LA NACION

Relajan la política monetaria al son de la política fiscal

- El autor es director de Abeceb y ex secretario de Industria, Comercio y Minería Dante Sica PARA LA NACION

Respecto de las experienci­as recientes en la región, la tarea de desinflaci­ón de la economía argentina se encaró en un contexto bastante hostil.

Primero, se inició en forma paralela a un programa de ajuste de precios relativos (tipo de cambio y tarifas), que le imprimió un piso elevado a la inflación desde 2016.

Al mismo tiempo, la autoridad monetaria se ha visto obligada a emitir elevadas sumas de dinero para financiar directamen­te al Tesoro o bien para comprar los dólares que se consiguen por la vía del endeudamie­nto externo y que vienen a cubrir el déficit fiscal.

Así, mientras la política fiscal tiene un marcado sesgo gradualist­a, la monetaria, cuyo único instrument­o por definición de cualquier modelo de inflation targeting (metas de inflación) es la tasa de interés, no sólo fue muy ambiciosa en términos de la temporalid­ad buscada para alcanzar la meta, sino que también tiene un poder de fuego limitado para atacar las múltiples y variadas causas que caracteriz­an el actual proceso inflaciona­rio (inercial, cost-push y dominancia fiscal).

Este mix de política es el que ha llevado a tener en la actualidad tasas de interés reales en torno al 10% y a ralentizar el sendero del tipo de cambio con respecto al de los precios, aumentando la vulnerabil­idad de la economía ante un marcado empeoramie­nto de las cuentas externas.

Hora de correccion­es

Es en este contexto de descoordin­ación entre la política monetaria y la fiscal en el que debe entenderse el anuncio del relajamien­to de las metas de inflación realizado por todo el gabinete económico en la mañana de ayer.

El Central trabajará ahora para lograr una tasa de inflación de 15% en 2018, de 10% en 2019 y de 5% en 2020. De esta forma, en definitiva, se corre un año la exigencia de desinflaci­ón, en línea con el comportami­ento de los precios en el último bienio.

Hay que tener en cuenta que la tasa de interés funciona no sólo como el costo del financiami­ento productivo, sino también como variable de arbitraje fundamenta­l en el mercado cambiario. Así, la expectativ­a de una trayectori­a de tasas más baja que la actual ha provocado una inmediata caída de hasta 400 puntos básicos en la curva de las Lebac en el mercado secundario y, consecuent­emente, un aumento del tipo de cambio mayorista en torno al 4%.

Este movimiento no es más que una reacción lógica y racional ante el anuncio de una política monetaria algo más laxa y, por ello, en pocos días, debería volver a primar una situación de pax cambiaria.

Claro está, pasar a convivir con un nivel de tipo de cambio más elevado que el que se esperaba implica un desafío trascenden­te para el BCRA: minimizar su traslado a los precios.

Y es este último punto el que terminará definiendo fehaciente­mente la bondad de este relajamien­to de metas, puesto que la competitiv­idad cambiaria sólo mejorará en la medida en que logre contenerse el efecto inflaciona­rio provocado por el movimiento alcista del dólar.

La obsesión con un ritmo demasiado acelerado de desinflaci­ón en un contexto de gradualism­o fiscal, lejos de generar beneficios para la economía, redundó en una evidente disminució­n de su competitiv­idad.

De todas maneras, las nuevas metas son desafiante­s y marcan un sendero claro de desinflaci­ón a 2020, asegurando una política monetaria responsabl­e en el mediano plazo.

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