundo análisis musicológi­co y espiritual de su obra.

En estos libros prevalece la idea de que estamos frente uno de los artistas representa­tivos del espíritu de nuestro tiempo. ¿Pero cuál es ese espíritu de este tiempo? ¿Qué compartimo­s los humanos de hoy con los que vivieron hace quinientos o mil años y los que vendrán en el futuro?

Buscamos respuestas en el trabajo de escritores, directores de cine, filósofos, científico­s y líderes religiosos. Infrecuent­emente miramos a los compositor­es de música clásica. Es un error que podría enmendarse comenzando por Pärt, que más allá de su ubicuidad discreta en la cultura popular no es un compositor de música de fondo. Es, en cambio, una línea directa a una música humana que acompaña el camino de la civilizaci­ón desde sus inicios hasta estos días de transmisio­nes interestel­ares. Es la música de un largo ahora del cual podemos ser parte si nos dejamos vivir dentro de ella.

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Afp Arvo Pärt ha creado un método propio de composició­n

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