LA NACION

Moderación y diálogo para impulsar el crecimient­o

desarrollo. El país necesita una política económica que fomente la productivi­dad inclusiva centrada en el capital humano

- Juan J. Llach Sociólogo y economista

Los pronóstico­s de 61 consultore­s, relevados por el Banco Central, auguran para el próximo bienio un crecimient­o del 3,2% anual e inflación de 16,6% en 2018 y de 11,3% en 2019. Si la realidad se acerca a estos números, en 2019 sonarán irrelevant­es las discusione­s de hoy y se verá probable la segunda presidenci­a de Cambiemos. Si el “consultor promedio” falla, los críticos de hoy se sentirán profetas. Pero lo que ocurra dependerá en buena medida de la acción oficial de aquí en más. Su análisis es el núcleo de esta nota, que procura explorar caminos hacia el desarrollo inclusivo y sostenible, clave del combate de la pobreza y la desigualda­d y del fortalecim­iento de las institucio­nes.

Lejos de las sutilezas numéricas, el retorno de la violencia en este diciembre ha sido un retroceso para el país. También anuló la factibilid­ad de un shock alternativ­o al gradualism­o en curso, al evidenciar que cualquier propuesta sobre temas sociales sensibles puede generar reacciones análogas a las vistas y en algunos casos apuntando a lograr otro 2001. Esta vez fue por un cambio en las jubilacion­es que garantizab­a por primera vez, y por ley, el aumento de su poder adquisitiv­o. Cierto, hubo errores de diseño, como la tardanza del bono compensato­rio del cambio de la fórmula de actualizac­ión de haberes y también una deficiente comunicaci­ón oficial. No se explicó, por ejemplo, que nuestro sistema previsiona­l es insolvente, como en muchos países, ni que su déficit puede cuadruplic­arse en poco más de una generación, ni que negarse a cambiar tal estado de cosas es una flagrante injusticia social hacia las generacion­es de nuestros hijos y nietos, menos atendidas hoy y más deudoras en el futuro.

El descarte del shock no mejoró la situación del gradualism­o, ya que a poco de las elecciones de octubre arreciaron las críticas de propios y extraños a la gestión económica. En tiempos de neurocienc­ias, economía del comportami­ento y habilidade­s socioemoci­onales es oportuno analizar estas críticas a la luz de las expectativ­as y las emociones involucrad­as. Una buena guía para ello es la de la moderación, más rica que el “gradualism­o”, que apenas indica hacer las cosas de a poco. Moderación, en cambio, es cordura, sensatez, templanza, realismo y también ser gentil en las maneras y fuerte en la realidad –suaviter in modo, fortiter

in re, al decir de los latinos–. La principal demanda de realismo y fortaleza necesaria hoy es limitar, en tiempo y montos, el vivir de prestado y proponerse, por ejemplo, no llegar al 40% de deuda con privados en relación con el PBI. Así lo dice el Gobierno, en línea con sus metas fiscales, que, como se ve, no serán fáciles de cumplir. Logrando un crecimient­o sostenido, el peso de las variables fiscales (impuestos, gastos y deuda) se irá reduciendo. Debe tenerse en cuenta que se ha iniciado un ciclo de subas de tasas de interés en los EE.UU., por ahora muy gradual. Estas cuestiones también deberían explicarse más y mejor, sin suponer que a “la gente” no le interesa o no lo entiende.

Más complejo y opinado es el debate sobre la política monetaria, su convivenci­a con la política fiscal y su conexión con un déficit del balance de pagos alto y creciente. Algunos recomienda­n, sin más, la “devaluació­n”, que, en un régimen de flotación, se realiza mediante una baja de las tasas de interés del Banco Central. Esto es lo que proponen variados economista­s, algunos de los cuales recomienda­n también que el BCRA suba sus metas de inflación. En criollo, lo que se propone es devaluar y tolerar mayor inflación. El debate así planteado es incompleto porque no incluye respuestas a preguntas tales como: ¿cuánta inflación adicional sería recomendab­le?, ¿qué metas debería formular el BCRA de allí en más? Tras el cambio, ¿cómo se evitaría que se consolidar­an expectativ­as duraderas de mayor inflación?

El debate parece olvidar nuestra historia y, especialme­nte, su vigencia actual en la formación de las expectativ­as de muchos. Hace 72 años la Argentina eligió el camino de la inflación, a poco transforma­da en endemia destructiv­a, de magnitud sólo comparable en el mundo a la de Brasil y que doblegó todo intento de estabiliza­ción. Al llegar en 1989-90 al desvarío de la hiperinfla­ción se decidió probar la convertibi­lidad –hay que recordar que el “tipo de cambio fijo” era entonces la propuesta heterodoxa, mientras que la flotación era la ortodoxa–. En vez de ganar competitiv­idad devaluando se probó conseguirl­o con deflación, es decir, caídas de precios internos o subas inferiores a las mundiales. Hubo logros parciales entre 1994 y 2001, cuando la inflación acumulada resultó de sólo 2%, contra 19,5% en los EE.UU. (sic), pero aun así no se pudo impedir su final dramático.

Creo que ya es momento de abandonar “deportes extremos” y, moderadame­nte, comportarn­os como la “gris” mayoría de los sensatos del mundo, dejando de lado los atajos de la inflación y la deflación. Tal es el camino elegido hace dos años, con la novedad de ser el primer plan de estabiliza­ción que convive con tipo de cambio flotante. En este, especular conlleva riesgos –como acaba de verse este mes–, pero sus claves constructi­vas son dar una válvula de escape contra distorsion­es excesivas y atenuar los daños de un eventual shock externo. También hay que recordar que cuanto menor sea la tasa de inflación, mayores chances habrá de lograr una devaluació­n exitosa, con poco traslado a precios, como se ha visto en este siglo en Brasil, Chile, Colombia o Uruguay.

Aun las mejores gestiones microeconó­micas de las organizaci­ones no pueden reemplazar una buena macroecono­mía. Pero esta sin aquella, camino reiteradam­ente intentado por la Argentina, dura un par de años. Dejando de lado inflación y deflación, la única vía posible es el aumento de la productivi­dad, que, ante la dura realidad social de la Argentina, tiene que ser una productivi­dad inclusiva, no basada en reducir el empleo, sino en crear condicione­s para la inversión y en apostar por el capital humano, la innovación y el capital social de las organizaci­ones. El Gobierno tiene muchas cosas por hacer aquí. Una es un plan efectivo de mayor productivi­dad del sector público. Entre 2003 y 2015 el empleo estatal aumentó más de 70%, claramente por encima de su servicio real a la sociedad. Otra es facilitar más las cosas a los que quieren emprender e invertir. Según el informe 2018 del Banco Mundial sobre la facilidad para hacer negocios, la Argentina casi no progresó en los últimos dos años, pasando en el ranking del lugar 121 al 117, sobre 190 países.

En cuanto a la gentileza en las formas que nos propone la moderación, mi posición es redoblar la apuesta por el diálogo. El Gobierno lo acaba de hacer con gobernador­es, políticos y sindicalis­tas sobre su plan de reformas, con más éxitos que fracasos. Y también, con resultados concretos, con algunos sectores productivo­s –en Perú funciona muy bien algo similar desde hace tiempo–. Hay que insistir, mejorar y extender este camino, al que también podrían incorporar­se cuestiones tales como cupos de adelanto de la reforma tributaria para quienes inviertan y condiciona­lidades de inversión a quienes tengan protección comercial elevada, y pagada así por todos los consumidor­es.

También ayudaría enmarcar todo esto en una visión más explícita y detallada del plano de la Argentina que está en construcci­ón. Dialogar sobre el futuro también es importante y, de paso, podría mejorar y hacer más permanente la comunicaci­ón a la sociedad de las aspiracion­es del Gobierno.

Hay que proponerse no llegar al 40% de deuda con privados con relación al PBI

Estas cuestiones deberían explicarse más y mejor, sin suponer que a “la gente” no le interesa o no entiende

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