Despedida
El rompehielos Almirante Irízar partió ayer hacia la Antártida y, como es regla, después del acto oficial y de las despedidas, en el puerto quedó un grupo de familiares con el corazón estrujado. Gente que conoce las reglas del mar, que disfruta y padece la fanática vocación marinera de sus familiares, también sufre y se adapta a las largas ausencias. Todo puede parecer rutina, simple repetición de la misma secuencia, pero cada vez que zarpa un barco en el muelle todos quedan inquietos.
La reparación tardó mucho y fue realizada en el Complejo Industrial y Naval Argentino (Cinar). La información oficial señala que se amplió su capacidad para la investigación científica y fueron repotenciados sus motores.
Esta vez la partida tuvo dos agregados que multiplicaron la angustia del adiós circunstancial. Importa que el Irízar vuelva a la Antártida luego de diez años, cuando un incendio a la altura de Puerto Madryn lo inutilizó y sus tripulantes debieron ser evacuados en medio de un mar embravecido. Pero especialmente impacta luego de 41 días de búsqueda del submarino ARA San Juan. El recuerdo de las 44 víctimas navega en el Irízar y también se quedó entre la emoción y el temor de los familiares de los tripulantes del rompehielos.