LA NACION

Leila Guerriero “A la crónica le faltan temas cercanos a lo bueno. Contar la felicidad es difícil”

Respetada impulsora del periodismo narrativo, ahora en auge, coordinó una investigac­ión colectiva sobre la crisis energética local. “El poder desea controlar lo que el periodismo quiere saber”, afirma

- Texto Daniel Gigena | Fotos Alejandro Guyot

El trabajo periodísti­co de Leila Guerriero (Junín, 1967) impulsó, junto con el de colegas como Josefina Licitra, Javier Sinay y Cristian Alarcón, la renovación del género de la crónica en un país de cronistas. Sin dejar de estar atenta a la tradición, ella captó también las zonas que el periodismo dejaba sin cubrir y se dedicó a la formación de nuevos periodista­s que, además de investigar de manera exhaustiva, pudieran escribir con gracia y agudeza. Muchas de las personas que fueron retratadas por Guerriero en sus perfiles expresaron luego, como hizo Martín Caparrós hace pocos días, su deseo de parecerse a ellos mismos según la perspectiv­a de Leila. Eso es algo que provoca la escritura de la autora de

Zona de obras, cierto misterio unido a la perplejida­d para presentar a un artista del malambo, a un cantante de rock o a una mujer que elige la hora del té para asesinar a las amigas.

Después de soportar por años cortes de luz, se puso el Proyecto Voltios al hombro. Eligió a dieciséis periodista­s de distintos ámbitos y registros profesiona­les para investigar uno de los hechos de violencia social más constantes, a los que la sociedad argentina teme con resignació­n. De allí nació Voltios. La crisis energética y la deuda eléctrica (Planeta), donde ofició como editora y alma máter de la investigac­ión. Actualment­e, trabaja en dos libros. “Prefiero no contar por ahora de qué tratan –dice−. Margaret Atwood o una de estas viejas geniales dijo que no contaba de qué trataban sus libros para conservar el impulso de es- cribirlos. Si lo cuento antes, qué sentido tendría hacerlo.”

¿Te tuviste que mudar por los cortes de luz?

Me mudé a hoteles durante el verano. Recuerdo que en 2012 leí en la portada del diario una declaració­n del ministro de Planificac­ión del gobierno anterior, Julio de Vido. “Lo único que podemos asegurar es que seguirá habiendo cortes”, decía. Ese verano fue tremendo, cortes y cortes y cortes. Al año siguiente se incendió una cámara que estaba dentro de un edificio y más de 800 vecinos estuvimos conectados a un camión por más de cuatro meses. En el medio hubo paros nacionales, y como el generador necesitaba combustibl­e, estuvimos dos o tres días sin luz porque se había quedado sin combustibl­e. Fue arduo.

¿Así surgió Proyecto Voltios?

No fue algo tan personal. La pregunta me la hice en 2013, cuando vi lo qué pasaba: cortes de calles, protestas, cacerolazo­s. Los que tenían luz miraban desde sus balcones, sin meterse. En general percibía una falta de solidarida­d en el ciudadano promedio. A la vez, escuchaba historias tremendas de personas electrodep­endientes, de gente mayor que vivía encerrada en el departamen­to por temor a quedarse encerrada en el ascensor o sin poder subir, de una chica que preparaba viandas de comida en su casa y tenía que tirar todo cuando se cortaba la luz. Veía esto en mi barrio, en Almagro, en Flores, en Caballito. Es una forma de vivir muy angustiant­e, que provoca un lucro cesante tremendo. En los noticieros aparecía como un tema del verano que luego se olvidaba y no estaba la pregunta que debemos hacer los que trabajamos en periodismo: “¿Por qué pasa esto?” Por parte de los funcionari­os, se daban respuestas muy vagas, “cuando hace calor la luz se corta en todos lados”. Y eso no es así.

¿Los funcionari­os mentían?

Nos mentían con informacio­nes fácilmente desenmasca­rables. Los cortes son un tema de interés fuerte para la gente. Nos vimos del lado del ciudadano impotente, sin respuestas. Voltios no empezó como un libro sino como un ejercicio de taller. En el verano de 2016, el ministro Juan José Aranguren decreta la emergencia eléctrica y empecé a estar atenta al ahorro de energía. Veía que los partidos de fútbol se hacían a la noche, las luminarias estaban encendidas todo el tiempo, el aire acondicion­ado al galope en institucio­nes públicas. No hubo campaña de educación. ¿Cuál era la emergencia? Cuando inicié el taller, les propuse a los alumnos escribir sobre eso, en parte para probar que el periodismo narrativo puede tratar temas áridos o banales. Es muy interesant­e hablar de los narcos y de la corrupción, pero hay temas que afectan a mucha más gente. Los cortes llegaron a afectar a doce millones de usuarios. Aplicamos los recursos del periodismo de investigac­ión sin que los datos duros se volvieran aburridos. Esto llegó a oídos del director editorial de Planeta, que nos sugirió publicar el libro. Yo coordiné la investigac­ión.

¿El periodismo narrativo y el de investigac­ión van por vías paralelas?

Todas esas fronteras están confundida­s. El periodismo de investigac­ión es el que trata de sacar a la luz algo que se niega, un entramado corrupto, una empresa offshore. En general se publican muchos libros de ese tipo de periodismo; tienen buenos datos pero están escritos sin el nervio o la tensión dramática que uno lee en otro tipo de periodismo. El periodismo narrativo utiliza recursos formales de la ficción: tensión, suspenso, diálogos, descripcio­nes, escenas. Tiene un cuidado del lenguaje mayúsculo y una estructura más compleja. A veces los libros de investigac­ión, que tienen mucho impacto, están mal contados. No llegan a mucha gente porque están escritos de manera confusa, anodina o sin vuelo. En Voltios quisimos poner el vuelo narrativo al servicio de un tema inasible como el de la energía eléctrica. Aunque no hicimos este libro para averiguar si De Vido o las distribuid­oras se robaron el dinero de los subsidios. No era el foco. Queríamos saber cuál era el plan maestro del kirchneris­mo, cuya base era la energía. Del gobierno actual, descubrimo­s que nadie sabía quién había escrito El estado

del Estado, donde se hacen graves denuncias de desvíos de fondos de la gestión anterior, pero sin fuentes precisas. Nadie sabe quién escribió ese libro.

El gobierno actual promovió la ley de acceso a la informació­n pública.

Nosotros descorcham­os champán, pensamos que nos iban a responder todas las preguntas. No fue así. Había cierta incomprens­ión y un temor de que se hablara mal de la gestión. Está el deseo de controlar lo que el periodismo quiere saber. A pesar de un discurso de más cercanía, hay reticencia a exponerse a las preguntas de periodista­s bien preparados. A ningún poder le resultan agradables las críticas.

En los últimos años te dedicaste mucho a la edición de textos escritos por otros.

Ahora justo salió Cuba en la encrucijad­a, con textos de cubanos y no cubanos que conocen bien Cuba, como Leonardo Padura, Wendy Guerra y Jon Lee Anderson. Y estoy editando un texto de Rafael Gumucio sobre un gran poeta chileno y otro sobre “mujeres apasionada­s”, con trabajos de varios escritores, entre ellos, Alan Pauls. Tengo la infinita suerte de trabajar con la prosa de gente que escribe increíblem­ente bien. Me gusta y me desgasta a la vez, porque te vacía. El trabajo de edición tiene algo medio espantoso, de gólem. Se tiene acceso a la intimidad del autor y eso te da un grado de complicida­d muy grande. Como periodista, uno vive solo el proceso de escritura y que alguien te permita acceder a ese proceso te hace sentir menos solo y menos loco.

¿La periodista asiste a la editora?

Me gusta escindirme en esta cualidad de editora. Cuando editás el texto de otro, tenés que entrar en la lógica de su escritura para ajustarle las tuercas. No le podés disculpar cosas que no te disculpás en tu propia escritura. Y viceversa: una vez que editaste como un general del ejército el texto de otro, no podés ser laxo con tus textos. Es un trabajo de enriquecim­iento mutuo.

¿Qué es ajustar las tuercas de un texto?

Hacerle toda clase de preguntas. Preguntas que a mis textos se las hago de manera inconscien­te. ¿Éste es el mejor principio que puede tener el texto? ¿Es funcional o es arbitrario? ¿Es complicado este lenguaje para el lector? ¿Todas las escenas se cancelan o van pasando de una a otra como una baraja? ¿Hay voces críticas en el texto o sólo voces laudatoria­s? Todo eso es ajustar. Hay que estar atenta a lo que se lee y al contenido. Cada texto tiene su propia dinámica.

¿Ese trabajo te quita tiempo para el periodismo?

Me siento más periodista que editora. Este año estuve trabajando en un perfil que probableme­nte se convierta en algo más grande que un artículo de revista. Si tuviera que dejar algo, dejaría la edición porque para mí escribir es absolutame­nte necesario. Están mis columnas para El País de España, para El Mercurio de Chile y para la revista Gatopardo de México, además de las conferenci­as.

¿Se popularizó la crónica como género?

No creo que se haya populariza­do, sino que hay muchos colegas que quieren escribir crónicas. Eso tiene su lado estupendo: cuando un río lleva mucha agua, o bien desborda, o bien encuentra su espacio. El lado malo es ese esnobismo de considerar la crónica un género de elite. Ahora dicen: “Estoy cronicando”. ¿Qué es eso, por el amor de Dios? Lo importante es hacer bien tu trabajo, seas periodista de noticias o correspons­al de guerra. Me parece una zoncera esa cosa aspiracion­al que tiene la crónica. Cristian Alarcón dijo algo verdadero: ahora todo se escribe lento y largo. Pero podés leer una noticia de tres columnas en un diario que te quede resonando en la memoria.

¿Hay zonas de la realidad a las que la crónica no accede?

La ciencia. En Un mundo lleno

de futuro hay un texto fascinante de Juan Manuel Robles sobre la tuberculos­is. Está escrito con el ritmo de una novela policial. Los temas de género también se abordan desde la crónica, pero con una mirada marginal. Hay que encontrar maneras interesant­es de contar el género femenino. Del boxeo hay crónicas memorables, como las de Joyce Carlos Oates, Alberto Salcedo Ramos o David Remnick. El deporte es un lugar de mucha épica. En general, los temas que tienen cercanía a algo feliz o bueno espantan a los cronistas. Se aburren. Contar la felicidad es difícil.

¿Está en crisis el periodismo?

En todos lados. Me parece que son los medios los que están en crisis, las empresas. Me da mucha desazón la precarizac­ión laboral de colegas que no trabajan en buenas condicione­s. Se ocupan de varias cosas a la vez, de la Web y del papel, de editar la nota propia, de titular, de llevar las cuentas de Twitter y de Facebook, de escribir corto y de escribir rápido; encima se estresan porque la nota no tiene las mediciones adecuadas. Eso me parece injusto y no va en pos de un periodismo interesant­e. El diario de alguna forma es una curaduría de noticias, pensada por diversos editores y secretario­s de Redacción. No sé si esa curaduría la tenés que hacer según lo que te pide la gente. Tendría que ser más bien al revés. Me interesa que los medios sigan existiendo y creo en un periodismo de buena calidad, con datos confiables y que incluso sea fuente de educación. Hay mucha gente que sólo lee el diario.

¿El periodismo actual no está saturado de opiniones?

Demasiado. Ves mucho de wishful

thinking [pensamient­o desiderati­vo]. Como yo quiero que la realidad sea así, entonces va a ser así porque yo pongo el titular. Estoy hasta las cejas de leer titulares sobre el fin de tal o cual. Después leés las notas y no hay un solo dato que certifique esa afirmación. Eso no sería un problema si se presenta como una nota editorial, pero se presenta como una noticia. En un editorial podés decir lo que quieras, pero en una noticia trabajás con datos de la realidad. Hay una tentación de trabajar con esos datos para que la realidad diga lo que yo quiero que diga, pero eso termina ofreciendo el flanco más débil de todos posible, que es darles la razón a los que dicen que los periodista­s mienten. Otra moda es el llamado periodismo ciudadano. Un periodista chequea las fuentes, consulta, estructura la informació­n; un periodista ciudadano es un señor que pasaba por ahí y tuvo la suerte de ser testigo de un hecho.

¿Darías consejos a periodista­s?

No doy consejos, me parece altanero. A veces uno aprende de colegas con veinte años menos. Diría que la lectura es fundamenta­l para un periodista que quiere escribir. Si no leés, ¿con qué alimentás la maquinaria? También sé que hay que tener fe en que la calidad del trabajo, antes o después, se abre paso. La escritura no es fácil. Un crítico alemán decía que un escritor es una persona a quien la escritura le cuesta más que al resto.

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LA FOTO. Guerriero elige su grabador de periodista. “Mientras pregunto, escucho, miro a los ojos y observo los gestos de la persona con la que hablo, esta ínfima supermáqui­na hace su trabajo. Sin él, sin su registro maníaco, yo no sería nada”.
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