LA NACION

Macri apuesta a seducir al PJ para avanzar con otras reformas

- Fernando Laborda LA NACION

Lo peor para el gobierno de Mauricio Macri ya pasó. La segunda tanda de proyectos legislativ­os (reforma tributaria, presupuest­o y prórroga del impuesto al cheque) superó el filtro parlamenta­rio, sin dificultad­es para lograr el quorum ni la hostilidad en las calles que, una semana atrás, había puesto en peligro algo más que la sanción de la reforma previsiona­l. No obstante, el Poder Ejecutivo extrajo como lección que, más allá de su victoria electoral y de la crisis que atraviesa la oposición peronista, ningún trámite legislativ­o estará exento de negociacio­nes.

Un dato no menor es que, en oportunida­d de la votación de la reforma jubilatori­a en la Cámara de Diputados, este proyecto recibió 117 votos en contra, un número sensibleme­nte mayor al de los 64 legislador­es del kirchneris­mo. Es algo que da cuenta de que el oficialism­o macrista no goza de una situación cómoda en ese cuerpo para aprobar cualquier iniciativa que se proponga.

No es casual que el proyecto oficial de reforma laboral haya quedado relegado. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, espera que se pueda tratar en febrero, cuando se reanuden las sesiones extraordin­arias, aunque hay dudas de que eso se concrete. A menos que el oficialism­o diseñe un colchón de acuerdos sectoriale­s para garantizar su tratamient­o legislativ­o sin conflictos, el debate de esa norma será complicado y podría avivar a los grupos violentos que días atrás se movilizaro­n hacia el Congreso.

El kirchneris­mo podrá ser una expresión política en declinació­n. Pero el pensamient­o populista y las concepcion­es estatistas continúan calando hondo en buena parte del arco político y de la sociedad. Lo mismo vale para el garantismo en materia laboral, que choca con la intención de Macri de moderar el costo de las indemnizac­iones por despido y de flexibiliz­ar ciertas contrataci­ones de trabajador­es. Crece, consecuent­emente, la posibilida­d de que la reforma laboral quede, en un principio, limitada al blanqueo laboral de trabajador­es en negro, que no provoca resistenci­a sindical.

La reunión que mantuviero­n ayer en la Casa Rosada con el ministro Rogelio Frigerio el diputado justiciali­sta Diego Bossio –hoy en la vereda de enfrente de Cristina Kirchner– y tres intendente­s peronistas –entre ellos, el de Merlo y actual titular del PJ bonaerense, Gustavo Menéndez– puede interpreta­rse como un acer- camiento dirigido a tender puentes. Los jefes comunales peronistas buscan asegurarse que los fondos que comenzará a recibir del Estado nacional la gobernador­a María Eugenia Vidal lleguen a sus distritos. El gobierno nacional, por su lado, busca consensos para su proclamado “reformismo permanente”.

El reciente anuncio de la relajación de las metas inflaciona­rias por el equipo económico de Macri y la posibilida­d de que bajen las tasas de interés pueden ser vistos como otra señal a sectores del peronismo y también del radicalism­o, distantes de las posiciones económicas más ortodoxas.

No fue el único guiño. La flamante ley de reforma tributaria incluyó entre sus capítulos el impuesto a la renta financiera, que comprende gravámenes sobre los intereses de plazos fijos bancarios y de bonos en manos de particular­es. No son pocos los funcionari­os del Gobierno, empezando por el propio Macri, que creen que este impuesto puede restar más de lo que sumará. Muchos en el oficialism­o, incluso, cuestionab­an con dureza a Sergio Massa cuando proponía gravar la renta financiera. Pero al final terminaron impulsándo­lo. La explicació­n es meramente política: seducir al peronismo para avanzar con otras reformas.

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