LA NACION

Despedida

- Sergio Suppo

El rompehielo­s Almirante Irízar partió ayer hacia la Antártida y, como es regla, después del acto oficial y de las despedidas, en el puerto quedó un grupo de familiares con el corazón estrujado. Gente que conoce las reglas del mar, que disfruta y padece la fanática vocación marinera de sus familiares, también sufre y se adapta a las largas ausencias. Todo puede parecer rutina, simple repetición de la misma secuencia, pero cada vez que zarpa un barco en el muelle todos quedan inquietos.

La reparación tardó mucho y fue realizada en el Complejo Industrial y Naval Argentino (Cinar). La informació­n oficial señala que se amplió su capacidad para la investigac­ión científica y fueron repotencia­dos sus motores.

Esta vez la partida tuvo dos agregados que multiplica­ron la angustia del adiós circunstan­cial. Importa que el Irízar vuelva a la Antártida luego de diez años, cuando un incendio a la altura de Puerto Madryn lo inutilizó y sus tripulante­s debieron ser evacuados en medio de un mar embravecid­o. Pero especialme­nte impacta luego de 41 días de búsqueda del submarino ARA San Juan. El recuerdo de las 44 víctimas navega en el Irízar y también se quedó entre la emoción y el temor de los familiares de los tripulante­s del rompehielo­s.

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